Migrantes atrapados entre España y Francia: “Ni te pegan, ni violan por pasar la frontera. En Irún juegan con tu mente”
Un grupo de migrantes relatan lo que supone para ellos cruzar la frontera entre España y Francia en una investigación que busca sacar a la luz la necesidad de atención psicológica para las personas en tránsito
La frontera que separa España y Francia tiene una longitud de más de 656 kilómetros. En Euskadi, la última parada antes de ingresar en el Hexágono es el municipio guipuzcoano de Irún. Existen varias formas de cruzar la frontera: atravesando los puentes de Behobia y Santiago que van sobre el río Bidasoa, en barco desde Hondarribia hasta Hendaya o a través del monte que rodea ambos municipios. Cientos de personas cruzan a diario de Hendaya a Irún y viceversa por motivos laborales, sociales o, en el caso de pasar de Francia a España, en muchas ocasiones económicos, puesto que hay productos como algunos alimentos, la gasolina o el tabaco que son más baratos. La aparente pero falsa facilidad para cruzar esa frontera es la que esconde un mayor peligro para los migrantes que tratan de pasar por ella cada día, ya sea caminando por los puentes, por la montaña o, en el peor de los casos, cruzando el río a nado.
“Esta frontera es mucho de cabeza, aquí nadie te pega, te roba el dinero ni te viola a cambio de pasar la frontera. En Irún juegan con tu mente”, explica Amadou, un joven que intentó cruzar la frontera dos veces y las dos veces fue interceptado por la Policía Nacional francesa, la última, cuando trataba de cruzar en barco. “Ni siquiera nos hicieron bajar del barco. Vinieron a preguntarnos nuestros nombres y nuestra edad. Cuando lo dijimos me hicieron un papel que es refus d’entrée y me dijeron que tenía que regresar a España. ¿Por qué me identificaron solo a mí? ¿Por ser negro? Todos los demás eran blancos”, narra en la investigación 'Vidas cruzadas en la frontera de Irún: necesidad de apoyo psicosocial a las personas migrantes en tránsito' realizada por Eva Aranguren y editada por SOS Racismo Gipuzkoa.
“Es un claro ejemplo del control selectivo que se está dando en esta frontera desde hace varios años. Amadou relata que no es la primera vez que han sido racistas con él, pero de Europa no se esperaba eso”, sostiene Aranguren, que indica que una de las cuestiones que le explicaron al joven al llegar a las islas Canarias fue que Europa era un continente libre de violencia hacia las personas homosexuales, hacia las mujeres y que luchaba contra el racismo. “¿Eso dónde ha quedado? Pero si en la tele se ven muchos negros en Francia”, se pregunta Amadou.
Las personas que llegan están ansiosas por cruzar la frontera, pero desgraciadamente, no conocen su realidad
Al igual que él, las personas migrantes que llegan a Irún en su mayoría han pasado antes por las Islas Canarias y muchas llegan desde Bilbao, Burgos, Zaragoza, Barcelona o Madrid. Una vez en Irún, les espera un grupo de voluntarios de Irungo Harrera Sarrera (Red de Acogida de Irún) que desde 2018, año en el que los migrantes terminaban durmiendo en la estación de autobuses o en las calles del pueblo ante la dificultad de llegar a Francia debido al aumento de controles policiales, les ayudan en lo que necesiten, ya sea un lugar en el que pasar la noche, comida, ropa, atención sanitaria o información. elDiario.es/Euskadi adelantó en 2018 que se estaban produciendo devoluciones en caliente a pesar de que sea una frontera abierta dentro del espacio Schengen.
“Las personas que llegan están ansiosas por cruzar la frontera, pero desgraciadamente, no conocen su realidad. A pesar de llegar cansados, sin haber comido durante horas y con muchos nervios para la última frontera, vienen con ansia, ganas y enérgicos. Algunos deciden intentar cruzar la frontera desde el primer momento que llegan a la ciudad, otros prefieren ir a descansar, acudir a Cruz Roja o buscar apoyo e información de la red de voluntarios para poder seguir con su camino”, detalla Aranguren, que en su estudio recopila las historias de una decena de migrantes hombres, pero también mujeres.
