La pandemia de la COVID-19, así como las estrategias y políticas utilizadas para evitar su propagación, como el confinamiento o el aislamiento social, han traído consigo efectos negativos en la salud mental de la sociedad en general y de las personas mayores en particular. Además de ser la población más vulnerable frente al virus debido a su rango de edad, el aislamiento social y familiar y la incertidumbre sobre su futuro y el de sus familiares ha deteriorado significativamente el estado de ánimo de las personas mayores, agravando sus patologías previas y generando nuevas como depresión, ansiedad o el miedo a la muerte. “A pesar de que las personas mayores no suelen debutar con ataques de pánico, sobre todo a raíz de la pandemia han aumentado los casos de angustia por su propia muerte. No solo preocupa el miedo a morir, preocupa también cómo morirán. El problema que más frecuentemente aparece en personas mayores fuera de la demencia, son los trastornos depresivos”, explica Wenceslao Peñate, doctor en Psicología y catedrático en la Universidad de La Laguna (Tenerife).
Las psicopatologías más comunes en personas mayores son las demencias, el dolor crónico, los trastornos afectivos y los trastornos de ansiedad, pero también pueden sufrir trastornos psicóticos, disfunciones sexuales, problemas de sueño y abuso de sustancias, entre otros. Con el objetivo de dar a conocer el estado de la salud mental de las personas mayores y muy mayores durante la pandemia, la situación de los trastornos neurodegenerativos y reconocer los recursos personales, psicológicos y comunitarios para abordar estos problemas, a lo largo de esta semana un grupo de expertos en Psicología participarán en el curso 'La salud mental en las personas mayores (a propósito de la pandemia)' dentro de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
Según detalla Peñate, las demencias en las personas mayores aumentan significativamente con la edad. Entre un 5% y un 7% de las personas mayores de 65 años sufre demencia, pero la cifra aumenta hasta un 30% en el caso de las personas mayores de 85 años. “Existe la demencia y la pseudodemencia. Ésta última incluye problemas de memoria y el deterioro cognitivo pero asociado a la depresión y, hasta ahora, cuando la depresión o los trastornos afectivos remitían, los síntomas de pseudodemencia también remitían o desaparecían. Sin embargo, con la COVID-19 no se ha observado ese efecto y los datos indican que aquellas personas que tienen pseudodemencia ahora tienen una mayor dificultad de recuperación. Se trata de una mala noticia porque hasta ahora si nos encontrábamos con un diagnóstico de pseudodemencia sabíamos que si abordábamos bien la depresión iba a desaparecer”, lamenta.
Entre los trastornos psicóticos más comunes que afectan a las personas mayores, los expertos han destacado la paranoia sobre todo debida a la pérdida auditiva, las ideas delirantes relacionadas con familiares, amigos y sus cuidadores y el estigma. “Algunos expertos en envejecimiento suelen plantear si es necesaria una psicopatología de la vejez, distinguiéndolo con el resto de los adultos. Personalmente tengo bastantes dudas, yo creo que si no tuviéramos estigmas negativos sobre las personas mayores podría ser útil hacer una especialización de los trastornos mentales en la vejez para que tuvieran un tratamiento más específico, pero no sé si hacerlo sería añadir un elemento más en el ámbito científico para seguir segregando a las personas mayores”, advierte Peñate, quien explica que los datos confirman que las personas más afectadas psicológicamente a raíz de la pandemia son las que entran en el rango de edad de entre 18 y 34 y que por lo tanto “no hay ningún motivo para seguir segregando, pero sí para atender específicamente los problemas de salud mental de las personas mayores”.
¿Qué hacer para prevenir el deterioro de la salud mental?
Para lograr que las propias personas mayores puedan enfrentarse en su día a día a este tipo de situaciones y mejorar su estado anímico, el también doctor en Psicología e investigador en la Universidad de Granada, Raúl Quevedo, ha mostrado algunas claves basadas en el envejecimiento activo. Entre ellas, ha destacado la “higiene del sueño”, es decir, fomentar unas correctas condiciones que favorezcan un descanso y sueño reparador, debido a que la mitad de las personas mayores de 80 años sufren de insomnio; la buena alimentación y el ejercicio físico y el abandono del consumo de alcohol y tabaco.
“La pérdida de sueño tiene como efectos negativos la reducción de la eficiencia psicomotora que aumenta el riesgo de caídas y accidentes, el empeoramiento de la función cognitiva, la disminución de los sentimientos de bienestar, del disfrute de las relaciones interpersonales, la reducción de la calidad de vida y el aumento del riesgo de ansiedad, depresión y abuso de sustancias”, sostiene Quevedo, que para evitar que esto ocurra recomienda que las personas mayores no consuman productos con cafeína, no beban alcohol 6 horas antes de irse a la cama, no hagan cenas abundantes, pero que tampoco se acuesten con hambre o sed y que ni coman ni beban si se despiertan en mitad de la noche. Además de ello, recomienda levantarse y acostarse todos los días a la misma hora, no dormir siesta o dormir una siesta de menos de 30 minutos y establecer una rutina para antes de acostarse.
A modo de conclusión, Quevedo señala que los hábitos y las estrategias saludables son importantes en todas las edades, pero adquieren aún más importancia en las personas mayores. “Cambiar los hábitos y rutinas de las personas mayores, y más cuando incluyen abusos del consumo de sustancias como el alcohol o el tabaco, es difícil y requiere una elevada motivación por parte de los participantes, pero los resultados demuestran que son eficaces”, concluye.