El paraje de Endarlatsa es un cruce de caminos que separa los territorios de Gipuzkoa, Navarra y Lapurdi. Un meandro del río Bidasoa hace las veces de frontera natural entre España y Francia, pero hay que viajar una decena de kilómetros hacia el centro de Irún para encontrar los puentes de Biriatou, Behobia o Santiago. La única posibilidad de pasar la muga es cruzando el río, de aguas gélidas y fuertes corrientes en esta época del año -en realidad es peligrosísimo en cualquier momento-, para después enfrentarse a un terreno escarpado que oculta un recoleto pueblo con casas de estilo vascofrancés y caminos forestales en los que no caben dos coches. Hace unos días, el muro invisible levantado por la Policía Nacional francesa desde hace años en todos los pasos para impedir el acceso al Hexágono de migrantes -con los que practica devoluciones en caliente a la vista de cualquiera- forzó a que otra persona se echara al agua. El viaje que soñaba cuando partió de Costa de Marfil se acabó abruptamente, ya que falleció. No es el primer caso. De hecho, es el tercero en poco tiempo, aunque cada vez se dan en puntos más alejados de los pasos fruto de la presión policial.
El lugar en el que fue rescatado del agua el cadáver de este joven es solitario, sobre todo al caer la noche preinvernal en medio de los primeros temporales del año. Apenas hay media docena de viejas casonas por allí y se ven algunos vehículos abandonados. Por la zona circula una vía ciclista y hay una estación de medición de las aguas del Gobierno de España. Justo al saltar de Irún a Bera, esto es, de Gipuzkoa a Navarra, hay un monumento centenario en memoria de una treintena de agentes de los antiguos Carabineros españoles, un cuerpo que vigilaba las fronteras y que luego se integró en la Guardia Civil. Fueron fusilados por carlistas. Desde su ventana, un vecino explica que el pasado fin de semana fue la primera vez que vio llegar migrantes a esta zona para intentar entrar en Francia. Eran cuatro y se bajaron de un vehículo que luego abandonó el lugar. No era un taxi -razona- porque no tenía placa de matrícula azul. Las autoridades españolas han desarticulado ya varias mafias que se lucran ofreciendo alternativas a los extranjeros que quieren entrar en Francia y no pueden por los controles. Se les conoce como “pasantes”. Se desconoce qué ocurrió con los otros tres ocupantes del coche pero uno perdió la vida en el agua. Tenía 38 años y buscaba un futuro mejor en Europa.
Los otros dos precedentes, de primavera y de verano, se produjeron en puntos mucho más próximos al casco urbano de Irún. Se llamaban Yaya Karamoko (Costa de Marfil, 29 años) y Abdoulaye Koulibaly (Guinea Conakry, 18 años). Antes, un eritreo de 21 años se suicidó. Y tres jóvenes que ya habían entrado a Francia fallecieron al ser arrollados por un ferrocarril en Ziburu. Más personas han sido rescatadas del agua, en algún caso por vecinos de cualquiera de los lados de la muga.
Francia instituyó una política de controles permanentes en lo que supuestamente es un punto de libre circulación dentro del espacio Schengen allá por 2015. Lo justificó como una respuesta a los ataques yihadistas, que ese año fueron varios, primero el de ‘Charlie Hebdo’ y después los de París en otoño. La realidad práctica es que los agentes de la Policía Nacional francesa, que han instalado garitas permanentes en los puntos de paso más comunes, solamente detienen a personas que no sean de piel blanca, ya que el resto de personas que cruza la muga lo hace con la relativa normalidad que permite la pandemia. De hecho, ni siquiera se solicita el denominado pasaporte COVID que resulta obligatorio. Es la misma Francia que protesta ante el Reino Unido por los flujos migratorios y por los fallecidos en el canal de La Mancha. Por el contrario, en el viaje de Francia a España sí se cumple la libre circulación entre países de la Unión Europea. La Policía Nacional española y la Guardia Civil hacen vigilancias y patrullan pero no filtran todo el tránsito de personas y vehículos.
