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Entrevista

Kirmen Uribe, escritor: “No era nada masculino de pequeño. Me daban miedo los hombres”

Maialen Ferreira

2 de abril de 2022 21:52 h

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En la segunda parte de su nueva novela -'La vida anterior de los delfines'- Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) se abandona a sí mismo y a su protagonista, Uri, para dar voz a una mujer, Nora, quien se convierte en la narradora de la historia. “Lo que hago como autor es dejar que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer. ¿Por qué? Porque ese gesto es muy significativo, es decir 'vamos a perder privilegios y voy a dar la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la historia'. Entonces, me meto en la piel de una mujer”, confiesa Uribe a este periódico.

Según reconoce, la clave del proceso para lograr dar voz a una mujer es algo que siempre ha hecho: escuchar. “Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con ellas, lo he hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son personas mucho más complejas que los hombres”, explica sentado en un hotel del centro de Bilbao días antes de participar en el Festival Internacional de las Letras de Bilbao Gutun Zuria.

En 'La vida anterior a los delfines' Uri, un trasunto del propio Kirmen Uribe, viaja con su familia hasta Nueva York para investigar a la histórica feminista y pacifista Rosika Schwimmer, que trató de parar la Primera Guerra Mundial hablando con Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU. “La figura de Rosika Schwimmer es maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la pilla la Primera Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York, donde quiere parar la guerra. Para eso, habla con el presidente Wilson, no lo convence, pero consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las apaña para hablar con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare la guerra también y lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que trata de parar la guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y ahora están muy vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus ideas duran para siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que seguir reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda”, sentencia el escritor.

Su participación en el Festival Internacional de las Letras de Bilbao Gutun Zuria se basará en un encuentro entre usted y la escritora Sara Mesa bajo el título 'Géneros fluidos: de la ficción a la no ficción'. ¿De qué manera entrelaza la ficción y la no ficción en su obra?

Mi novela empieza siendo no ficción para acabar siendo ficción. Empieza con el proceso de investigación que Uri, un trasunto mío, hace en la Biblioteca de Nueva York sobre un personaje histórico silenciado llamado Rosika Schwimmer y, poco a poco, muestra cómo fue nuestra llegada a Nueva York y nuestro aclimatamiento en la ciudad con todas sus dificultades. En esa primera parte, también voy acordándome de pasajes de mi infancia. En la segunda parte, hay un cambio de voz y pasa de contar la historia Uri a hacerlo Nora, la compañera del protagonista. En ese punto, la novela ya se dirige a la ficción.

¿Cuánto de Kirmen hay en Uri?

Hay mucho de Kirmen en Uri, Uri es 100% Kirmen, pero Nora es 30% Kirmen, Maider es 20% Kirmen y Rosika es 10% Kirmen. Hago una especie de ejercicio de fluido de género en la novela porque paso de un personaje a otro y todos soy yo.

¿Cuántas vidas hay en una vida?

Muchísimas. Tenemos la percepción de que nuestros padres vivieron una única vida. En el caso de los míos, que venían del franquismo, de familias humildes que después prosperaron con el boom económico y consiguieron llevar a sus hijos a la universidad y darles estudios, vivieron una sola vida. En nuestro caso es diferente. Yo creo que cambiamos de vida cuando cambiamos de relación, de ciudad, de país e incluso cambiamos de vida cuando leemos un libro.

Migrar permite vivir más de una vida pero, ¿una persona que migra lo tiene más complicado para encontrar una paz interna al vivir entre dos mundos?

Yo creo que no. Una persona que vive en un entorno del que no ha salido nunca tal vez tenga una relación conflictiva con ese entorno, porque no se siente realizada o comprendida. A mí me gustan los personajes literarios que son incomprendidos, desplazados, silenciados... Siempre me han interesado. La novela también tiene un punto de eso. Mi familia y yo vamos a Nueva York, al principio estamos centrados en el futuro, queremos asentarnos en la ciudad, pero luego el pasado vuelve y el pasado nunca lo puedes dejar atrás, lo único que puedes hacer con el pasado es llevarte bien con él. Uri tiene una relación conflictiva con el pasado y Nora le ayuda a reencontrarse con él.

Siempre he tenido una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me ha dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más tranquilidad

¿Cómo es esa relación conflictiva con el pasado?

