Irún de día no tiene nada que ver con la situación que se vivía hace un año, cuando el muro invisible que separa España de Francia acaparó todos los focos: grupos de migrantes pululaban por la localidad fronteriza esperando su oportunidad para cruzar al otro lado, donde de verdad empieza la Europa con la que sueñan. Las devoluciones en caliente de la Policía francesa eran diarias, y la crisis migratoria se dejaba sentir con todo su dramatismo.
Los 140 millones comprometidos por la Unión Europea para Marruecos y los 30 más que ha aprobado el Gobierno de España en funciones han dado sus frutos: la llegada de migrantes desde el reino alauita ha descendido este año alrededor de un tercio, según datos del Ministerio del Interior. La percepción de los agentes de fronteras de la Policía Nacional y la de los voluntarios que apoyan a los migrantes es incluso más acusada: “Ni comparación, el número ha caído de forma drástica”, asegura Ion Aranguren, de Irungo Harrera Sarea (Red de Acogida de Irún).
La red, que no es más que la voluntad del poco más de medio centenar de voluntarios que la conforman, pues no tiene ninguna forma legal, ni siquiera como ONG, ha atendido a 1.487 personas entre enero y la semana pasada. Entre ellas, 95 menores, 129 mujeres y 1.263 hombres. Calculan que en el año que llevan en activo han podido ayudar a unos 10.000 migrantes, la inmensa mayoría procedentes de África y con rumbo a países del norte de Europa. “Estimamos que no vemos ni a la mitad de los que pasan”, apunta Aranguren.
Aunque comenzaron como “okupas de okupas”, en el gaztetxe Lakaxita, tres meses después decidieron trasladar su cuartel general a la plaza consistorial de Irún: un par de mesas y unas sillas bajo unos parasoles que forman parte del mobiliario urbano son suficientes. No tienen un local a pesar de que la oposición reclamó al alcalde socialista del municipio fronterizo, José Antonio Santano, que pusiera más recursos ante esta problemática.
Están en el centro del pueblo “un poco para que se nos vea y nos localicen fácil los que nos necesitan y un poco por meter presión”, reconoce Aranguren. Ni ellos ni la Policía Nacional tienen muy claro por qué Irún es el centro neurálgico para cruzar la frontera norte de forma irregular en nuestro país: personas llegadas desde África por cualquier medio de transporte -de las pateras a los bajos de un camión- cogen autobuses desde distintos puntos de la geografía española con un mismo destino, la localidad guipuzcoana.
Pueden ser las buenas vías de comunicación que la conectan con Europa, o algo relacionado con la logística de las mafias que tratan de lucrarse prestándoles servicios. “Hay trapicheros que les sacan la pasta y los dejan tirados”, denuncia Aranguren, que cifra “entre 50 y 200 euros por persona” lo que deben pagar por cruzar la muga. “Los más pobres no vienen; el viaje les cuesta 4.000 o 5.000 euros”, y hasta dos años en tiempo.
Pero ni siquiera una vez al otro lado tienen la completa seguridad de que no vayan a ser víctimas de una devolución en caliente: “Pasando Burdeos -a 210 kilómetros de Irún- están más seguros”, apunta Josune, compañera de Aranguren que prefiere no decir su apellido. “Las policías del Estado no les ponen problemas, es en Francia donde tienen más control”, explica; “en general despiertan simpatía, cualquiera trata de ayudarles si puede”.
Lo cierto es que ni la Ertzaintza, ni la Policía Nacional, la Guardia Civil o la Policía Municipal de Irún -hay cuerpos para elegir- tienen protocolos específicos para interceptar a los migrantes. Pero una vez cruzada la línea imaginaria que es la frontera, los controles son perceptibles: en la estación de tren de Hendaya, en el peaje de Biriatou, en las carreteras…
Cuando cae la noche, la estación de autobuses de Irún incrementa su actividad. A partir de las 22.00 horas, llegan muchos servicios de línea desde Algeciras, Madrid, Galicia o Bilbao. Irungo Harrera Sarea presta el servicio gautxori (trasnochador o búho), que enseña a los migrantes desorientados procedentes de toda la geografía española los servicios de ayuda con los que cuentan. Ellos han hecho un mapa ubicado a la entrada de la terminal y han marcado en el suelo rutas hacia los albergues u otros servicios. Quienes lo desean, son acompañados hasta un albergue para descansar. Pero muchos de ellos rehúsan esa ayuda y recurren a otras personas que les esperan en las calles cercanas a la parada, sin mucho tráfico ni movimiento por la noche.
Voluntarios y pasantes, como denominan a los que trabajan para las redes de tráfico de personas, se conocen y desprecian. Los unos porque no consideran lícito el lucro que los otros consiguen, y los otros porque prefieren mantener su actividad -ilegal- lejos de los focos de periodistas y, por supuesto, policías. “Cuando hay vulnerabilidad hay aprovechados”, resume Aranguren, que calcula que el aluvión de migrantes se retrasará este año, pero llegará: “Cuando al rey de Marruecos se le acabe la pasta de Europa van a volver, tenlo por seguro”, sentencia.