Doble sentido tiene esta columna pues se refiere a si Extremadura puede abordar sus problemas estructurales de forma autónoma o va a estar sometida a los vaivenes de las políticas estatales (del color que fueren) que suelen minusvalorarnos, por la ausencia de una burguesía industrial que exigiera condiciones para nuestro desarrollo, y después porque ese mismo subdesarrollo se tradujo en una emigración masiva que hizo bajar la población, con lo que se hicieron fluir los capitales y las inversiones privadas y estatales a las zonas industrializadas. El tan traído “correr en auxilio del vencedor”. De modo que aquí nos quedamos con los latifundios y la orgullosa honradez de los pobres.
En este primer sentido, sin duda Extremadura puede salir adelante, máxime contando con los factores de solidaridad y cohesión para los diversos territorios, consagrados tanto en el ordenamiento actual español como en el europeo, por más que ambos estén en peligro cierto por la presión cada vez más insistente de otros problemas en las grandes zonas urbanas, con las dificultades de integración que se producen como consecuencia del incremento de la emigración.
El factor territorial (el despoblamiento, por ejemplo, o el envejecimiento de la población) pesa cada vez menos, entre otras cosas porque la capacidad de movilización y presión política es tanto menor cuanto menos población se tiene. Y eso se nota en los centros de decisión de los partidos, de las naciones y de la propia UE. El proceso de “insignificancia estadística” trabaja en contra nuestra. Si a ello se unen las tendencias insolidarias cada vez más “aguerridas”, que amenazan romper España (y hasta Europa, donde el “Norte” rico es cada vez más resistente a compartir destino con el “Sur” pobre) las perspectivas se empeoran, hasta concluir que Extremadura podrá, pero sólo si toma conciencia de esa debilidad radical que arrastra y reacciona uniendo los esfuerzos de todos los que nos sintamos extremeños. Y presentarnos siempre que sea preciso (y siempre será preciso) en un frente común tanto en Madrid como en Estrasburgo o Bruselas, para defender nuestra especificidad y la absoluta necesidad de apoyo, por justicia y porque aportamos grandes posibilidades de desarrollo en una Europa exhausta.
En Extremadura podemos, pero reforzando una identidad que se superponga a ideologías cuyo origen y desarrollo no ha tenido mucho o nada que ver con nuestra propia realidad cultural, económica y social. Esta apelación a la extremeñidad (pese a los fortísimos localismos que sufrimos y nos debilitan, por no sentirnos una entidad política, social, cultural y económica que cabe definir como “Extremadura, una”) no es un retorno a regionalismos o nacionalismos excluyentes (si de algo sabe Extremadura es de verterse en el mundo y de acogerlo todo) sino a la necesidad de la afirmación de un sólo espacio político que debe hablar con una sola voz frente a otros gobiernos, o correremos peligro de desaparición por disolución, ante la “pequeñez” de nuestros problemas, cuando se ven desde una óptica nacional deformada.