Omar es de Malí y tiene 17 años. Hasta el momento, no ha intentado cruzar a Francia por el río pero su paciencia empieza a agotarse tras tres intentos fallidos y tres devoluciones en caliente por los pasos de Santiago y de Ficoba. Llegó a principios de septiembre a España, a Canarias. Antes partió de su país y cruzó Mauritania. Después saltó a la península y, vía Valladolid, acabó en Irún. Cuenta que tiene familia en Francia y que tiene que reunirse con ellos. En ningún momento oculta su edad. Muchos menores en tránisto prefieren ponerse años y parecer adultos.
Con un amigo de “18 años”, prepara la estrategia bajo una marquesina de autobuses urbanos desde la que se divisa el control policial. En la noche de este viernes, junto a la caseta de obra que hace las veces de garita, hay una patrulla y una furgoneta de refuerzo de las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS), los antidisturbios de la Policía Nacional francesa. En una mochila, tienen ropa de varios colores para tratar de despistar a los agentes. Tiene hasta varios pares de zapatillas. Rompen los papeles que les entregan cuando les impiden el paso para no ser identificados tan fácilmente.
Mamadou -nombre ficticio del segundo joven- va a ser el primero en intentar entrar en Francia. Le da igual dejar atrás unas zapatillas en la marquesina. Cruza al otro lado de la acera, donde hay un Burger King y está el conocido Bar Faisán, que motivó una investigación judicial por un supuesto chivatazo a ETA. Atravesará el puente por el lado de la calzada de entrada a España, el más alejado de las patrullas. La lluvia le permite utilizar un paraguas gris que, ladeado, no deja ver su color de piel. Cruzándose con un ‘runner’ y detrás de otros paseantes, cruza la línea invisible. Nadie lo ha detenido, al menos en el primer filtro. Pero se han denunciado casos de migrantes que habían llegado incluso a Burdeos y que han sido devueltos a España.
Es la hora de Omar. Está algo nervioso, aunque le anima la llamada de su compañero desde el otro lado. Él también se cubrirá con un paraguas. Cuando falta poco para su intento, un todoterreno de la Guardia Civil se detiene junto a la marquesina. El joven explica que los agentes españoles y, en general, quienes le han tratado en su estancia temporal le inspiran confianza, a diferencia del control que sigue mirando fijamente al fondo del puente sobre el Bidasoa. La patrulla verde se marcha y, ahora sí, Omar emprende la marcha. Cruza también la acera y ladea su paraguas, esta vez negro. Pero, sin llegar a entrar en el puente ya está claro que va a ser interceptado. Un agente con chaleco reflectante ha salido de la garita al ver sus intenciones. Ni siquiera hay papeleos ni identificaciones ni comprobaciones de edad: un ‘media vuelta’ por el color de su piel y hasta la siguiente intentona. Omar vuelve destrozado a la marquesina. Pregunta si hay alguien que lo pueda meter en el maletero de su coche, uno de los cientos que pasan y pasan sin controles. Tras despedirse de los periodistas, saca de su mochila el enésimo cambio de vestuario. Ahora llevará ropa clara para volverlo a probar. Es esta desesperación la que empuja a otros a echarse al agua con sus pertenencias.
Ante este tapón, la Cruz Roja gestiona un centro de acogida del Gobierno central. Se ubica en un antiguo concesionario, pero tiene un tope de noches de estancia y a veces obliga a pernoctar en la calle. Así lo ha denunciado la plataforma Irungo Harrera Sarea, que asesora a los migrantes y convoca movilizaciones denunciando las políticas “racistas” de Francia. La última tuvo lugar después del último fallecimiento y fue secundada por cientos de personas con velas y luces de ambos lados del Bidasoa. Según datos del Gobierno vasco, las personas “en tránsito” que han sido atendidas en Irún en lo que va de 2021 son ya 6.887, el dato más alto de los últimos cuatro años. Fueron 3.493 en 2020, 4.244 en 2019 y 5.837 en 2018 –aunque exclusivamente de junio a diciembre-. En total, la cifra de personas que han pasado por Hilanderas llega a 20.461.