Es sentirte diferente en un entorno difícil, en el que los demás no eran como tú en muchos sentidos. Yo siempre he tenido esa sensación de ser un poco isla al haber nacido dentro de una familia de mujeres muy progresistas y especiales que soñaban con un mundo diferente y mejor, a pesar de que la sociedad fuera mucho más lenta que ellas. Siempre he tenido la sensación de que mi madre iba 10 años por delante y la sociedad, poco a poco, iba dándole la razón. Siempre he tenido una manera de ser de marino, con un punto de desarraigo, y Nueva York me ha dado la posibilidad de mirarme a mí mismo y de mirar a Euskadi con mucha más tranquilidad.

¿Esa sociedad de la que habla que va un poco más lenta que las mujeres de su vida es la sociedad vasca?

No. La sociedad vasca no es la misma de los 70 o 80, aunque en aquella época también había gente muy movida y reivindicativa en todos los temas, la sexualidad, la identidad sexual, la igualdad o el antimilitarismo, pero es una sociedad que ha ido evolucionando y, en global, es muy solidaria y abierta. Es una sociedad que a mí me parece muy activa en temas como la ecología, las mujeres o los refugiados.

Tiene una obra para niños, 'Ez naiz ilehoria, eta ze?' ('No soy rubia y ¿qué?'), en ella cuenta la historia de Amira, una chica marroquí a la que le cuesta hacer amigos en Vitoria. ¿Por qué es importante mostrar esas realidades a los niños desde que son pequeños?

Porque así van asimilando nuevas ideas. Me acuerdo que yo no era nada masculino cuando era pequeño y a mí me daban miedo los hombres, cómo gritaban y se movían, todos esos roles desastrosos que nos han impuesto, y la novela también tira por ahí, es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en la novela hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o de la juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era casi normal. En la segunda parte de la novela, lo que hago como autor es dejar que hable el escritor hombre y dar la voz a la mujer. ¿Por qué? Porque ese gesto ya es muy significativo, es decir 'vamos a perder privilegios y voy a dar la voz a las mujeres para que cuenten su versión de la historia'. Entonces, me meto en la piel de una mujer. Este libro es la historia de un hombre que quiere ser otro.

¿Cómo es el proceso de meterse en la piel de una mujer?

Es escuchar. Lo que he hecho siempre, la verdad. Me encanta escuchar a las mujeres y vivir con ellas, lo he hecho desde pequeñito. Siempre me han fascinado como personas. Son personas mucho más complejas que los hombres, que tienen como una coraza difícil de traspasar, son orgullosos y violentos, aunque es lo que nos han enseñado también, pero creo que las mujeres son mucho más complejas, más abiertas a los sentimientos y al afecto y eso es lo que me mueve, el afecto.

¿Cómo deberían ser esas nuevas masculinidades de las que habla?

Hombres que saben compartir, que saben escuchar, que son conscientes de todo el machismo que ha habido durante siglos y del rol que tienen ahora para abrir la puerta a una sociedad diferente.

Es una novela de un hombre que busca una nueva masculinidad, por eso en ella hablo de las sufragistas, de mi madre y mis tías, de las abortistas de Bilbao o de la juventud de Nora en los 90, en un mundo en el que el acoso era casi normal

Su personaje investiga sobre la histórica feminista y pacifista Rosika Schwimmer que intenta evitar la Primera Guerra Mundial hablando con Woodrow Wilson, el presidente de los EEUU y defiende la palabra frente a cualquier acto de violencia. ¿Se puede conseguir que la palabra combata la violencia en los tiempos que corren?

La figura de Rosika Schwimmer es maravillosa, es increíble. Ella era sufragista húngara, la pilla la Primera Guerra Mundial en Londres y de Londres se va a Nueva York, donde quiere parar la guerra. Para eso habla con el presidente Wilson, no lo convence, pero consigue hablar con él, con lo difícil que era. Luego, se las apaña para hablar con Henry Ford, el magnate del automovilismo, para que pare la guerra también y lo convence. Montan un barco de la paz muy utópico que trata de parar la guerra. No lo consiguieron, pero sus ideas se mantuvieron y ahora están muy vigentes. Entonces, aunque tú fracases en un momento dado, tus ideas duran para siempre, por eso ninguna lucha es en vano. Ahora mismo hay que seguir reivindicando la paz y el antimilitarismo, sin duda.

¿Con qué mensaje quiere que se quede el lector tras leer la novela?

Quiero que el lector se quede con que es un libro muy honesto, bello, pero con pasajes muy duros de la vida, y que es un libro que trata de ser no convencional, con una narrativa muy acorde al siglo XXI, con una forma muy diferente.

¿A quién se la recomendaría leer?

A la gente joven, sin duda, porque les va a gustar tanto el personaje histórico como la estructura de la novela, que es muy de serie. Les va a enamorar, sobre todo, el personaje de Nora, que se merece hasta una serie.

elDiario.es/Euskadi

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