Para muchos el último domingo de agosto implica el fin las vacaciones, la vuelta a casa y a la rutina. Así lo habría sido también para los más de 800 trabajadores de Tubacex si este 29 de agosto no encadenaran su día 200 de una huelga que se supo cuándo empezó, pero no se sabe cuándo terminará. Con la frase “si no entramos todos no entra nadie”, como lema, la plantilla de las fábricas de Llodio y Amurrio se ha reunido este domingo para apoyarse en una lucha obrera sin precedentes y repleta de incertidumbre.
Todo comenzó el pasado febrero, cuando argumentando las pérdidas generadas por la pandemia y la crisis del sector, la empresa propuso un ERE a 129 de sus trabajadores. Ese fue el desencadenante de una huelga en la que ninguno de los trabajadores ha entrado a las fábricas. Tampoco se ha producido ni un solo tubo. En un principio, la empresa estipuló unos mínimos, pero los trabajadores entraban, fichaban y volvían a salir acogiéndose a su derecho a huelga.
Desde entonces, en los piquetes instalados a las puertas de ambas plantas, a los que los trabajadores acuden cada día según el turno de trabajo que tuvieran si no hubiera huelga, comenzaron los enfrentamientos. Patrullas de la Ertzaintza y antidisturbios se personaban durante los piquetes, protagonizando entre ambos escenas violentas que acabaron con tres detenidos. Después, silencio. Cuando cumplieron los 90 días de huelga, la policía vasca optó por ignorarles. Una actitud que según los trabajadores, fue propia de una “guerra psicológica” para que se sintieran solos y aislados y abandonasen la lucha.
La luz al final del túnel parecía verse cuando el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) tumbó los 129 despidos en dos sentencias que declaraban el ERE nulo y obligaban a readmitir a los trabajadores. Sin embargo, la empresa optó por recurrir las sentencias ante el Tribunal Supremo y aplicarlas de manera 'sui generis', es decir, pagar los salarios correspondientes a cada trabajador mientras siguiera en su casa. Una decisión que lejos de contentar a la plantilla, fue definida por los propios trabajadores como una “ocasión perdida”.
Después de eso, el Gobierno vasco decidió mediar en el conflicto y trasladar al comité de empresa de Tubacex una última propuesta de la dirección: que los trabajadores despedidos en el ERE se incorporaran a sus puestos de trabajo, pero entraran dentro del ERTE como el resto de la plantilla. Fue entonces cuando se produjo el último encontronazo entre dirección y trabajadores. Después de un encuentro celebrado por el comité de empresa la dirección de Tubacex aseguró la situación era grave y que llegó a haber “amenazas y agresiones” a aquellas personas que querían abandonar la huelga. Los trabajadores, sin embargo, desmentían lo afirmado por la dirección y aseguraban que aunque “existen discrepancias tanto el comité como los trabajadores tenemos clarísimo que estamos en el mismo barco”.
Un barco que continuará varado en una huelga que seguirá encadenando días a no ser que alguna de las partes decida mover ficha. En estos momentos, la dirección espera el resultado del recurso interpuesto ante el Tribunal Supremo con la esperanza de que éste no declare nulo el ERE, mientras que los trabajadores seguirán sin pisar las fábricas a no ser que la dirección decida retirar el recurso y oiga las exigencias de la plantilla, que se basan en una “apuesta real” por las plantas vascas y el fin de la precarización de sus puestos de trabajo.
Tubacex se fundó en 1963 en Llodio, pero en 1992 tuvo una crisis que la obligó a cerrar. Desde 1993 hasta el año 2020 ha ido encadenando años de beneficios, con cotización en Bolsa de Madrid desde 1970 y cerca de 2.500 trabajadores repartidos en plantas por todo el mundo. El cambio de dirección, que tuvo lugar en 2011, fue el comienzo de la diversificación de la fábrica y la compra en plantas de producción en España, Austria, Estados Unidos, Italia, India y Tailandia.
Los despidos de Tubacex no se limitan a las plantas de Euskadi. De hecho, la cifra ronda los 600 trabajadores en sus plantas repartidas por el mundo, una estrategia para ahorrar costes y mejorar la rentabilidad. Según informó la propia compañía, la deuda neta alcanzó a cierre del trimestre los 310,4 millones, 12 veces el ebitda (beneficio bruto de explotación), un ratio que incluye las indemnizaciones por los 600 despidos y la adquisición de la filial india Tubacex Prakash.
elDiario.es/Euskadi
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