La muerte llega cuando menos te lo esperas. Por pronto que nos parezca. Txema Blasco (José María Blasco Echeguren, 1941) ya nos falta pero parece que fue ayer cuando le estábamos escuchando reír y haciendo bromas por última vez, conectando una respuesta con otra y sacándole punta brillantemente graciosa a todo y a todos. Su humor era innato. Pura filosofía.
Txema, te has ido, pero solo en una pequeña parte. Tu ingenio y personalidad perdurarán siempre entre quienes tuvimos la suerte y el honor de conocerte. Todavía no nos creemos que ya no estés, pero siempre vas a permanecer entre quienes te hemos querido. Porque eres imposible de olvidar.
Aunque no le ha dado tiempo ni a cumplir los 83 (lo hacía el 13 de julio) Txema Blasco pasa a la historia como el actor alavés por excelencia. Un hombre hecho a sí mismo. Enamorado del teatro, como actor y director, quien tras una carrera de vida en los escenarios alaveses quiso dar el paso al profesionalismo y se enfrentó, con 50 años, a un camino lleno de obstáculos que le costó tantos éxitos como disgustos. Hasta convertirse en uno de los mejores actores secundarios del panorama español. No lo tuvo fácil. Marcharse a Madrid y vivir en pensiones con otros actores como Javier Gutiérrez o Tomás del Estal tuvo claros y oscuros, durezas y costuras.
Buena parte de su éxito estaba en su campechanía, humildad, sencillez y una rapidez mental que no tenía límites. Él lo achacaba a las más de 4.400 actuaciones que había protagonizado haciendo de payaso con los Hermanos Chetti, gran parte de ellas formando pareja junto a su inseparable Tito Aldama, el que fuera a su vez partenaire de bertsolaris como Xabier Amuriza o integrante del mítico grupo Hertzainak. Chetti, a la italiana, con ‘Che’ de Chema y ‘Ti’ de Tito. ¡Vaya pareja, tan disparatada como genial! Igual de exitosa que la que también formó con Arturo Beloki.
Un buen número de la actuaciones de este dúo de payasos eran desinteresadas. Txema aprendió el oficio de Ramón Jiménez ‘Zape’, encarnación del personaje Ramontxu, al que acompaño un buen día al sanatorio de Leza. La figura del payaso cautivó a Txema e integró su apariencia al niño travieso que llevaba dentro, aquél que se subía a los tejados de la calle Rioja número 20 para hacer equilibrios imposibles y observar su ciudad con los ojos de quien nunca la había visto antes.
Mientras hacía reír, el inquieto Txema Blasco despuntó en su querido y amado teatro. Compaginó esta afición cosustancial con producciones audiovisuales que por entonces surgían en una ciudad periférica pero ávida de material cinematográfico. Corrían lo años 70 y participó en una producción de 16 milímetros con el título de ‘El sacamantecas’, dirigida por Jesús del Val. Su papel aumentó de rango en el primer cine en super ocho con sonido directo que se hizo en Vitoria-Gasteiz. Fue Ramón Aguirrezabal el que dirigió en Narvaja ‘El cura alavés’, bien acompañado por un gran grupo de cineastas locales.
Txema compaginó aficiones con la profesión de contable en Aranzábal y fue un lince con la mecanografía y como vendedor de cursos en CCC. Tras una vida en el teatro se inició en el cine, despacio pero seguro, con las películas La fuga de Segovia (Imanol Uribe, 1981) y Fuego eterno (José Ángel Rebolledo,1984). Poco después intervino en una producción señera como Tasio (Montxo Armendariz, 1984) y tras otras colaboraciones, llegó Alas de Mariposa, del genial Juanma Bajo Ulloa, en 1991. Ese año fue clave porque también participó en Vacas, quizá su película favorita. Tras finalizarla y preguntar a Julio Médem si le veía como actor profesional, la respuesta afirmativa del director donostiarra transformó la vida de Txema y su Familia, a quienes prometió que nunca les iba a faltar de nada. Y desde ahí hasta ser un miembro más de casa en la serie 'Cuéntame', hecho que le dio conocerse en todos los hogares españoles.
Hasta 103 series de televisión y 82 largometrajes dice la Wikipedia que han recibido sus sabias aportaciones. Porque Txema no era de los que no decía sí a todo y proponía sin cesar soluciones o ideas a los directores que le intentaron encauzar. Y es que la improvisación era una de sus principales bazas. Eso y que la pantalla le quería. Fue clave su aspecto. Siempre que un director necesitaba a un actor que interpretara el papel de persona mayor llamaban a Txema porque su edad siempre parecía superior a la que tenía.
