Rescatan las historias de las abuelas de pueblos de Álava para atraer turistas a las zonas rurales

Maialen Ferreira

Bilbao —
21 de mayo de 2024 21:46 h

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“Pasábamos hambre, cuando la labranza era pequeña, y no llegaba el trigo”, recuerda Esther Cirión, vecina de la localidad alavesa de Artziniega. Esther nació en el 1932, cuando en su pequeño pueblo no había más que un centenar de caseríos dedicados a la labranza y al cultivo del maíz, el trigo o el forraje y algunas alubias. “Aquí viven unas dos mil personas durante todo el año, pero cuando llega el verano la población aumenta considerablemente”, explica. En el siglo XVIII en Artziniega solo vivían 67 personas. Cuando Esther nació se contaban unas 800 y cinco colegios. En la actualidad el municipio cuenta con 1.832 vecinos. “En mi época nos conocíamos desde que nacíamos, y hablábamos. Ahora es un poco diferente”, sostiene.

A poco más de 15 kilómetros de allí, cinco años más tarde –en plena Guerra Civil– nació Margari Jauregui en un municipio también rural aunque bastante más poblado: Amurrio. La madre de Margari falleció cuando ella tenía doce años, dejando huérfanos de madre a siete hijos, por lo que ella y sus hermanas mayores tuvieron que hacerse cargo del resto. En su casa, un caserío ubicado en la calle Aldaiturriaga, solo sus dos hermanos varones pudieron estudiar. Mientras que ellas se encargaban de plantar y recoger alimentos, de las tareas del hogar y de coser. Hasta que en la década de los 60 Margari se casa con un chico del pueblo. “Me casé con 23 años porque él no tenía padres y hubo que hacer el apaño antes. Salió todo bien. En mi época las cosas funcionaban, no nos separábamos tan fácilmente”, explica.

Tras la boda Margari y su marido trabajaron en una ferretería. Amurrio nunca había sido un pueblo esencialmente industrial, pero comenzaron a llegar algunas empresas importantes como Tubacex o Tubos Reunidos y todo evolucionó de forma natural. Con la llegada de estas empresas, los vecinos de la localidad alavesa comenzaron a instalar calefacciones en las casas, a adquirir electrodomésticos y otros productos que hasta la fecha no existían en las casas de Amurrio, lo que supuso mayores ingresos para la ferretería de Margari. “Se había vivido siempre de otra manera, y de pronto había trabajo y las mujeres también empezaban a participar en la vida laboral, incluso después de casadas y de ser madres, cosa que antes, cuando te casabas, tenías que dejar el trabajo o directamente te echaban. La libertad es esa, si ganas tu propio dinero no tienes que aguantar a un mal marido; antes no quedaba otra que aguantar”, reconoce.

En otra localidad alavesa, Salvatierra–Agurain, en el año 1935 nació Emilia García de Vicuña. A diferencia de las otras dos, la familia de Emilia no tenía casa ni tierras propias, por lo que la vida era mucho más complicada para ellos. “Hemos vivido pobres, y hemos trabajado siempre mucho. Mi padre no salía de casa y nosotras tampoco. Quienes tenían campo y tierras en propiedad iban al mercado a Vitoria, los jueves, y a tomarse un cafecito y jugar a las cartas. Se distinguían”, explica a sus 89 años mientras se acuerda de su madre, que trabajó todos los días de su vida y no pudo disfrutar de lo que ella ha ha podido vivir tras jubilarse, como los viajes o la posibilidad de conocer otras culturas.

En Salvatierra–Agurain, las familias pudientes y las menos pudientes se distinguían notablemente, hasta a la hora de ir a la iglesia. “Había que dejar las capillas para ellos, los bancos y las sillas los ocupaban las personas más pudientes, mientras que nosotras nos colocábamos donde podíamos”, detalla Emilia, que en invierno, cuando no había tanto trabajo en el campo, ya que trabajaban las tierras de otros, iba a limpiar las grandes casonas de las familias ricas del municipio. Tras el trabajo, las familias pagaban a su padre directamente, ella no veía nada de aquel dinero.

La historia de los pueblos de Álava, y en concreto la del Valle Salado de Añana no puede entenderse sin los salineros y las salineras. Oficio que Asunción Iturralde comenzó con 10 años. Al principio, solo movía el agua, pero con 14 ya sacaba la sal en sacos hasta los almacenes. Cada día realizaba 20 viajes. Primero llevando 25 kg. Después, cuando tuvo fuerza, 50 kg. Así pasó su vida, trabajando sin un día de descanso durante el tiempo de cosecha, de abril a octubre. “Con el paso de los años y la sabiduría que da una vida vivida, trabajada y bien explotada, Asunción sabe que la sal también duele, que corroe, que a ella, que ha pasado su existencia mojándose los pies con la salmuera de la era, le ha dejado marcas imborrables. Después de todo, está un poco harta de la sal que ha llenado los días de su vida. La misma huella que no se puede borrar de las casas de antes. Allí donde se colgaban los jamones envueltos en sal tras la matanza, todo alrededor se transformaba en algo viejo y ajado, completamente agrietado. La sal lo estropeaba. La misma que hoy cocineros de renombre ensalzan como una de las mejores del mundo”, recoge el libro Pueblos de Álava: de abuelas a nietas, que narra las historias de las mujeres que han vivido en las zonas rurales alavesas con el objetivo de que no queden en el olvido.

