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Crayón, el dibujante vitoriano rescatado del olvido que satirizó la hipocresía y la escasez de la Gran Guerra

Una caricatura de Crayón publicada en 'El Mentidero' del 26 de septiembre de 1914 en la que se mofa de quienes se dejan guiar por los partes de guerra franceses

Rubén Pereda

Vitoria —

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Mientras en las trincheras se libraban los combates de la Gran Guerra que entre 1914 y 1918 enfrentó a Europa, un vitoriano se valía de su ácida sátira para criticar la supuesta neutralidad de España, mofarse de la manipulación de las noticias que llegaban a la ciudadanía y quejarse del encarecimiento de los bienes más básicos. Ya se sabía que estas caricaturas las firmaba un Crayón, pero no se ha conocido hasta recientemente que tras este seudónimo se escondía Joaquín Francisco Olaguíbel y Urbina, militar nacido en el seno de una familia vitoriana que luego se entregó a la pluma, de la que salieron también caricaturas más folclóricas, dedicadas a las fiestas de Vitoria e incluso a las fondas de la ciudad más recomendadas para los forasteros que se dejasen caer por ella.

Crayón, como se ha sabido recientemente gracias al trabajo de Ander Gondra, no era más que el 'nom de plum' de Joaquín Francisco Olaguíbel y Urbina. Nacido en Manila, principal ciudad de las islas Filipinas, lo hizo, sin embargo, en el seno de una familia vitoriana. Su carrera militar lo condujo a Gipuzkoa, Murcia y Madrid, donde en 1909 se asentó y contrajo matrimonio. Su pluma ácida empezó a desatarse en una primera etapa en 'El Mentidero', una publicación satírico-política fundada por Manuel Delgado Barreto, periodista y político cuyas inclinaciones monárquicas se fueron trocando fascistas con el paso del tiempo, para acabar loando a Benito Mussolini.

'El Mentidero', un semanario que alcanzó tal popularidad que llegó a lanzar tiradas de hasta 100.000 ejemplares, se alineó sin ambages con Antonio Maura, lo que le condujo a proferir ataques poco velados contra otras figuras políticas rivales, desde Alejandro Lerroux hasta Eduardo Dato, quien fue precisamente diputado a Cortes por Vitoria y luego presidente del Consejo de Ministros. Contra este, los principales ataques llegaron ya en el contexto de la Primera Guerra Mundial. En esa línea, Crayón se mofaba de él porque creía que ni siquiera se esforzaba por aparentar que la neutralidad de España era honesta. En una caricatura, muestra a Dato enseñándoles a los periodistas una “nota oficiosa de París” mientras esconde las noticias llegadas de Berlín. “Yo no debo darles a ustedes más noticias que las oficiales, cuyo origen no puede ser sospechoso”, dice Dato, según la caricatura de Crayón. De acuerdo con la realidad plasmada por el dibujante, los telegramas franceses vendían la idea de que los alemanes estaban sufriendo abultados daños en el frente mientras ellos mismos salían indemnes de cualquier combate. Se burla en constantes ocasiones de la 'oficialidad' que se les brindaba solo a los partes de un bando mientras se despreciaban los del contrario.

Pero las caricaturas de Crayón durante la contienda fueron más allá. En una de ellas, muestra el antes y el después de una batalla. ¿Qué cambia? Las posiciones de los soldados son las mismas, no han avanzado ni retrocedido, pero en su rostro se percibe con facilidad que han envejecido. Hay otras en las que se muestra abiertamente racista. “¿Cómo preparan los franceses sus famosos ejércitos coloniales, para asustar a los prusianos?” La respuesta: pintarles la cara de negro. En otra de la misma temática, un alemán le pregunta al tendero: “Pero oiga usted, míster, ¿qué porquería de fruta es esta que ha traído usted al mercado?”. Detrás se ven, como si fuesen productos a la venta, cabezas etiquetadas como de “cipayos”, “senegaleses” y “argelinos”.

Las costumbres vitorianas

Todas estas caricaturas, acompañadas de un recorrido por las pocas notas biográficas que se conocen de Crayón', pueden verse hasta noviembre en el museo Fournier de Naipes-Bibat de Vitoria. Estas sátiras políticas se combinan con otra vertiente más folclórica. Ya con la firma de “J. Olaguíbel”, Crayón colaboró en la década de 1930 con la revista 'Celedón', en la que se publicaron trabajos más livianos y de temática más festiva. “Es interesante ese contraste entre las dos vertientes de Crayón: la sátira política más conservadora y la obra más caricaturesca acerca de las costumbres y fiestas populares vitorianas”, explica Gondra, que además de comisario de la exposición es también responsable de Contenidos y Recursos Patrimoniales de Álava Medieval. Y fue esa otra vertiente, con su respectiva firma, la que permitió colegir que uno y otro, Crayón y J. Olaguíbel, eran el mismo dibujante y que quien se mofaba de estos y aquellos políticos en 'El Mentirón' no era sino un vitoriano.

En este otro ámbito, Olaguíbel esbozó, por ejemplo, un programa de fiestas de La Blanca peculiar. Salvas, música y merienda el día 4; dianas y pedaleo el 5; concierto, pelota y toros el 6; fiesta de la jota el 7; “mal cuerpo, nostalgia, chalecos flácidos, pereza, miedo al trabajo, mal sabor de boca, recuerdos” el 8, e “indigestión, cansancio, aceite de ricino, humor de todos los diablos” el día 9, ya el último de las celebraciones. “Celedón que se esfuma; músicas que se pagan; veladores que se recogen. Caras largas, largas. Hasta otro año. Y así va el mundo”, escribe a modo de colofón Olaguíbel, que acompaña el programa de una larga fila de hombres y mujeres que hacen cola para comprar entradas para una corrida de toros.

La revista 'Celedón' llevó en algunos momentos el subtítulo de 'periódico circunstancial de fiestas'. Olaguíbel no solo se centró en las principales celebraciones, sino que, impregnado de la misma guasa, también ilustró escenas más cotidianas. “Esto eran copas y no las que dan ahora”, dice un apenado borracho que mira un gran florero en la calle. “Algo se me ha recalentado el vino, pero más caliente lo tomamos en Nochevieja y nos sabe tan rico”, se consuela un cazador igualmente borracho, en esta ocasión con la estampa del pueblo de Mendiola al fondo.

En el número de agosto de 1932, se atreve incluso a recomendar los vinos de un establecimiento llamado Leonardo, sito en la calle del Arca. “Leonardo da Vinci fué célebre por su pintura pero a mí se figura que por lo que aquí se ve, los cuadros de aquella marca interesan mucho menos que de Leonardo los buenos vinos”, se puede leer. Y redondea el cebo publicitario con unas rimas: “Forastero: Si deseas / comer bien en estos días, / déjate de tonterías; / vete allí para que veas. / Tienes radio con antena; / y esto es de importancia mucha / si es que eres radioescucha / escuchar mientras la cena”.

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