Los rostros de las víctimas del amianto que luchan por una compensación
El pasado jueves, 4 de noviembre, víctimas del amianto y sus familiares protagonizaron sendas manifestaciones por toda España para reclamar un fondo de compensación que parece no llegar nunca. A pesar de que el 13 de abril se aprobó tramitar el Antreproyecto de Ley para impulsar dicho fondo, el Gobierno central ha retrasado el comienzo de la discusión en la Comisión de Trabajo del Congreso de los Diputados. Otro retraso más en esta lucha, cuyos protagonistas tienen cada vez menos tiempo.
En Euskadi, si la pelea por reconocer a estas personas como víctimas del amianto y, por tanto, de una enfermedad laboral, tuviera nombre, ese sería Jesús Uzkudun. Uzkudun es quien encabeza la lucha de las víctimas a través de la Asociación de Víctimas del Amianto de Euskadi (Asviamie). Gracias a la labor de esta asociación, cerca de 11.000 personas que han estado en posible contacto con el mineral tóxico se encuentran en vigilancia sanitaria.
Según estimaciones, al menos 25.000 trabajadores vascos han estado en contacto con el amianto a partir de los años 80 -no se conocen datos de fechas anteriores- y se ha podido comprobar que 2.800 muertes han sido provocadas por ello. En España se calcula que unas 40.000 personas han muerto por esta causa, y que en las próximas décadas lo harán otras 40.000 más, ya que el periodo de latencia medio, es decir, el tiempo que pasa desde que se inhala el amianto hasta que se desarrolla el cáncer, es de entre 30 y 40 años.
La importancia de una vigilancia sanitaria
Uzkudun trabajó como mecánico en Aceros y Fundiciones del Norte Pedro Orbegozo, entre 1976 y 1993. La empresa no comunicó a sus trabajadores en ningún momento el peligro que corrían, sin embargo, una vez fuera de ella, este trabajador fue consciente de ese posible contacto con el amianto y así se lo hizo saber al Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laborales (Osalan). “Es importante que los que hemos estado en contacto con amianto contemos con una vigilancia sanitaria. En mi caso, si no la hubiera tenido, no me habrían detectado de forma precoz la neumopatía intersticial fibrosante pulmonar que tengo y no habríamos podido hacer nada”, confiesa. Uzkudun es consciente de que su enfermedad puede derivar en cáncer por lo que acude a revisiones cada tres meses. Él es un ejemplo de haber podido detectar la enfermedad a tiempo, el único de las personas que han aportado su testimonio a este reportaje.
Me han destrozado la vida por completo
A Patricia Soriano le han diagnosticado un mesotelioma, enfermedad que desde el año 1976 está directamente relacionada con la exposición al amianto. Desde 1974 hasta 1982 trabajó en la empresa Paisa, en Rentería. Trata, sin éxito, de contar su caso sin derrumbarse desde el otro lado del teléfono. “Me han destrozado la vida por completo. Sabíamos que en la empresa murieron algunas personas por enfermedades provocadas por el amianto, pero yo no sospechaba que me fuera a pasar esto. Hace un año empecé con un bulto en el hombro, me decían que eran tendones inflamados, hasta que se me pasó al cuello y a la espalda, y ya me detectaron un tumor por haber trabajado con amianto”, señala antes de cortar la entrevista por no poder contener la emoción.
Más allá del trabajador de la construcción
El rostro de las víctimas del amianto tiene muchas caras que van más allá del trabajador de la construcción, las fundiciones o de empresas ferroviarias. Entre ellos hay electricistas, profesores, trabajadoras y también amas de casa. El caso de estas últimas es más difícil de probar, puesto que no cuentan con ninguna prueba que explique su exposición al amianto, ya que su peligro lo corrían en casa, mientras lavaban la ropa de sus maridos.
Ese es el caso de M. H. madre de Vanessa, que prefiere no dar sus nombres completos. La madre de Vanessa falleció de un mesotelioma pleural en 2012, pocos meses después de que recibiera el diagnóstico. Fue ingresada en el hospital dos años antes, aunque en esos momentos los médicos aseguraron que se trataba de una neumonía, pese a que sufría síntomas que le derivaron a la UCI en alguna ocasión. “Le preguntaron si había estado en contacto con el amianto en el trabajo, pero mi ama no disponía de una vida laboral porque ha sido ama de casa. Lavaba la ropa de su marido, por eso había estado expuesta. Tristemente no puedo hacer nada por pelear la causa de su fallecimiento al no contar con una vida laboral”, lamenta Vanessa.
Siete años después, en 2019, le ocurrió lo mismo a su padre. F.G. falleció de un mesotelioma pleural dos meses después de haber sido diagnosticado de la misma enfermedad que padeció su mujer. En su caso, trabajó en Altos Hornos de Vizcaya. “Decidimos pelear hasta donde hiciera falta. Enviamos un comunicado a Osalan de una posible enfermedad profesional por contacto con amianto y automáticamente nos pusieron en reconocimiento médico a sus seis hijos. Días más tarde de fallecer mi padre recibimos la confirmación de enfermedad profesional”, indica.
