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Los marrones de doble detonación anunciarían, a las nueve y media en punto, el comienzo de los “fuegos de regocijo”, que es como se refirió 'La Voz de Guipúzcoa' del 15 de agosto de 1892 a la fiesta pirotécnica que iluminó el cielo oscuro que se cernía aquella noche sobre la playa donostiarra de la Zurriola. Después vendrían “cohetes y bombas de todas las clases” distribuidos en un total de doce 'plantones', de nombres tan rimbombantes como 'El árbol de desmayo', 'La multiplicación de las estrellas', 'El novelesco Brisán o la cascada' y 'Gran disparo de lluvia de oro'. Más de un siglo y un cuarto después, el agosto donostiarra se sigue distinguiendo por sus espectáculos pirotécnicos, si bien enfila su segundo año sin ellos a causa de la pandemia de COVID-19, que ha conllevado la suspensión de las fiestas de la ciudad.

Todos estos datos sobre la pirotecnia y los espectáculos de fuegos artificiales los compendia Félix María Goñi en el libro 'Fuegos artificiales en Euskalherria: pirotecnia y pirotécnicos', un recorrido histórico por los hitos de la disciplina salpimentado de apostillas personales y acompañado de un diccionario biográfico de las figuras más importantes que ha brindado esa tierra. “Cuando uno se mete en la pirotecnia, ya no sale”, ha apuntado sobre su pasión por la disciplina en su intervención en uno de los Cursos de Verano organizados por la UPV/EHU.

El festival de fuegos artificiales de Donostia surgió al calor del de Cannes, que fue pionero en Europa en los años sesenta del siglo XX. “Lo cierto es que los impulsores de la idea no pudieron ni soñar en el éxito que había de tener el concurso. En la actualidad, y desde hace ya bastantes años, la pirotecnia es la verdadera religión ecuménica de mis paisanos, y las familias sacan de sus casas a niños de teta lo mismo que a ancianos postrados para ir a ver a los fuegos”, escribe Goñi en su libro, que, con Cannes ya desaparecido, eleva a Donostia a un podio mundial en el que la acompañan Mónaco y Montreal. Los ingredientes de la receta, a diferencia de en épocas pasadas, no son un secreto para nadie: unos gramos de sodio dan amarillo, mientras que el bario resulta en verde; el estroncio es el elegido para conseguir el rojo, pero el litio es la apuesta cuando se quiere que el estallido sea rosa; el calcio, por su parte, aporta el blanco. Lo importante, más que los ingredientes, es la forma de 'cocinarlos': “En otros tiempos se apreciaba el color, pero ahora todo el mundo tiene los mismos. Las formas también van a ser las mismas. ¿Qué queda? El ritmo del disparo, que el espectador, sin saber nada, nota. Hay que decidir en qué orden y cómo disparar las carcasas”, apuntaba Goñi este jueves. Y se fija en el uso del ruido como uno de los elementos que diferencian unas 'firmas' de otras: “Es algo en lo que nunca nos ponemos de acuerdo: hay a quienes les gusta más el ruido y otros a los que les gusta menos. Mi experiencia me dice que siempre tiene que haber ruido, ya sea mucho o poco, porque se puede usar tanto para marcar el ritmo o de manera tronadora en un momento...”.

La pirotecnia es la verdadera religión ecuménica de mis paisanos, y las familias sacan de sus casas a niños de teta lo mismo que a ancianos postrados para ir a ver a los fuegos

La pandemia de coronavirus ha dejado a Donostia sin uno de sus atractivos turísticos, un concurso que atrae a firmas pirotécnicas de prestigio y que congrega a los donostiarras en puntos estratégicos de la ciudad. Les tensa el cuello al tenerles mirando hacia el cielo, iluminado en plena noche, durante unos veinte minutos que se hacen cortos. Recogía 'El Diario Vasco' en sus páginas una anécdota que ilustra lo enraizados que están los fuegos en el sentir donostiarra. En 2020, con el espectáculo suspendido, unos “extraños sonidos” sorprendieron a los viandantes. “Varios individuos lanzaron unos fuegos artificiales desde la orilla de La Concha. Lo que se conoce como 'caja china' llevó a la confusión a muchas personas. El ruido y el resplandor de los fuegos fueron seguidos desde los barrios altos de la ciudad. Muchos se preguntaron: '¿Pero hay fuegos?'”.

Aunque el festival internacional es lo que ha significado a Donostia como capital de los fuegos artificiales, la tradición tiene mucha más solera y va mucho más atrás en el tiempo. “La Bella Easo tiene a sus espaldas un largo historial de tradición pirotécnica en honor de sus visitantes veraniegos, ya desde Isabel II, en cuyo honor se disparó una impresionante colección el 11 de julio de 1848”, apunta Goñi, por ejemplo. Y fueron varias las sagas familiares que se encumbraron en la ciudad: desde los Esnaola de finales del siglo XIX hasta los Martínez de Lecea de comienzos del XX. Con tanto éxito se granjearon estos últimos la fama que, según cuenta Goñi, podían permitirse tener un almacén en la vecina Hernani porque sabían que serían los elegidos para lanzar fuegos en alguna fecha señalada.

Pero si hubo unos fuegos cuya pólvora quedó impregnada en la memoria donostiarra, señala Goñi en su libro, esos fueron los que impresionaron al conde Ciano en 1939. Este conde no era otro que el yerno de Benito Mussolini, por aquel entonces 'duce' italiano. Llegó a Donostia para entrevistarse con Francisco Franco el 12 de julio. “En una época en que los periódicos hablaban de lo que Franco hizo ayer, pero nunca de lo que iba a hacer mañana, la entrevista de marras era ya anunciada por los rotativos donostiarras desde el día 1 de aquel mes”, relata Goñi. Y, efectivamente, la reunión se celebró en la fecha anunciada y, ya concluida, el conde, acompañado de su gente de confianza, cenó en el Club Náutico y disfrutó después de unos fuegos artificiales que corrieron a cargo del alavés Policarpo Martínez de Lecea. Goñi transcribe una crónica de 'El Diario Vasco' que se refiere a la ocasión en los siguientes términos: “La noche en calma era ideal para esa fiesta náutica nocturna. Millares de luces silueteaban la isla de Santa Clara, el Urgull e Igueldo. En este monte aparecía con grandes letras rojas la inscripción luminosa Franco, y en el Castillo, también en igual tamaño y en rojo, Duce. [...] Muchas embarcaciones iban arrojando sobre el agua brazadas de cohetes que al estallar resplandecían como volcanes, produciendo un efecto verdaderamente de maravilla. En los montes y desde la terraza del Acuarium se lanzaron millares de cohetes, ardían infinidad de bengalas y en sorprendente fosforescencia del fondo de la noche surgía un fantasmagórico paisaje de maravilla. Fue un espectáculo en verdad único que tuvo un final digno. Si alguna vez cabe decir que termina con broche de oro una fiesta, esta vez ha sido. San Sebastián hace así de bien las cosas. Mejor no habrá pueblo que las haga. Lo hacemos constar como donostiarras satisfechos y sin olvidar la calidad de muchas de las personas que presenciaron tan maravilloso espectáculo nocturno en nuestra bahía incomparable”.