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'Bataan' (Tay Garnett, 1943): Hollywood retrata la gran derrota estadounidense en Filipinas.

Guillermo Tabernilla

Bilbao —
10 de noviembre de 2023 21:24 h

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Si hace dos meses comenzábamos este blog hablando del idealista descreído personaje de Rick Blaine en 'Casablanca', en esta ocasión regresamos al cine de propaganda estadounidense con otra producción del Hollywood de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Se trata de 'Bataan' (Tay Garnett, 1943), una película que, a diferencia de aquella gran obra maestra, ya no necesitaba convencer a los espectadores que acudían a las salas de aquel país -que no olvidemos que era marcadamente aislacionista hasta el ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor- de la necesidad de intervenir en aquella guerra lejana cuyos escenarios (hoy nos referiremos a los del inmenso teatro de operaciones Asia-Pacífico) ya eran conocidos por el gran público a través de la prensa cuando fue estrenada en Nueva York el 3 de junio de 1943. Son escenarios que, en lo concerniente a los estadounidenses, eran en aquel primer periodo de la campaña: Filipinas, mares del Coral y de Bismarck, atolones de Midway y Wake, Guadalcanal, Aleutianas y Nueva Guinea. Previamente, el 29 de marzo de ese mismo año, se había estrenado el filme 'Corregidor', dirigida por William Nigh, que hacía referencia a la resistencia en aquella isla situada frente a la península de Bataán.

Espoleada por la ola de patriotismo que invadía todo el país, la industria del cine de Hollywood había dado un paso al frente desde el primer momento. Algunos de sus más grandes directores ya se habían desplegado en ultramar al servicio de las tropas, como John Ford, William Wyler, Frank Capra y John Houston, mientras que actores de la talla de James Stewart y Henry Fonda se habían incorporado como personal combatiente a las fuerzas aéreas y marina respectivamente. Sólo tres días después del ataque a Pearl Harbor, el 10 de diciembre de 1941, se había constituido el Comité de la Victoria de Hollywood, a través del cual se organizaron los primeros eventos en apoyo al esfuerzo de guerra (1) y, dando un paso más allá en esto del entretenimiento, el 3 de octubre de 1942 las estrellas de cine abrieron su propia cantina en la ciudad de Los Ángeles (California). Un lugar al que se acercaban los jóvenes soldados de permiso para disfrutar de un momento de asueto en compañía de Bette Davis, Betty Grable, Shirley Temple, John Garfield o Bob Hope. La lista de artistas que pasaron por aquel espacio único es larguísima y la propia Bette Davis recordaba cómo el día de su inauguración estaba tan lleno que “tuvo que trepar por una ventana para entrar” (2).

Pero en 1943 ya habían pasado muchas cosas y la industria del cine ya no tenía necesidad de adaptar para sus guiones historias ajenas de nazis y sus colaboradores, pues sus propios soldados ya se habían batido contra las potencias del Eje por todo el mundo, conformando la “primera ola de películas de combate”, cuyas narrativas “representan las primeras y desastrosas batallas perdidas de la entrada de Estados Unidos en la guerra” (3). Una de estas historias con tintes de tragedia griega con la que el público podía identificarse inmediatamente tuvo lugar en Filipinas en los primeros meses de 1942, cuando las tropas del general Douglas McArthur se vieron recluidas en la península de Bataán, en la isla de Luzón, ante el imparable avance del ejército japonés, que les derrotaría tras tres meses de agónica resistencia. Pero el escenario en que esta lucha se desarrollaría no podía llevarse al cine en un guion que recogiese sin más aquella durísima rendición -la más grande de los EEUU desde la batalla de Harpers Ferry en la Guerra de Secesión- con todas sus amargas consecuencias, incluyendo una plaga de malaria que afectaría a 24.000 de los 76.000 soldados filipinos y estadounidenses y la posterior 'Marcha de la Muerte' en la que los japoneses cometerían horrendos crímenes de guerra sobre los prisioneros, a los que se obligó a recorrer a pie la distancia de 90 km que separaba Mariveles de San Fernando. Una vez allí, los supervivientes (miles de filipinos y unos 600 americanos fallecieron como consecuencia de ejecuciones sumarias, asesinatos, malnutrición, enfermedades y la crueldad de sus guardianes) serían enviados en tren a Capas, donde aún se les forzaría a andar otros 10 km más para llegar al campo O’Donnell.

Para visibilizar esta memoria, en 2022, con motivo del 80ª Aniversario de la batalla de Bataán, el grupo de recreación de la Asociación Sancho de Beurko realizó una escenografía cuyas imágenes sirvieron para ilustrar un artículo que fue publicado en el blog de la editorial Desperta Ferro. Y es que nuestra diáspora, tan vinculada desde siempre a Filipinas, también estuvo representada en aquellas operaciones, sufriendo padecimientos sin fin a manos de las tropas japonesas de invasión, aunque nadie conocería sus historias hasta el nacimiento de nuestro proyecto Fighting Basques. Así fue como supimos la suerte que corrieron Paul Indart y Joe Arrizabalaga, fallecidos en el campo O’Donnell, y Manuel Eneriz, de padre navarro y madre andaluza. Este último no solo sobrevivió a la infame 'Marcha de la Muerte', sino que resistió un cautiverio que se mantuvo incluso hasta más allá del final de la guerra, siendo liberado por las tropas estadounidenses el 15 de octubre de 1945 en la isla de Kyushu, donde había pasado tres años y seis meses forzado a trabajar en una mina de carbón.