Mi ama no disponía de una vida laboral porque ha sido ama de casa, pero estuvo expuesta al amianto porque lavaba la ropa de su marido
“Nos decidimos darle voz porque esto está pasando y estoy segura de que mi ama no es la única. Estamos convencidos de que son muchas las personas que han fallecido, en algunos casos sin siquiera llegar a un diagnóstico. Los que llegamos a pelearlo somos muy pocos, pero las víctimas son muchas más. La enfermedad es muy dolorosa, por desgracia yo lo he pasado con los dos, pero es un sufrimiento añadido el hecho de que cuando decides pelearlo no nos dan facilidades porque estamos contando algo que no quieren oír. Ponen todo tipo de trabas y juegan con la parte emocional de los familiares para que se rindan y dejen de luchar”, señala.
Cuando la víctima trabaja en una escuela
El caso de Imanol Villa también es difícil de demostrar puesto dista mucho del perfil habitual de las víctimas de amianto. Él jamás trabajó en una fábrica, ni en la construcción. Era doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), escribía una sección en un periódico y es autor de varios libros. Por eso extrañó tanto en su familia que fuera diagnosticado de mesotelioma y, por eso, los médicos no tuvieron en cuenta la posibilidad de lo hubiera provocado la exposición al amianto.
Villa trabajó en dos centros impartiendo Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI) a lo largo de su carrera. En ambos enseñaban oficios como pastelería, carnicería o barman a alumnos en riesgo de exclusión social que estudiaban para obtener un empleo o conseguir el graduado en ESO. En el primero de ellos, ubicado en el barrio Altamira de Bilbao, trabajó hasta 1997, fecha en la que todos los trabajadores fueron trasladados al centro de Formación Profesional Montaño, que al igual que el de Altamira, pertenecía a la Fundación Peñascal que años más tarde pasó a ser la Cooperativa Peñascal. En ese traslado, según explica Arantza, su marido y otros compañeros se encargaron de transportar un horno de pastelería que contenía amianto. Además, según apunta la mujer, en el tejado del edificio, también hay amianto incluso a día de hoy.
Según recoge el informe de Osalan, al que ha tenido acceso ese periódico, tanto en las calderas como en el tejado del centro Montaño, edificio construido en 1973, se ha detectado amianto. Sin embargo, el documento asegura que “no es necesario intervenir inmediatamente” puesto que “no hay peligro por desprendimiento” salvo en casos de “golpes o choques”. Sí recomiendan que cuando se programen trabajos de mantenimiento y reforma “se proceda la retirada” de esos materiales. Además de un control a nivel ambiental y, en el caso de que se opte por no retirar los materiales que contienen amianto, un plan de control periódico del edificio.
No recuerdo haber escuchado la palabra amianto en ninguna de las consultas médicas a las que fuimos; el oncólogo le preguntó a qué se dedicaba, al explicarle que era profesor no fueron más allá con las preguntas
Villa falleció con 56 años el pasado 22 de diciembre de 2020, tras presentar síntomas en agosto de ese mismo año y varios ingresos hospitalarios graves. Pese a ello, por el momento no se le ha reconocido como víctima de una enfermedad laboral y, según Osalan y el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), no queda comprobado que su enfermedad haya sido producida por el amianto, puesto que él no formaba parte de la lista de posibles personas que han sido expuestas, debido a que los médicos no relacionaron su caso, al ser profesor, con el del resto de víctimas. Sin embargo, a los compañeros del centro escolar que entraron a trabajar con él, al igual que al resto de las posibles víctimas del amianto, se les van a realizar las observaciones y pruebas pertinentes.
“No recuerdo haber escuchado la palabra amianto en ninguna de las consultas médicas a las que fuimos, pese a que luego me informé y vi que el mesotelioma está directamente relacionado con él. Los informes muestran incongruencias porque concluyen que no se demuestra la exposición al amianto, pero van a revisar a sus compañeros. Yo he lavado muchas veces la ropa de trabajo de mi marido ¿por qué no nos revisan a mí y a nuestras hijas? Esta es una enfermedad muy cruel porque pasas de no sentir nada a no poder respirar y morir”, lamenta Arantza, quien ahora pelea “para que no le pase a nadie más” lo que vivió su marido.
“El oncólogo le preguntó a qué se dedicaba, al explicarle que era profesor no fueron más allá con las preguntas. El tema no es qué eres sino dónde lo realizas. Yo solo había oído la palabra amianto en la televisión y pensaba que era algo antediluviano, pero no lo es”, indica.
