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Indalecio Prieto, el socialista que trató de ‘republicanizar’ la cuestión vasca

Ricardo Miralles, durante la presentación del libro 'Indalecio Prieto. La nación española y el problema vasco. Textos políticos', acompañado de los también historiadores José Luis de la Granja y Antonio Rivera

Rubén Pereda

Decía Leizaola, el que fuera ‘lehendakari’ en el exilio, que el siglo XX no podría entenderse sin la figura de Indalecio Prieto. La “cuestión vasca” le preocupaba, era importante para el proyecto de España que tenía en mente, y por ello dedicó esfuerzos a un estatuto que ha llegado incluso a conocerse como “el de Prieto”. Ovetense de nacimiento, pero bilbaíno de adopción, tuvo un papel destacado en la vida política española, sobre todo, durante la Segunda República, y, además de importantes intervenciones parlamentarias, fue autor de una gran cantidad de escritos. Sus ideas quedaron diseminadas en la correspondencia que mantuvo con otras figuras relevantes y en artículos para ‘El Liberal’, el diario de sus amores, el que despertó su vocación periodística y del que acabaría siendo propietario. Ahora, el historiador donostiarra Ricardo Miralles recoge una selección en ‘Indalecio Prieto. La nación española y el problema vasco. Textos políticos’, un libro que ahonda en la figura del socialista y trata de brindar luz sobre la “cuestión vasca” a partir de la sistematización de su obra.

Prieto vivió los grandes acontecimientos de la España de la primera mitad del siglo XX y adquirió el papel de protagonista en ellos. “Su afiliación socialista fue el resultado de su recorrido vital —asegura Miralles—. Fue un verdadero socialdemócrata antes incluso de que existiese la socialdemocracia como tal”. Su proyecto era España, un país que quería democratizar, regenerar e impulsar. Dentro de ese gran cuadro, concibió la autonomía vasca como una fórmula de unión, integral. “Su gran mérito fue rescatar la antigua foralidad, la nacionalidad vasca de raíces etnicistas, para encauzarla en un modelo de nación integral en el que cupiesen todos”, asegura Miralles, que dedica una parte importante del libro a explicar cómo el ovetense enfrentó la “cuestión” o el “problema vasco”.

El Estatuto como proyecto “integrador” y “unionista”

De ser enemigos acérrimos en 1931, Prieto y José Antonio Aguirre, el histórico dirigente del PNV, pasaron a ser estrechos aliados en 1936. De su mano se produjo, de acuerdo con Miralles, el nacimiento institucional de Euskadi como entidad jurídica y con personalidad. Siempre comprendió el Estatuto como una cesión del Estado y hablaba de “disfrutar” de él. En todo momento trató de ‘republicanizar’ la cuestión vasca, para incorporarla al conjunto de España y así poder abordarla mejor. Sin una España democrática, el Estatuto no sería posible, y viceversa.

Entendió el Estatuto como una ley republicana que instauraba un nuevo modelo de integración territorial. El socialista se opuso diametralmente y en todo momento a los intentos de los nacionalistas de hacer ver la victoria estatutaria como el reconocimiento de una realidad nacional anterior. De hecho, arguye en el libro Miralles, Prieto fue padre de Euskadi, pues fue a partir del Estatuto cuando se reconoció por primera vez como una realidad jurídica. Para él, la política tenía que ser pragmática, no trascendental, y este episodio tan relevante es un buen ejemplo de ello.

La revolución, el “error” de Prieto

También repasa Miralles, en la primera parte del libro, la relación entre Prieto y España, su gran proyecto. Se decía a sí mismo “socialista a fuer de liberal”, y tenía grandes planes para emplear el Estado con el fin de regenerar e impulsar un país al que le veía potencial y que creía que podía colocarse a la altura de sus vecinos europeos. Fueron los treinta unos años convulsos y la Segunda República, el periodo político en el que más activo se mostró Prieto. Llegó 1934 y la situación comenzó a tensarse, lo que sacó de él su versión más radical. Fue autor, de hecho, de un documento revolucionario que Miralles revisa y que preveía cambios de fondo en la sociedad española, en materia de educación y religión, entre otros. La temperatura siguió en aumento y en una sesión de las Cortes llegó a apuntar con su pistola a un miembro de la CEDA. Unos pocos meses después, en octubre, vino ya el “error” de Prieto, cuando apoyó la revolución. Participó incluso, de manera personal, en la compra de armas. Años después, en el exilio, reconocería que se había equivocado, que había sido un “error”. Miralles dedica unas cuantas páginas a analizar este relevante episodio, que marcó un antes y un después tanto en el PSOE como en la historia de España.

Su dedicación a Euskadi se mantuvo hasta el final. De hecho, cuando falleció, exiliado en las lejanas tierras de México, estaba trabajando en un escrito sobre su amada Bilbao, aquella ciudad que lo adoptó y nunca pudo ya olvidar. Aunque hayan transcurrido cerca de seis décadas de su fallecimiento, en un momento en que se discute la reforma del Estatuto, las ideas de Indalecio Prieto vuelven a estar de actualidad y sirven para entender la coyuntura actual. Como alguien dijo alguna vez, la historia no se repite, pero rima. Los textos de Prieto, seleccionados con mimo por Miralles, son una buena guía para navegar, en clave asonante y consonante, por la realidad del pasado y por la del presente.

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