Se trata de un proyecto que se compone de diez cuadernos–guía con testimonios de abuelas y nietas sobre los municipios de Añana, Amurrio, Artziniega, Asparrena (Araia), Barrundia, Santa Cruz de Campezo, Labastida, Peñacerrada, Salvatierra–Agurain y Valdegovía, redactados por la escritora y antropóloga Inma Roiz y la periodista especializada en turismo de Euskadi, Itziar Herrán. Los cuadernos han sido creados en formato papel y sus historias se pueden consultar en la página web pueblosdealava.com.

“Nos dimos cuenta de que los propios alaveses no conocen sus pueblos. Hay una riqueza impresionante dirigida a un turista que le gusta es turismo lento. Es muy importante la curiosidad, el contacto con las personas y la naturaleza. En la pandemia empezamos a ir a los pueblos y nos acordamos de la gente mayor. Nos dimos cuenta de que hay muchas historias de mujeres que se iban a perder, porque no estaban registrados en ningún lado. Por eso decidimos contar el relato de los pueblos desde el punto de vista de la mujer rural y, con ellos, acercarlos a un público que pueda recorrer Álava con calma, en coche, conociendo desde el respeto cada rincón de esta tierra”, explican Roiz y Herrán en una entrevista con este periódico.

Así, ambas comenzaron a viajar por el territorio alavés para conocer las historias de las mujeres que allí han vivido toda su vida, desde dentro. “Hemos entrado hasta sus cocinas. Ninguna de ellas nos ha dicho que no. Nos han abierto encantadas las puertas de sus casas y nos han dado sus álbumes de fotos. Empezamos a viajar y a ver que hay mucho patrimonio inmaterial, mucho conocimiento disperso. Son unas personas con mucha sinceridad y ganas de vivir a la vez. Se han dado cuenta de que la vida ha cambiado y la disfrutan al máximo. Me ha llamado la atención la capacidad de adaptación que tienen. Han vivido situaciones duras y, a pesar de ello, tienen un discurso optimista. Han trabajado muy duro y han conseguido lo que tienen con mucho esfuerzo. Hablan de sus recuerdos con mucha generosidad. Es muy gratificante que te lo cuenten con naturalidad”, reconoce Herrán.

Si algo les ha sorprendido gratamente durante la realización de este proyecto, ha sido el respeto y cariño que se tienen las abuelas y las nietas y nietos. “Para todas las nietas el discurso de sus abuelas era admirable. Les escuchaban en silencio, tanto si conocían la historia como si no. Hay mucho respeto entre ellas a pesar de tener vidas muy distintas. Eso me ha dado esperanza”, detalla Roiz.

Casualmente, todas las mujeres entrevistadas para este proyecto son viudas. “Muchas se quedaron viudas muy jóvenes y han tenido que sacar a sus hijos adelante ellas solas. En algunos casos incluso se puede hablar de que en la familia había un matriarcado, porque una sola mujer se hacía cargo del hogar, del ganado y del caserío. Otra, por ejemplo, fue la primera del pueblo en sacarse el carnet de conducir. O la primera en atreverse a llevar pantalones. Pero todas tienen algo en común y es que son unas luchadoras”, concluyen.

Cada publicación finaliza con información práctica y datos sobre el municipio acerca de la localización geográfica, pueblos que lo confirman, superficie, habitantes hoy y en el pasado, distancias a capitales de provincia y otras referencias curiosas e interesantes. Los cuadernos–guía y el portal web incluyen instantáneas de fotógrafos alaveses como López de Guereñu, Oñate Reynares y E. Guinea entre otros, cedidas por 'Photo–Araba' y el Archivo Municipal de Vitoria, además de álbumes familiares de las abuelas e imágenes recogidas en asociaciones y tomadas por gente de las localidades a reflejar. Pueblos de Álava. De abuelas a nietas y nietos es un proyecto que cuenta con el apoyo del Departamento de Empleo, Comercio y Turismo de la Diputación Foral de Álava y la colaboración de los Ayuntamientos de Añana, Amurrio, Artziniega, Asparrena, Barrundia, Campezo, Peñacerrada, Salvatierra–Agurain y Valdegovía, y el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde).

elDiario.es/Euskadi

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