El mensaje del dueño de la librería Lagun antes de su cierre: “Hay que evitar que la política de Vox llegue a las instituciones”
Cuando en la Nochebuena de 1996 la librería Lagun amaneció destrozada, con los cristales del escaparate rotos, pintura roja y amarilla y los libros chamuscados y humeantes a raíz de un ataque de la banda terrorista ETA y su entorno, los fundadores Ignacio Latierro y María Teresa Castell pensaron que había llegado su final como vendedores de libros. No sabían en aquel momento que días después cientos de personas llegarían para revivir su sueño, comprando los libros pintados, con cristales y chamuscados como acto de resistencia.
Al conocer la noticia del cierre de la emblemática librería, símbolo de la resistencia a la dictadura franquista y a ETA, ha ocurrido algo similar. Mareas de personas se han acercado a darle un último adiós y a comprar libros en un contexto de caída de ventas. Sin embargo, no los suficientes como para volver a revivir Lagun una segunda vez. “Nos hemos dado cuenta de que tenemos más amigos que compradores”, bromea Latierro (Donostia, 1943) al otro lado del teléfono de elDiario.es/Euskadi. “Se trata de un fenómeno distinto. En cualquier caso, aunque pudiéramos salvarla, por mi edad, no sería yo quien estuviera al mando”, reconoce.
Lagun, que en euskera significa 'amigo', fue la casa de los libros prohibidos, las multas y las actividades semiclandestinas durante la dictadura franquista. También fue víctima de ataques terroristas años más tarde, cuando la violencia de ETA aún se vivía en las calles. Más de medio siglo después, la librería cerrará sus puertas tras el verano y, con ella, toda una vida de historias escondidas en libros que han sido símbolo de la resistencia, la libertad y la lucha por la paz.
¿Cómo se encuentra después de tomar la decisión de cerrar Lagun después de medio siglo?
Un poco melancólico. Era una decisión inevitable, había que tomarla y la hemos tomado, en ese sentido me siento satisfecho.
¿Qué ha ocurrido para tener que cerrar?
Los problemas empezaron antes de la pandemia. Curiosamente en el periodo de la pandemia ocurrió lo contrario. El cierre durante el confinamiento estuvo bien compensado con las ayudas de los ERTE y luego hubo un repunte de ventas promovida por la vuelta al pequeño comercio por parte de muchas personas, no sé muy bien por qué. Sin embargo, desde entonces las ventas han ido bajando y hemos tenido que tomar la decisión de cerrar. También es cierto que nos pesan los años, es una librería de otro tiempo y, para bien o para mal, se ha mantenido siempre en la misma línea, por lo que no ha resistido a los nuevos tiempos.
¿Qué recuerda de aquellos inicios hace más de 50 años?
Teníamos mucha ilusión, éramos jóvenes y nos gustaba mucho leer. María Teresa [Castell], que fue la que tuvo la iniciativa, era una apasionada de los libros y tenía buenas relaciones con el mundo editorial. Abrimos en una época en la que el trabajo en el campo de la cultura estaba ligado al esfuerzo por construir la democracia y acabar con la dictadura, así que fueron años en los que trabajar de librero era muy satisfactorio.
¿Cómo eran esas actividades clandestinas que realizaban durante el franquismo?
Teníamos una serie de libros que no podíamos exhibir claramente al público y que estaban en un lugar más reservado y discreto. Se los ofrecíamos a clientes de confianza que sabíamos que estaban interesados. La librería tenía por aquel entonces un lugar de tertulia, de comentario cultural y político. Eran tiempos en los que había mucha gente que tenía la costumbre de dedicar parte de su tiempo de ocio a visitar librerías, aunque no quisieran comprar libros. Eso se ha ido perdiendo de forma general. Ahora incluso los clientes vienen con el listado de libros que han seleccionado a través de redes sociales, blogs o lo que sea. Antes la librería era un lugar de encuentro.
¿Por qué cree que ha cambiado esa forma de consumir libros y de acudir a las librerías?