Personalmente me quedo con la mejor interpretación que he nunca visto hacer a nadie del caballero de la triste figura en Las locuras de Don Quijote (Rafael Alcázar, 2006) ¡Vaya dicción, qué manera de hacer que actor y personaje coincidan en un mismo tono, alineados!
En sus progresos, Txema lo que en realidad quería era que su padre se sintiera orgulloso de él. Lo pudo comprobar cuando descubrió que su progenitor guardaba recortes de todos sus éxitos, artículos y entrevistas.
A pesar de lo injusta que fue con él en ocasiones la profesión, siempre estuvo dispuesto a ayudar a todo el que se lo requirió. Hasta tal punto fue su generosidad que, sin comerlo ni beberlo, se convirtió en el actor español que más cortometrajes ha rodado. Es difícil dar cifras. Puede que haya bordeado los 200. No lo hizo con intención de batir marcas, sino con la misión de ayudar a los directores noveles que pretendían dotar a sus producciones iniciáticas de un primer espada, alguien con experiencia. Entre ellos apoyó los orígenes de Kepa Sojo, Unax Ugalde o Paul Urkijo y siempre estuvo pendiente de sus evoluciones y progresos. Como también de sus queridos Patxi Bisquert, Karra Elejalde, Fernando Albizu, Ion Gabella y Gorka Aguinagalde, entre otros.
Txema Blasco era, ante todo, un vitoriano de pro. Enamorado de sus tradiciones, del Alavés, el Baskonia y el Araski. Acompañar la procesión de los faroles junto a su amada Virgen Blanca hasta que sus piernas se lo permitieron fue para él un regocijo. Fue pregonero en su ciudad y participó en tantas campañas del Ayuntamiento como se le requerió. Y él presumió de su tierra allá donde fue y fue premiado, incluso más allá de los Pirineos. Ciertamente introvertido pero a la vez de personalidad desbordante. Vitoriano auténtico, solitario, luchador, recto, amable, independiente, irreductible, cercano, autónomo, brillante, humilde, noble, honesto… hasta las últimas consecuencias.
El Celedón de Oro en 2020 fue el premio que más ilusión le hizo. Lo buscaba pero se le resistía. Con dudas pero lo consiguió. Fuimos muchos los que los celebramos. Sabíamos lo importante que era para él. Celedones de Oro también le dedicó un documental sobre su vida en exclusiva ('El actor que fue contable', Eloy González Gavilán, 2020) y la publicación Urrezko, dirigida por Jesús Prieto Mendaza. Hoy todos somos un poco más huérfanos. Cuando se nos mueren los amigos, también se muere una parte de nosotros.
En Alegría-Dulantzi un teatro lleva su nombre. ¿Para cuándo uno en su Vitoria-Gasteiz querida? Los efectos de la vacuna le impidieron acercarse este año hasta La Llanada. Pero sí le permitió recibir un merecido homenaje el 24 de noviembre de 2023, acompañado de su inseparable hija Marta, en un lleno hasta la bandera BIZAN Zaramaga, un lugar especial para él. Y él para sus gentes.
Hasta allí se acercó el director de cine y compositor navarro Alfredo J. Espinal, autor del corto Nidels, mezcla de animación y cine real, en el que Txema es protagonista. Eloy González Gavilán apoyó con el visionado de una selección de cortos entre los que estuvieron “Jugando con la muerte” (Paul Urkijo, 2010), “Posturas” (Álvaro Oliva, 2011), “Caminante” (Joaquín Calderón, 2014), “El audífono” (Samuel Quiles, 2015), o “Soy algo para ti” (Eloy González Gavilán, 2017). El director zamorano también dirigió a Txema en documentales importantes para la ciudad como “Hace 200 años La batalla de Vitoria”, de 2013.
En 2021, una exposición retrospectiva de carteles, también en BIZAN Zaramaga, y cinco meses de proyección sirvieron de repaso a las mejores interpretaciones del gran Txema Blasco en la gran y pequeña pantalla. Semana a semana no faltó a ni una sesión. Hasta que la COVID-19 hizo acto de aparición. Tras una recuperación costosa trasladó su vida a la residencia Sagrada Familia de Cucho, en (Treviño), donde ha pasado su última etapa, apoyado por profesionales y familia.
Con el recuerdo para sus hijos Marta, Óscar, Yoset y Gaizka. Y sus nietos, a quienes siempre tenía en la boca: Javier, Íñigo, Aimar, Uxue y Aiala. Tampoco se olvidaba en sus conversaciones de sus hermanos Jesús María y Blanca. Ni mucho menos de la madre de sus hijos y compañera de vida, Rosa Zuloaga, que siguió siempre pendiente de él. Otra usuaria, Visi, camino con él por los pasillos de la residencia. Descanse en paz TXEMA BLASCO ECHEGUREN, actor por naturaleza, embajador del humor ingenioso, vitoriano de pro y persona buena.