“A los bancos lo único que les vale son las cifras, y lo que ganas. Lo que percibes. Ellos no escuchan ni si tienes recibos de agua pendiente, ni si no tienes para comer, ni si tienes hijos o no”, expresa con resignación Marta, una madre que vive bajo la sombre del desahucio de su vivienda. “Desde el momento en que un elemento tan primordial como es la vivienda para el bienestar y desarrollo de una niña o un niño queda en un segundo plano, y priman los intereses de una entidad financiera, la vulneración de derechos de los niños que viven en esa familia es una realidad”. Es una de las conclusiones del estudio Los derechos de las niñas, niños y adolescentes en situación de desahucio. El caso de Gipuzkoa“, que se ha realizado en la Universidad del País Vasco (UPV).
Partiendo de la idea de que los derechos humanos son interdependientes e indivisibles, en los procesos de desahucio se vulneran los derechos de la infancia. En estos procesos, la infancia no tiene oportunidad alguna de exigir sus derechos por sí misma, ni tampoco mediante representación“, apuntan los autores del trabajo.
Que los derechos de la infancia queden vulnerados en los procesos de desahucio no es algo puntual, es algo que va a perdurar en el tiempo. “La deuda que tienen sus madres y padres no cesa con la pérdida de la vivienda. La deuda será la mochila que lleve la familia durante muchos años, y gran parte del ejercicio de sus derechos se verá influenciado por esa mochila. La imposibilidad de volver a pedir un préstamo, la dificultad de conseguir contratos de luz o teléfono, el embargo de cierta cantidad del sueldo una vez encontrado un trabajo, la necesidad de buscar un trabajo sin contrato para que no les embarguen el sueldo, o aparecer en listas de morosos impide comenzar la vida desde cero”.
El trabajo se ha basado en el testimonio de varias madres al borde del desahucio, trabajadores sociales y abogados de la Plataforma Stop Desahucios Gipuzkoa. En el caso de las madres que han participado, el desempleo era la causa por la que no habían podido hacer frente al pago de las cuotas del préstamo que en su día adquirieron con el banco. No obstante, a lo largo de las entrevistas los autores del trabajo pudieron constatar cómo las causas y los perfiles de las personas afectadas por
estas situaciones estaban cambiando. Al principio, “el desempleo había afectado a las familias más vulnerables y ahora estaba afectando a las clases medias, a autónomos, fiadores, avalistas, pequeños empresarios y, en especial, a las mujeres divorciadas que se habían quedado con el domicilio familiar”. Uno de los abogados consultados explicaba que “hay un grupo particular de gente que está viviendo esto con especial crueldad. En los divorcios donde a la madre se ha adjudicado la custodia de los menores, y la sentencia de divorcio dice que la hipoteca ha de ser pagada, por ejemplo, al 50% entre los progenitores u otros porcentajes. ¿Entonces, qué ocurre? Que la madre, aunque con sus recursos, su trabajo, pague su parte de hipoteca, hay una parte que igual el padre no la paga”.
En los testimonios se puede apreciar cómo, desde el momento en que se tenía conocimiento de un posible desahucio, aparecían los sentimientos de culpabilidad y de vergüenza. Marta, una de las madres expone: “Lo primero que piensas es que has metido la pata, que la has cagado. Lo primero que te viene a la mente es la culpa, de sentirse mal por no poder pagar la hipoteca, pero también por no poder tener algo para dar de comer a tus hijos. Es duro, [y encima] ¡que yo tenga que venir a mendigar comida a Cáritas!”.
El rendimiento escolar empeora
De los testimonios se puede extraer que el comienzo de la dinámica de impago trajo consigo un incremento de las discusiones en la familia, como resalta una de las hijas de las madres entrevistadas. “Una vez hubo una discusión muy fuerte y entonces el aita se fue. Hizo la maleta y se fue. Ahí pues sí tuve miedo de que mis aitas se separaran”
En el caso de Lourdes (nombre ficticio de otra madre), decía que su hija, en un principio, sentía frustración y vergüenza por la situación en la que se encontraban, sentimientos que mostraba con reproches hacia la madre y llegando “a las manos”.
El cambio de círculo de amistades en la infancia también es visible en las entrevistas. Lourdes explicaba que su hija había cambiado tres veces de círculo de amistades tras empezar el problema del desahucio. A su vez, Marta y Andrea también aluden a este cambio de amistades. El nuevo círculo de amistades de las participantes era definido por todas ellas como una “mala influencia”, hasta el punto de tomar la decisión de un cambio escolar. Según Lourdes, “se empezó a juntar con otra gente más marginal, digo marginal porque ya son extremos, gente que no iba al colegio, que estaban sin escolarizar”. Este cambio de amistades se reflejó en la disciplina y en la actitud de la infancia, con ejemplos como empezar a faltar al colegio, robar dinero, o “meterse en follones”.
Los resultados muestran que, en el momento en el que las niñas y los niños percibieron lo que estaba sucediendo, su rendimiento escolar comenzó a empeorar. Una trabajadora social entrevistada recalca: “Cuando ve que en casa falta dinero, que los padres están nerviosos porque no hay dinero, que la comida que hay escasea completamente, muchas veces incluso nutricionalmente no estás bien, es más fácil que caigas enfermo y todo, y que estés más desatento y más cansado en clase y no tengas ganas de lugar”.