Los guionistas de 'Bataan' -Robert Hardy Andrews (acreditado), Garrett Fort y Dudley Nichols (sin acreditar)- no suprimieron la cuestión de la malaria, que sufren al menos dos miembros de la patrulla, ni tampoco la referencia a las violaciones de derechos humanos (la imagen del soldado filipino torturado y colgado sin vida), aunque sí lo hicieron en lo concerniente a la 'Marcha de la Muerte'. Pero la realidad es que tampoco se conocerían los detalles con exactitud hasta el verano de 1943, cuando llegó a MacArthur la información de los “doce de Davao”: 10 prisioneros estadounidenses y dos filipinos que habían protagonizado una espectacular fuga de un campo japonés y se habían incorporado a las guerrillas de Mindanao (4). A la propaganda le interesaba más reflejar una historia de resistencia y sacrificio a ultranza contra un enemigo implacable y cruel que en el filme se nos presentaba sin rostro, lo que contribuiría a su deshumanización (5). Y por ello no es casual que la muerte del soldado afroamericano Wesley Epps (Kenneth Spencer) se produzca bajo la espada de un oficial nipón, posiblemente decapitado, en una de las primeras representaciones en el cine de esta bárbara práctica que se atribuía al guerrero samurai y su katana. Esta simbología de las “cabezas cortadas” se extendería entre los estadounidenses desplegados en el brutal frente del Pacífico, que adquirieron la costumbre de coleccionar los cráneos de sus enemigos, trofeos que luego serían enviados a casa para padres y novias empleando “los servicios postales de la Marina y el Ejército” (6).

La presencia de Epps (Kenneth Spencer), un experto en demoliciones que quería ser predicador, nos mostraba una integración racial en la lucha contra un enemigo común que no reflejaba, ni mucho menos, la realidad de las fuerzas armadas estadounidenses, que estaban segregadas racialmente. Pero lo cierto es que, además de Epps -el primer héroe negro de Hollywood, antes incluso que el personaje de Rex Ingram en 'Sahara' [Zoltan Korda, 1943], que se estrenaría tres meses después-, el grupo de 12 hombres bajo el liderazgo del sargento Bill Dane (Robert Taylor) incluía al californiano de origen hispano Felix Ramirez (Desi Arnaz) y a los filipinos Yankee Salazar (Alex Havier) y Juan Katigbak (Roque Espiritu). El hecho de que el decapitado (aunque en un lance del combate y no ejecutado sumariamente) fuese precisamente el único afroamericano que aparece en el filme contribuye, según Brian Locke, a presentarnos a los japoneses incluso “más racistas hacia los negros que hacia los estadounidenses blancos, desplazando la historia del racismo blanco hacia los negros al (nuevo) enemigo asiático” (7). Lo que nos llevaría a plantearnos preguntas muy interesantes sobre el manejo que la propaganda de guerra de aquel país haría de todas estas cuestiones raciales a través de guiones como este claramente “supervisados”, si bien es justo decir que en el personaje de Epps se “evita la pura caricatura racista de los primeros films de Hollywood” (8). Pero aún tendrían que pasar cinco largos años para que el segregacionismo en las fuerzas armadas de aquel país desapareciese.

La historia del grupo del sargento Dane -una suerte de 'Doce del patíbulo', emulando el título de la película de Robert Aldrich de 1967- no puede ser más simple. El capitán Henry Lassiter (Lee Bowman) les había ordenado la destrucción de un puente y su posterior defensa para ganar un tiempo precioso para los defensores de Bataán. Se trataba de una versión libre de la película 'La patrulla perdida' (John Ford, 1934), cuyos derechos fueron comprados por Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) a RKO Radio Pictures por 6.500 dólares para evitar una demanda. La cinta comienza con un bombardeo de la aviación japonesa sobre civiles y soldados en retirada que deja a los muertos tirados en la carretera mientras los soldados estadounidenses, que han corrido a protegerse ellos mismos, hacen comentarios estúpidos sobre “piques” entre las diferentes ramas y servicios del ejército, como si no les importase nada el sufrimiento de los filipinos. Sin embargo, cuando Dane intenta agrupar el heterogéneo equipo de voluntarios que le ha asignado el mando, es precisamente un soldado filipino (Alex Havier) el primero en acudir a la llamada, algo que los demás hacen de mala gana y con indolencia. Los personajes se presentan al sargento para que los conozca -un soldado de sanidad (Phillip Terry), otro de transmisiones (Desi Aznar), dos de ingenieros (Kenneth Spencer y Barry Nelson), un cocinero (Tom Dugan), un cabo de zapadores (Thomas Mitchell), un marinero (Robert Walker) e incluso un desertor que termina redimiéndose (Lloyd Nolan)-, pero se nos muestran bastante estereotipados, y tampoco ayudan a su descripción los diálogos, un tanto infantiles y simples, en los que se nota en demasía la mano de los asesores gubernamentales.

