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Entrevista

Nuria Labari, escritora: “Deberíamos poder llorar en el trabajo. ¿Por qué es más profesional no hacerlo?”

La escritora Nuria Labari

Maialen Ferreira

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La escritora Nuria Labari (Santander, 1979) refleja en su novela 'El último hombre blanco' la realidad por la que pasan la mayoría de mujeres al alcanzar puestos de dirección. Muchas sienten la necesidad de transformarse en un “hombre” de negocios, modifican su cuerpo, su tiempo y sus relaciones sexuales para encajar en un mundo que no solo no las ha tenido en cuenta, sino que las excluye. Contar con una sala de lactancia en las empresas o instalaciones para sobrellevar las menstruaciones dolorosas son cuestiones que Labari hubiera agradecido, pero que ni se le llegaron a pasar por la cabeza que pudieran existir. “En los trabajos no hay espacios para las mujeres. No estoy hablando de un sofá o una manta para padecer una menstruación, que podría realizarse, sino de salas de lactancia o cualquier cosa que afecte a nuestra biología o a nuestras necesidades. Hasta el aire acondicionado de los despachos está a la medida de la chaqueta que ellos se ponen, y es normal, porque se trata de un espacio diseñado por hombres y para hombres”, lamenta la escritora, durante su visita a Bilbao para promocionar su libro.

¿Debería desaparecer el hombre blanco?

El hombre blanco como espacio simbólico, por supuesto.

¿Quién es ese hombre blanco?

Te puedo decir quién no es: no es las mujeres, no es las personas LGTBI, no es nadie con diversidad intelectual, ni con dolor psíquico, no es nadie frágil ni vulnerable, no es alguien que tenga que cuidar a sus hijos ni ocuparse del cuidado de otras personas... Es una imagen mental del lugar en el que hemos colocado el éxito. Es ese Dios del Antiguo Testamento, un señor con barba blanca que nos dirige a todos desde una montaña. Es hora de superar esa imagen mental.

¿Y cómo se supera?

Esta novela trata de analizar cómo es esa imagen mental y cómo es esa concepción del mundo, de la competencia, del éxito, de la jerarquía, de la eficiencia nos va dominando desde muy pequeños. Tenemos que estudiar una carrera, aprender idiomas, estudiar un máster... para subir una montaña que nos estamos imaginando. ¿Y si no hubiera ninguna montaña? Esta novela intenta hacer ver de qué está construida esa montaña, de qué está hecha la jaula en la que estamos metidos y que nos hace sentir como un hámster. Como dijo el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, vivir no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado, pero nos sentimos ahí y lo consentimos. Nadie se baja de esa rueda. ¿Por qué será eso? Este libro intenta descubrir ese por qué. Pasa un poco con el amor romántico, que una vez que se vio de qué se trataba y que no era del todo positivo, se pensó en otra forma de amar. Yo no digo que que haya que dejar de trabajar, pero debería imaginarse el trabajo de otra manera.

¿Existe el trabajo perfecto?

No, ni falta que hace. Yo quiero que exista el trabajo humano, en el que cada uno pudiera hacer lo que mejor se le da y donde hubiera pequeñas dosis de felicidad. Yo creo que es perfectamente posible. Hay cosas que ajustar, pero todos los trabajadores de todos los sectores que conozco suelen querer dar lo mejor de sí, aprender, colaborar. Sin embargo, todo el mundo se termina sintiendo un hámster y termina teniendo relaciones tóxicas en el trabajo. No es que todo el mundo sea súper ambicioso y quiera el éxito a toda costa, pero lo estamos imaginando de la manera en la que más daño nos hace.

Más allá de cómo se regule la ley, resulta sorprendente hablar de que las mujeres tenemos la regla; sería diferente, por ejemplo, si se tratara de una migraña

¿El liderazgo femenino en las empresas es distinto al masculino?

Por ahora no. De eso trata de esta novela. El trabajo ha dividido tradicionalmente el cuerpo del cerebro o de la razón. Por un lado están los trabajos que se realizan con el cuerpo, como el de los cuidados, el de rider o repartidor, de limpiador... Trabajos que son por horas y se pagan poco. Por el otro, está el trabajo masculino de prestigio y de rigor que es el que hacemos exclusivamente con la cabeza. Está esa disociación terrible y nosotras hemos sido llamadas a asimilarnos a esa manera de producir y hacer las cosas tan absolutamente racional. Las mujeres, primero, nos hemos ido asimilando, porque cuando eres minoría no puedes hacer otra cosa que asimilarte, conseguir una silla, pero ahora ya hay muchos cuerpos de mujer en los trabajos y muchas de ellas tienen poder. Ahora, por ejemplo, estamos hablando de la regla. En el 2022 estamos hablando de que las mujeres trabajadoras tenemos la regla y hay muchas mujeres que están diciendo que esto nos puede estigmatizar o que vamos a perder competitividad con ello.