Ha habido varios cambios. A partir de los 90 la librería tradicional empieza a no ser un sitio fundamental de venta de libros, aparecen las grandes cadenas y las grandes superficies más o menos culturales, donde se empieza a canalizar el consumo de libros. Luego, está el reto de las nuevas tecnologías. Yo no creo que la aparición de los aparatos digitales de lectura sea causa de baja del libro en papel, pero sí que han hecho que el libro como tal y la cultura de la literatura hayan dejado de tener el papel central que tenía con anterioridad. Además, eso ha cambiado los hábitos. No creo que la gente que va en autobús o tren con el móvil esté leyendo libros, no creo que estén leyendo Guerra y Paz, más bien es otro tipo de consumo digital. El libro ha perdido mucho. Por último, tenemos el reto del gran comercio del tipo de Amazon, sobre el cual puedes decir muchas cosas negativas, pero tiene una ventaja indudable y es que es capaz de llevarte en 24 horas todos los libros que quieras a tu casa. Entonces, claro, librerías como la nuestra, que hasta hace poco decíamos con orgullo que teníamos capacidad para tener un fondo de libros no habitual en las grandes superficies, nos hemos encontrado con una competencia imbatible para el pequeño comercio.
En Euskadi hemos vivido un movimiento totalitario, lo más parecido al fascismo que se ha vivido en España desde el golpe de Estado de 1981 y nosotros éramos un elemento que no comulgaba con aquello
Si algo diferencia a Lagun de esas grandes empresas es su apuesta por la cultura democrática. ¿Es algo que ya no se valora?
Sí, pero es complicado. Al calor de la noticia del cierre del establecimiento se ha acercado muchísima gente, pero en el fondo, tengo la cierta impresión de que tenemos más amigos que compradores.
Ese apoyo de la gente también lo sintieron tras los ataques que sufría la librería en tiempos de ETA. ¿Cómo fueron aquellos años para usted?
Ahora estoy recordando a raíz de todo esto. Fueron años con muchos momentos malos y dramáticos. Lo más dramático fue en el año 2000 [año que ETA disparó a el exconsejero de Justicia y Educación del Gobierno vasco, José Ramón Recalde, marido de María Teresa Castell], pero en 1996 vivimos momentos de desolación cuando encontramos en Nochebuena toda la librería destrozada, todos los libros llenos de pintura amarilla y cristales por todos lados. La sensación que tuve en ese momento fue que la aventura de Lagun se había acabado ahí, pero a los dos días la librería se convirtió en un lugar repleto de gente que no paraba de venir y se llevaba libros manchados, con cristales y lo que fuese. Lo que comenzó siendo un momento dramático, acabó siendo algo muy emocionante. La reacción de la gente a esa agresión fue la que hizo que continuásemos.
¿Por qué se ataca a una librería?
Nos atacaban por la misma razón por la que se amenazaba a periodistas o a jueces o se asesinaba a políticos de ideología diferente o proyecto político distinto a quienes practicaban el terrorismo. En Euskadi hemos vivido un movimiento totalitario, lo más parecido al fascismo que se ha vivido en España desde el golpe de Estado de 1981 y nosotros éramos un elemento que no comulgaba con aquello. Además, promulgábamos todo lo contrario, una cultura abierta, tolerante, plural y encima estábamos situados en la Parte Vieja de Donostia, que se consideraba zona nacional.
La intolerancia y el fanatismo son el enemigo
Tuvieron que marcharse de ese lugar.
Sí, no por los ataques a la librería, sino porque en el año 2000 intentan asesinar a José Ramón Recalde, marido de María Teresa [Castell], después de que ese mismo año asesinaran a José Luis López de Lacalle [columnista de 'El Mundo'] y a Juan María Jáuregui [exgobernador civil de Gipuzkoa], amigos personales míos. Estar en la Parte Vieja era un riesgo no material, no era porque manchasen los libros o la librería, sino porque era un riesgo físico indudable. Nos tuvimos que ir a un sitio donde pudiéramos estar más protegidos.
¿Qué supone para la sociedad el cierre de las librerías en un contexto en el que los derechos pueden llegar a limitarse si ciertos partidos políticos alcanzan el poder?
La intolerancia y el fanatismo son el enemigo. Es muy preocupante, no ya para el mundo del libro, sino para el mundo de la cultura en general, que las ideas y las políticas de Vox puedan llegar a tener peso en las instituciones. Es algo que habría que tratar de evitar.
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