De este modo, el sargento se comporta como lo que se espera de él, un verdadero líder que proporciona instrucciones concisas y claras, mientras que el resto cumple con las expectativas, también las raciales: el soldado Epps canta según coloca los explosivos en el puente. Los japoneses atacan y atacan hasta mermar los efectivos de una patrulla que también pierde a un piloto que ha decidido sumárseles mientras arregla su avión (George Murphy)... Así hasta el sacrificio final de un Dane solo y agotado que, sin apenas fuerzas, se aferra a sus armas con absoluta determinación, la misma que ha manifestado a todos desde el principio, cuando hablaba de los nipones con esos tics racistas de la propaganda: “Más tarde o más temprano esos monos [sic] tendrán que dejarse ver, y cuando lo hagan aquí estaremos”. Los espectadores terminan el visionado de la cinta con la idea de que no es posible la victoria sin pagar el precio más alto, el de los defensores de Bataán:

Así lucharon los héroes de Bataán. Su sacrificio hizo posible nuestras victorias en los mares de Coral y Bismarck, en Midway, en Nueva Guinea y Guadalcanal. Su espíritu liderará el regreso a Bataán (9).

Y efectivamente, al igual que lo hicieron las tropas de MacArthur, Hollywood volvería a Filipinas con 'No eran imprescindibles' (John Ford, 1945) y 'Regreso a Bataán' (Edward Dymytrick, 1945), que reflejan tanto la derrota como la postrer y definitiva victoria aliada, la cual dejaría a Manila como la segunda ciudad más bombardeada de la SGM tras Varsovia. Una ciudad cosmopolita, conocida como la Perla de Oriente, de la que prácticamente desaparecería la colonia española al ser masacrada por el ejército nipón, que no haría distingos entre ellos y los filipinos, a pesar de Francisco Franco y su posterior y ridículo intento de declarar la guerra a Japón (10). Por su parte, los prisioneros estadounidenses que habían sobrevivido a la 'Marcha de la Muerte' habían sido trasladados a diferentes campos: unos a Mindanao, otros a Japón, mientras que una parte permaneció en Luzón, donde la historia aún daría pie a una última película titulada 'El gran rescate' (John Dahl, 2005), que ya tendremos ocasión de comentar otro día.

Si hace dos meses comenzábamos este blog hablando del idealista descreído personaje de Rick Blaine en 'Casablanca', en esta ocasión regresamos al cine de propaganda estadounidense con otra producción del Hollywood de la Segunda Guerra Mundial (SGM). Se trata de 'Bataan' (Tay Garnett, 1943), una película que, a diferencia de aquella gran obra maestra, ya no necesitaba convencer a los espectadores que acudían a las salas de aquel país -que no olvidemos que era marcadamente aislacionista hasta el ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor- de la necesidad de intervenir en aquella guerra lejana cuyos escenarios (hoy nos referiremos a los del inmenso teatro de operaciones Asia-Pacífico) ya eran conocidos por el gran público a través de la prensa cuando fue estrenada en Nueva York el 3 de junio de 1943. Son escenarios que, en lo concerniente a los estadounidenses, eran en aquel primer periodo de la campaña: Filipinas, mares del Coral y de Bismarck, atolones de Midway y Wake, Guadalcanal, Aleutianas y Nueva Guinea. Previamente, el 29 de marzo de ese mismo año, se había estrenado el filme 'Corregidor', dirigida por William Nigh, que hacía referencia a la resistencia en aquella isla situada frente a la península de Bataán.

Espoleada por la ola de patriotismo que invadía todo el país, la industria del cine de Hollywood había dado un paso al frente desde el primer momento. Algunos de sus más grandes directores ya se habían desplegado en ultramar al servicio de las tropas, como John Ford, William Wyler, Frank Capra y John Houston, mientras que actores de la talla de James Stewart y Henry Fonda se habían incorporado como personal combatiente a las fuerzas aéreas y marina respectivamente. Sólo tres días después del ataque a Pearl Harbor, el 10 de diciembre de 1941, se había constituido el Comité de la Victoria de Hollywood, a través del cual se organizaron los primeros eventos en apoyo al esfuerzo de guerra (1) y, dando un paso más allá en esto del entretenimiento, el 3 de octubre de 1942 las estrellas de cine abrieron su propia cantina en la ciudad de Los Ángeles (California). Un lugar al que se acercaban los jóvenes soldados de permiso para disfrutar de un momento de asueto en compañía de Bette Davis, Betty Grable, Shirley Temple, John Garfield o Bob Hope. La lista de artistas que pasaron por aquel espacio único es larguísima y la propia Bette Davis recordaba cómo el día de su inauguración estaba tan lleno que “tuvo que trepar por una ventana para entrar” (2).