Sin reclamación cuando la empresa desaparece
Felipe Cuñado trabajó entre 1970 y 2000 en fundiciones Sarralde. No fue consciente de que durante todos esos años había estado en contacto con el amianto hasta el año 2004. Sin embargo, no puede pedir ningún tipo de compensación porque la empresa cerró y no tienen a quién reclamar.
No he podido pedir ningún tipo de compensación puesto que la empresa desapareció y no han dejado rastro en ningún sitio
“La empresa en ningún momento nos comentó que trabajábamos con amianto, pero empresas del mismo sector habían detectado casos, entonces nos pusimos en contacto con Osalan y les pedimos que nos hicieran una revisión. Efectivamente, nos confirmaron que éramos una empresa que trabajó con amianto, pero que ya lo habían retirado. Aun así, los que habíamos trabajado en años anteriores habíamos tenido contacto. Me dijeron que posiblemente sería un candidato para que me apareciera la enfermedad. Me hicieron un seguimiento durante años, me dijeron que tenía un cáncer de pulmón y me operaron un 2 de septiembre. No se me olvidará nunca porque es el cumpleaños de mi nieto. Ese día se me cayó el alma al suelo. No he podido pedir ningún tipo de compensación puesto que la empresa desapareció y no han dejado rastro en ningún sitio. No tenemos a quién reclamar”, lamenta.
Para Cuñado, el fondo de compensación debería llamarse 'fondo de indemnización' porque no pueden compensar de ninguna manera el daño ya hecho. “Debería llamarse fondo de indemnización porque compensar nos compensarían devolviéndonos la salud y eso no va a pasar. Que nos pidan perdón, que reconozcan el mal que nos han hecho y que nos indemnicen, ya que no nos van a devolver nuestra salud”, reivindica.
Abrir el camino a más mujeres
Josefa Ibarbia fue una de las pocas mujeres que trabajaron en producción en aquellos años. Concretamente, Ibarbia trabajó durante ocho años, desde 1955 hasta 1963, manipulando papel en Papelera Uranga, una fábrica que se encontraba en Berrobi, municipio guipuzcoano ubicado a unos 30 kilómetros de San Sebastián. Después de 55 años, con 78, Ibarbia fue consciente de que su mesotelioma fue provocado por la exposición al amianto que sufrieron los trabajadores de la papelera, al estar mezclado con los polvos de talco que se usaban para dar consistencia al papel.
Tras el fallecimiento de Josefa, su hija Larraitz es quien lleva su lucha adelante. “Cuando dijeron que se trataba de una enfermedad laboral nos produjo un sabor agridulce porque desde que iniciamos los trámites hasta que nos lo confirmaron había pasado un año y, en este tipo de enfermedades, un año es una vida entera. Por suerte, mi madre vivió dos años más tras el diagnóstico. El mismo día que reconocieron que su enfermedad fue causada por el amianto y que iba a recibir una pensión por ello, que sumada a la pequeña pensión que ya cobraba le quedaría una paga bastante buena, le dijeron que ya no tenía nada que hacer y que no lograría superar la enfermedad por eso nos quedamos con una sensación agridulce. Si le hubieran dado esa pensión cuando realmente le tocaba, seguramente la podría haber disfrutado, pero le dieron largas durante mucho tiempo y murió a los pocos meses de recibirla”, señala su hija.
El saber que abrió camino a más mujeres en esta lucha fue muy importante para mi madre
Cuando se les confirma que sufren un mesotelioma y son conscientes de que ha podido ser provocado por la exposición al amianto durante su vida laboral, las víctimas viven toda una odisea porque 30 o 40 años después deben demostrar que realmente trabajaron en una empresa en cuyas instalaciones había amianto. Al haber pasado tantos años, lo más probable es que la empresa haya cerrado o que no haya manera de demostrar que ese mineral tóxico se encontraba en ella. Otra de las dificultades radica en el hecho de que el perfil de víctima es tan específico que, si una persona diagnosticada con mesotelioma no entra en ese esquema, por ser mujer o por haber trabajado en algún lugar en el que la exposición al amianto es poco probable, los médicos no suelen tener en cuenta esa posibilidad y, por tanto, no avisan de ello a sus pacientes, pese a que por ley, están obligados a hacerlo.
Así ocurrió en el caso de Josefa, cuyos médicos no informaron de que su enfermedad podía haber sido provocada por el amianto. Su caso es significativo, puesto que es de las pocas mujeres que trabajaron en la producción. Por ello, supuso un antes y un después para que otras mujeres fuesen conscientes de que sus enfermedades pudieron producirse debido a una exposición al amianto. “Creo que mi madre era la única mujer que trabajaba en la producción de papel en aquella papelería y ella siempre ha sido una luchadora, el saber que abrió camino a más mujeres en esta lucha fue muy importante para ella, más que cualquier reconocimiento económico”, confiesa su hija.
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