Más allá de cómo se regule la ley, resulta sorprendente hablar de que las mujeres tenemos la regla, sería diferente, por ejemplo, si se tratara de una migraña. En los trabajos no hay espacios para las mujeres, no estoy hablando de un sofá o una manta para padecer una menstruación, que podría realizarse, sino de salas de lactancia o cualquier cosa que afecte a nuestra biología o a nuestras necesidades. Hasta el aire acondicionado de los despachos está a la medida de la chaqueta que ellos se ponen, y es normal, porque se trata de un espacio diseñado por hombres y para hombres, lo que pasa es que nosotras nos pusimos ahí a tratar de conseguir la igualdad. La igualdad es perversa, porque hasta ahora la igualdad ha ido con la norma, y la norma era masculina.

De hecho hay una frase de su libro que dice 'el dolor, como la menstruación, no existe en el trabajo'.

Claro. Normalmente la gente no llora en el trabajo, las emociones están extinguidas de ese lugar porque no sería profesional. Yo he estado sacándome leche en un retrete sin imaginarme siquiera que podría estar haciéndolo en una sala súper cómoda con un sofá. La gente pensaría que qué bestialidad de empresa me hizo eso, pero era una empresa a la que si yo les hubiera preguntado, habrían puesto esa sala, pero ni se me pasó por la cabeza. Ese es el problema, que nosotras aceptamos y perpetuamos ese tipo de cosas. Hay que parar y ver cuáles de estas relaciones son perversas. A lo mejor tengo que poder llorar en el trabajo si necesito llorar. ¿Por qué es más profesional no hacerlo? La manera actual de trabajar no es sostenible, ni ecológica ni garantiza el bienestar íntimo de las personas. Es el peor sistema posible, pero es muy flexible y adaptativo.

Yo he estado sacándome leche en un retrete sin imaginarme siquiera que podría estar haciéndolo en una sala súper cómoda con un sofá

¿Si los hombres tuvieran la menstruación o la lactancia las situaciones en el trabajo que menciona ya estarían resueltas?

Por supuesto. Se construyeron los espacios de trabajo para ellos, para su biología, sus necesidades, su ropa... Ellos eligieron las reglas del juego, el campo, los árbitros y cuánto costaba la entrada. Nosotras llegamos y tuvimos que aceptarlo todo. Luego hay otra parte, la de la obediencia, de perpetuar la norma, que es absolutamente masculina, la docilidad que tienen con el poder, son cuestiones que les afectan principalmente a ellos. Si a ti te dijeran que hay una guerra en Bilbao y te tienes que quedar aquí a luchar, igual no te quedas, pero los tíos sí. No hay un clamor de hombres en el mundo que diga un 'basta ya' al hecho de que los hombres tengan que morir en las guerras. No existe, porque así de grande es su nivel de obediencia. Nosotras nos hemos tenido que interpretar y repensarnos con ayuda del feminismo, ellos no, ellos consideran que la igualdad es que nos parezcamos a ellos cuando tienen amputada una parte femenina de reconocer las emociones, de tener empatía con el otro, de poder rebelarse... Ahí hay mucho trabajo. Cuando vaya entrando el feminismo en el poder y el grito feminista llegue a los consejos de administración, cambiarán mucho las cosas.

En su libro también incide en la culpa que sufren muchas mujeres por ser una profesional de éxito que intenta ser buena madre. ¿Desaparece alguna vez esa culpa?

Se intenta que desaparezca. Hay muchas recetas para ello, además si ellos lo han hecho toda la vida, cómo no lo vamos a hacer nosotras. La culpa también la tendrían que tener muchos hombres, por ejemplo, por no estar en la crianza de sus hijos. Nos han vendido que la modernidad es que la mujer trabaje y el hombre se quede en casa cuidando de sus hijos, pero no. Hay un problema de conciliación esencial que nos afecta especialmente a nosotras, que asumimos esa brecha, pero también a ellos. Desde luego, la solución no debe pasar por que nosotras adoptemos roles masculinos que son matadores para una sociedad que necesita cuidados.

Nos han vendido que la modernidad es que la mujer trabaje y el hombre se quede en casa cuidando de sus hijos, pero no, hay un problema de conciliación

¿Se arreglaría con un sistema laboral más flexible?

Claro. Las personas tenemos mucha fuerza e imaginación. El teletrabajo era impensable antes de la pandemia, lo imaginamos todos en casa y, en el 80% de los trabajos se implementó en 24 horas sin la preparación tecnológica, sin la cultura empresarial y así de fácil fue.

Ese teletrabajo en la pandemia también fue algo engañoso, por el tema de los horarios y la hiperconectividad. ¿No?

Sí, luego entran esas cosas que se tienen que ir corrigiendo, pero ¿se le hubiera ocurrido a alguna empresa que todos podían no ir a sus puestos de trabajo al día siguiente y que no pasaría absolutamente nada? Es como lo de la sala de lactancia, no se podía imaginar, pero funciona. Tenemos que imaginar allí donde no podemos o no lo hemos hecho, y para eso está la literatura.

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