Como Mariama, una mujer de Guinea Conakry, que tuvo que salir de su país en 2019 sin haber tenido tiempo de planear su huida. “Mi marido pertenecía a la oposición, preparaba reuniones y protestas contra el presidente Alpha Condé. Vivíamos bajo una dictadura con este hombre. Mi marido me avisó que cabía la posibilidad de que algún día no volviera a casa y ese día llegó. Yo estaba embarazada de cinco meses. Cogí a mi hija de cinco años, preparé una mochila y huimos como pudimos. Salimos del pueblo varias mujeres juntas y nuestro objetivo era llegar a Marruecos para luego intentar llegar a Europa”, cuenta la mujer, que desde entonces no sabe nada de su marido y han pasado más de tres años desde que se separaron.
En Marruecos tratan mejor a las gallinas que a los negros. Íbamos andando por unas calles de la ciudad y recibíamos constantes escupitajos en la cara
Según relata la joven, después de salir de su país viajó a Malí, Mauritania y finalmente Marruecos. “Tengo que decir que mi embarazo nos protegió a mi hija y a mí. No nos violaron ni nos agredieron. Recuerdo que íbamos en un autobús lleno de mujeres con destino Marruecos, en un momento del trayecto pararon el bus, dos hombres subieron al bus pidiendo dinero, les dimos una parte de lo que teníamos, pero no les sirvió. Finalmente, sacaron a cuatro mujeres a rastras. Estuvimos esperando durante un par de horas hasta que regresaron. Las volvieron a tirar dentro del bus y dijeron 'ya podéis pasar la frontera'. No hizo falta preguntar qué les hicieron, su mirada perdida y la incapacidad de sentarse en el asiento era suficiente para entender lo que habían sufrido. ¿Cómo protejo yo a mi hija de todos los abusos?” se pregunta Mariama, que a día de hoy es madre de dos niñas, de ocho y tres años.
Los relatos de las personas entrevistadas coinciden con que el trato migratorio en Marruecos afectó severamente a su estado físico y sobre todo mental. “En Marruecos tratan mejor a las gallinas que a los negros. Íbamos andando por unas calles de la ciudad y recibíamos constantes escupitajos en la cara. Tenías que soportar y aguantar sin decir nada”, cuenta Mohammed, uno de los testimonios en los que la autora reconoce que el entrevistado se encontraba “avergonzado y humillado”. Mohammed es originario de Costa de Marfil, salió de su país en 2019 y transitó por Malí, Mauritania y Marruecos para poder llegar a Europa. En Malí fue capturado por el Estado Islámico y estuvo preso durante un mes y medio hasta que consiguió escapar. Tras haber logrado salir del infierno que estaba viviendo, pasó dos años en Marruecos trabajando para costearse el viaje a Europa.
“No es solo cómo nos tratan en Marruecos, porque si me preguntas cómo ha sido mi camino, te respondo con la palabra infierno y ganas de morir. No recuerdo exactamente las fechas, mi cabeza ha preferido olvidar las atrocidades vividas durante esas fechas. Aquí tenéis miedo al Estado Islámico y que vayan a hacer atentados contra vosotros, ¿pero si te digo que yo he sido un superviviente de esa banda? Fui capturado y torturado durante semanas por la banda, en una aldea de Malí. Según ellos por el simple hecho de ser de Costa de Marfil y no querer entrar en su banda. Yo viví un atentado contra mi ser. Nos pasábamos casi todo el día encerrados en una especie de habitación, éramos como unas seis personas de África, negras, ya sabes, y apenas hablábamos entre nosotros ¿Por qué no hablábamos? A mí por lo menos el miedo me controlaba y tenía temor a cualquier consecuencia que pudiera tener el simple hecho de hablar. Eran personas con mucho poder, muy violentos y tenían aterrorizados a toda la aldea, al mismo tiempo que controlados. Me hicieron de todo: mear y cagar en mis propios pantalones o incluso encima de otro porque les parecía gracioso, hacer un pase de modelos desnudo delante de todos los líderes de la banda mientras bebían y tomar droga con opción de tocarme, me violaba todo el que quería y con todo tipo de objeto, burlas constantes de mi ser, amenazas con matar a mi familia, quemaduras de cigarros en todo el cuerpo...Pero ya estoy aquí, en Europa, donde me van a tratar bien”, confía.
