Fermín Monasterio era el dueño del taxi con matrícula BI-125984, un novísimo Simca 1000. El 9 de abril de 1969, la Policía franquista entró a un piso franco de ETA en Bilbao y arrestó a Josu Abrisketa 'Txutxo', a Víctor Arana y a Mario Onaindia (años después secretario general de EE y hasta su muerte en 2003 presidente del fusionado PSE-EE alavés). Un cuarto huyó herido. Se llamaba Mikel Etxeberria 'Makaguen' y quiso escapar en el taxi de Monasterio. “Le dije al taxista que me llevase, cosa que no quiso hacer, a pesar de que le ofrecí 5.000 pesetas. Por lo que no tuve más remedio que matarle”, recoge el historiador Gaizka Fernández Soldevilla sobre este episodio. Así fue cómo este hombre se convirtió en la primera víctima civil de esta organización.
Su hija, Dori Monasterio, recogerá este viernes en Bilbao como las familias de 85 personas asesinadas por ETA entre 1968 y 1979 un cuaderno y una carta del lehendakari, Iñigo Urkullu, en la que se les ofrecen los máximos detalles de las circunstancias de crímenes que quedaron sin esclarecer o amnistiados, sin que hubiera respuesta judicial, en definitiva. “Es un reconocimiento oficial como víctima y un gesto de cercanía y cariño”, explican fuentes del Gobierno vasco sobre esta iniciativa que en próximas fases abarcará a 50 familias más. Se estima en 252 el número total de casos de estas características en Euskadi. Un reciente informe del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, dependiente del Gobierno central, estima que de todos los asesinatos de ETA a partir de 1978, esto es, después de la amnistía, 311 permanecen sin resolver.
Monasterio considera “reconfortante” que las instituciones recuerden a las víctimas. Se trata -repite- de “no pasar página”. “El asesino, ayudado por gente de aquí, huyó a Francia y de allí a México y Venezuela”, recalca. “Fueron unos años terribles. Terribles. La sociedad tenía miedo y callaba. Había quienes apoyaban todo lo que hacía ETA y había quienes no apoyaban pero callaban”, denuncia. La investigación de Fernández Soldevilla revela también que hubo errores de bulto en la investigación. “Makagüen pasó varios días escondido en un caserío del barrio San Juan de Orozco, que ya conocía. Pese a que había dejado el taxi en las inmediaciones, se benefició de la negligencia de las FOP [Fuerzas de Orden Público]. Según un informe del Ministerio del Ejército, a consecuencia de una disputa de competencias entre la Policía y la Guardia Civil, nadie registró aquel lugar. Una red de apoyo a ETA formada mayoritariamente por sacerdotes ayudó a Etxeberria a curarse, ocultarse y pasar a Francia”.
“Un par de días después del crimen, cuando volvió al colegio, su hija de diez años tuvo que escuchar de labios de una compañera: 'A tu padre no lo ha matado ETA, lo ha matado la Guardia Civil'. También resulta elocuente que el propietario del vehículo particular que había trasladado a Monasterio al hospital recibiese llamadas telefónicas y anónimos, en los que se le amenazaba de muerte, para que testificase 'que al taxista lo mató la Policía'. Una vez más, la propaganda consiguió reescribir lo sucedido, en parte gracias al contexto represivo. El arresto de los sacerdotes sospechosos de haber ayudado a Makagüen creó un conflicto entre las autoridades franquistas y religiosas del que ETA supo sacar partido. Apenas un mes después del asesinato, uno de sus dirigentes se congratulaba en un documento interno: 'Ya no era el problema de un militante de ETA que había matado a tiros a un taxista, sino un conflicto más general que iba descubriendo las raíces de la opresión nacional del pueblo vasco'”, abunda la investigación de Fernández Soldevilla.
Monasterio explica que vivió muchos años detrás de un “escudo protector” de silencio. “Tardé muchos años en decir quién era y en empezar a hablar de mi tema. ¿Que qué cambió? Cambió mi evolución personal. Me ayudó mucho la dirección de Maixabel Lasa y conocer a otras víctimas y oír sus memorias. Eran víctimas de todo tipo de violencia. Me ayudó a reforzarme como persona y a ir saliendo. Me desbloqueé y quité el escudo”, cuenta ahora. Ella es una de las personas que recorre colegios, institutos y universidades dentro del programa del Gobierno vasco Adi-Adian, que lleva desde hace años el testimonio de las víctimas a las aulas. “No vamos sólo víctimas de ETA, sino víctimas de distintas violencias. Los chavales lo reciben muy bien. Ellos no tienen ni idea. Que no se olvide, que no se pase página. Vivimos la dictadura franquista y luego continuó la dictadura con ETA”, afirma. Ella fue también una de las voces que se escucharon en los actos recientes con motivo del décimo aniversario del final del terrorismo, en su caso con una charla en el Memorial de Vitoria.
Como el de Fermín Monasterio hay otros cinco casos amnistiados. Su hija no vería mal que las posibles modificaciones en relación a la amnistía para abrir la puerta a investigar crímenes del franquismo permitan también esclarecer atentados terroristas. “Todo lo que sea esclarecer esa memoria histórica es bien recibida. Pero para mí llega tarde”, lamenta. El asesino falleció en 2017, a los 71 años, y recibió un “homenaje público” como miembro “histórico” de la izquierda abertzale en la zona de Llodio. En una entrevista, denunciaba el “calvario” que le supuso la tortura policial. “La tortura tiene como objetivo destruir al enemigo. La tortura es para tener un pueblo aplastado. La tortura es el terrorismo principal que emplea el Estado opresor. Es para colonizar bajo su bota y arrinconar los deseos de libertad”. En una carta en 'Berria' tras su muerte, un familiar contaba que le disparó porque “le denegó la ayuda y se le echó encima”. “No le quedó más remedio, actuó en defensa propia”, añadía.
En el resto de homenajeados está también el agente de la Guardia Civil José Antonio Pardines, primera víctima de ETA en 1968. Los casos llegan hasta 1979, ya en democracia. Una de las víctimas ese año fue la joven Hortensia González. El día de los Reyes Magos y como “aviso a todos los enemigos de Euskadi y, personalmente, a sus familiares”, fue asesinada junto a su novio, un agente de la Guardia Civil, Antonio Rodríguez Gallardo. “La pareja fue ejecutada en una señal de stop cuando volvía de pasar la noche en una discoteca de Beasain. Dos terroristas se situaron en los laterales de su coche y los ametrallaron matándolos en el acto. Antonio presentaba ocho disparos y Hortensia, que iba de copiloto, diez”, cuenta la documentación oficial. “El cuerpo de Antonio se desplomó sobre el claxon, que estuvo sonando durante casi media hora sin que nadie se acercara a socorrerles, pese a que eran muchas las personas que en esos momentos salían de la sala de fiestas. Su muerte causó una fuerte conmoción en la sociedad, ya que era la primera vez que ETA dirigía sus atentados contra una mujer vinculada personalmente a miembros de las fuerzas de orden público”, explica el Gobierno vasco.