La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

“El policía que me identificó dijo que tenía órdenes de buscar a personas con mi color de piel”

'Valientes' es el título de la conferencia que la ha traído a Vitoria y valiente ha sido su causa. Rosalind Williams, una española de 75 años nacida en Estados Unidos, es la primera mujer que decidió denunciar al Estado español por una identificación policial por perfil racial. “Por ser negra”. Sufrió aquella discriminación en 1992 y comenzó un largo proceso judicial que la ha convertido en símbolo de la lucha antirracista pacífica.

Tuvieron que pasar 17 años hasta que un tribunal le dio la razón y ese reconocimiento vino del Comité de Derechos Humanos de la ONU, en 2009, después de ser tumbado por la justicia española. Ha sido invitada al coloquio por CEAR-Euskadi, en el marco del I Congreso Vasco de Igualdad de Trato y No Disciminación de la Red Eraberan del Gobierno vasco. Participa también el otro único caso de denuncia similar en España, el de Zeshan Muhammad, que en 2013 fue identificado por un agente que le espetó un “no voy a identificar a un alemán. Porque eres negro y punto”.

Las personas afectadas no son pocas. Ese mismo año, una encuesta de Metroscopia calculó que un 60 % de las personas con apariencia gitana, el 45 % de los ciudadanos con aspecto magrebí, y el 29 % de las personas con rasgos afro-latinoamericanos han sido identificados alguna vez. Solo un 6 % de las personas blancas, en cambio, reconoce haber sido identificado por los cuerpos de seguridad.

Williams pone en valor la denuncia como herramienta social. “La gente tiene que hacer los deberes y conocer sus derechos” afirma en la buhardilla del hotel la Casa de los Arquillos. Sin embargo, “nadie denuncia porque creen que no pueden”. La acompañan la responsable de CEAR en Vitoria, Rosabel Argote, y el secretario de la Federación de SOS Racismo, Mikel Mazkiaran. Argote afirma que este tipo de coloquios son importantes para “dejar de lado el concepto abstracto”: “Queremos dar voz a las personas”.

Nació en un país donde la segregación racial ha abierto heridas durante muchos años. Cuando llegó, ¿creyó que en España sufriría un problema de este tipo?

No. Nunca. He vivido siempre en Madrid, desde el año 68, y en esa época en todo el tema político nacional no había atención a lo que podía ser presencia de 'gente de fuera'. Solamente noté, por ejemplo, en aquellos primeros años, que cuando iba en autobús sí me miraban. Pero por extrañeza, no por enfado.

En 1992, el día de la Constitución para más 'inri', la identificaron por ser negra. El policía nacional le dijo a su marido que tenía la obligación de... 

“Buscar personas como ella”.

¿Y qué sintió en ese momento?

Me chocó. Yo decía, “¿cómo como ella?”. Y exactamente. Tanto a mí como a mi marido nos chocó. El policía dijo “por el color de la piel”. Estúpido. Porque al mismo tiempo, en este caso, el mal estaba ya hecho. Yo no tenía miedo de qué mal me iban a hacer. Yo tengo suerte, para lo bueno y para lo malo, porque trabajo por cuenta propia. Entonces no tenía miedo de que alguien me fuera a echar de un despacho, o que en un comedor de una empresa no quisieran sentarse a mi lado... cosas así.

En ese sentido, tengo mucha independencia. A su vez, quizá excesivamente, pero tengo muchos principios. Antes de vivir aquí yo viví en Nueva York un par de años y crecí en San Francisco. San Francisco es una ciudad muy liberal. Muy liberal. Antes de venir aquí, en los años 60 por ejemplo, tenías todo el movimiento de Derechos Civiles de los negros, tenías toda la lucha en contra de la Guerra de Vietnam, y todo esto empezó en San Francisco. Entonces hay un espíritu luchador conocido. 

Aquí en España, lo que me animó mucho en seguir ha sido el apoyo de mi marido. También es muy de izquierdas, muy luchador, y durante la llegada de la democracia el participó muchísimo en movimientos de Madrid. Es él quien me animó, más que otra persona.

Inició un proceso judicial que no fue escuchado. No tuvo justicia hasta 17 años después, cuando tuvo que ser Europa quien dijera que fue identificada por su color de piel y que eso no se puede hacer. ¿Cómo ha sido este camino de tantos años con la justicia española?

Un proceso muy lento. Sin embargo, nosotros hemos seguido, no todos los días, pero no nos desanimamos. Cada vez que estaba rechazado, desestimado... Siempre hicimos un requerimiento y seguimos adelante. Siempre.

Ante el dictamen de la ONU España tenía que dar una respuesta. ¿Cuál fue?

Ninguna. Ignorancia total. A nivel oficial, porque a nivel también oficial pero como si fuera un eslabón menos, me invitaron para hablar conmigo, para saber, desde altos cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores, del Ministerio del Interior... Pero lo que era un reconocimiento público para que la población española pudiera saber que había un giro de esa actitud, nada.

Cuando vio que no había respuesta, ¿hizo algo al respecto?

Este es el resultado. Eventos parecidos al de hoy. Si estoy invitada para hablar, participar, presionar... Hacia las personas que pueden ser influyentes, hacer escuchar que esto no se puede hacer. No se puede identificar a una persona solo por el color de la piel. Del pelo. El vestido que lleva. No. Entonces, en mi caso, sigo haciendo lo que hago porque yo creo que se tiene que cambiar. Cuándo no lo sé, pero se tiene que cambiar.

Identificar a una persona por su color de piel es una práctica racista prohibida por el ordenamiento jurídico español, pero según el Tribunal Constitucional, el mismo que tumbó su caso, están justificadas si se producen en el marco del control migratorio. ¿Qué consecuencias puede tener esto?

Está comprobado que eso no es cierto, porque en otros países como Holanda, Inglaterra... tienen elaborados estudios sobre este tema. Practican que no se pueda parar a un inmigrante magrebí porque lo parezca. ¿Qué pasa con un inmigrante chino, o ruso? ¿Con qué directrices controlas a los demás? Entonces es esto lo que hay que parar, pero antes hay que ver que hay que pararlo. Eso, creo yo, que debe basarse en la educación.

Esta mañana, en Chamartín, en esos grandes carteles luminosos, contra la violencia de género. Es como si ahora se hubiera puesto de moda. Pero si ahora hubiera una campaña, pero no corta, sino bien pensada para los próximos años sobre inmigración y usando los medios, podría ser interesante. O sea, tiene que ser visible.

¿Cómo ha sido su vida desde que Europa la escuchó en 2009?

Yo creo que no ha cambiado. He sido parada una vez más, pero yo solo dos veces. Otras personas, por ejemplo, un expolicía inglés también de color, ha sido parado por lo menos 28 veces. Eso es muy normal, que personas tanto magrebíes como de ascendencia africana sean paradas por el color de la piel. Hay que entender que esto no va a ayudar ni en parar el terrorismo, ni la inmigración ilegal. No. Hay que buscar otros sistemas para la situación, y de cara a la población hay que buscar una manera de educar a la gente. No es cuestión de que todo el mundo se tiene que querer, no. Es cuestión de estar por encima de rechazar al extraño.