La migración es un acontecimiento en la vida que influye profundamente sobre la psique de los seres humanos, desembocando en un proceso de reorganización personal y esfuerzo psicológico de adaptación a los cambios
Para Aranguren, el hecho por sí mismo de migrar ya supone lo que define en la investigación como una “vivencia muy impactante”, eso sin contar las violencias que encuentran por el camino. “Alejarse del lugar en donde uno se crio y dejar atrás a todos sus seres queridos puede dar resultado a una vivencia muy impactante. Esto se vuelve especialmente traumático cuando se huye del país de origen en los que la huida supone una situación de vida o muerte. La migración es un acontecimiento en la vida que influye profundamente sobre la psique de los seres humanos, desembocando en un proceso de reorganización personal y esfuerzo psicológico de adaptación a los cambios. Las personas que migran tienen la capacidad de emprendimiento también, desarrollan la gestión de la resiliencia en situaciones extremas y obtienen un enriquecimiento personal al entrar en contacto con personas de otras culturas. Pero para muchos, emigrar es un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos. Incluso, se conoce que después de una vivencia tan dolorosa, los problemas de salud mental requieren de atención durante un periodo prolongado. Migrar de manera irregular hace que las condiciones del viaje sean extremas y dolorosas”, detalla.
Es por ello que en su tesis apoya el hecho de que estas personas durante el viaje y una vez que llegan a su destino, necesitan apoyo psicosocial, la necesidad de ser evaluados por un psicólogo o psiquiatra y ayuda en ese aspecto. “Las personas migrantes llegan eufóricas por intentar cruzar la frontera y terminar de una vez su camino migratorio, y debido la situación emocional que viven en la frontera, la desesperación, el ansia y las prisas hacen que elijan vías más peligrosas”, concluye, es por eso que las muertes en los últimos años en el río Bidasoa, que separa la frontera de España y Francia, se siguen sumando.
Morir tratando de cruzar la frontera
La investigación concluye con una recopilación de los datos de las personas fallecidas tratando de cruzar a nado en los últimos dos años, como Tessfit Temzide, quien murió el 18 abril de 2021. Tenía 21 años, era de origen eritreo y, según destaca la investigadora, “se suicidó en las orillas del río Bidasoa”. Yaya Karamoko, joven de 28 años de Costa de Marfil murió el 22 mayo de 2021 tratando de cruzar el río a nado. Su cuerpo pasó dos meses en el Instituto Vasco de Medicina Legal hasta que pudo ser enterrado en el cementerio musulmán de Burgos, gracias a que distintas asociaciones se movilizaron para conseguir el dinero necesario, entre ellas la mezquita de Irún.
Abdoulaye Koulibaly se ahogó el 8 agosto de 2021, también tratando de cruzar la frontera a nado. Tenía 18 años y era de Guinea Conakry. El Gobierno vasco pagó la repatriación a su país y su cuerpo llegó el 6 de octubre. Un mes después, concretamente el 12 octubre de 2021, Mohamed Kemal murió cerca de las vías del tren en Ziburu junto a otros dos jóvenes, uno de ellos llamado Fayçal Hamadouche y otro que a día de hoy no ha sido identificado. No se sabe qué ocurrió, pero encontraron los tres cuerpos en ese punto.
El 20 de noviembre de 2021 Sohaibo Billa, de 38 años y originario de Costa de Marfil falleció tratando de cruzar la frontera a nado, fue enterrado el 14 de marzo de 2022 en el cementerio musulmán de Alsalam de Valencia. La comunidad musulmana se ocupó de los trámites funerarios y cubrió todos los gastos. El senegalés Ibrahim Diallo fue el primer fallecido registrado en 2022 tratando de cruzar a nado el pasado 12 de marzo. Tenía 24 años. La última muerte registrada en el informe de SOS Racismo es la del también senegalés Abderraman Bah, que murió el 18 junio de 2022 en el intento de cruzar la frontera por el río Bidasoa a nado. Tenía 25 años y era de Guinea Conakry.
Desde el área de Migración y Asilo del Gobierno vasco indican a este periódico que en 2022 cayó un 20% el volumen de atenciones a migrantes en tránsito en el albergue de Hilanderas, un antiguo concesionario en Irún, con relación a 2021. Con más de 8.000 llegadas registradas, 2021 fue un año de récord. Los datos definitivos se harán públicos a partir del 15 de marzo.
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