Cuando se rozan los espacios simbólicos de la derecha, esta suele salir a cajas destempladas. Ya ocurrió cuando tuvo lugar aquel esperpento que concluyó con la retirada del callejero de la calle dedicada a la diputada socialista de la II República Margarita Nelken. ¿Cómo olvidar a la concejala Píriz blandiendo la foto de la activista del POUM Mika Etxébère, pistolón al cinto, asegurando que se trataba de Nelken? Ella y quienes movieron aquel asunto debían creer que el fin justifica los medios. Lo cierto es que lo consiguieron.
Hubo así mismo un intento de acabar con la avenida dedicada al último alcalde republicano de Badajoz, Sinforiano Madroñero, pero no llegó a buen puerto. La derecha, concretamente el ex alcalde Miguel Celdrán, propuso cambiar ese nombre por el de Juan Carlos Rodríguez Ibarra y este, con buen criterio, rechazó la oferta-trampa. Pero no importa, ciertos sectores de Badajoz siguen considerando una afrenta que el nombre del último alcalde republicano de la ciudad dé nombre a una avenida. Que el militar Carracedo o el obispo Alcaraz Alenda den nombre a un grupo de viviendas o a una avenida respectivamente les parece justificado, pero que haya espacios públicos dedicados a personas que consiguieron sus cargos democráticamente y creyeron y dieron vida a la II República, no lo pueden aceptar. Detrás de esta actitud se percibe la imposibilidad de la derecha española de romper con el franquismo. Veamos lo ocurrido en estos días pasados.
En un artículo publicado el día 18 de este mes en el diario HOY Luis Díaz-Ambrona Bardají afirmaba: “Mi abuelo fue asesinado por los milicianos el 10 de agosto de 1936 en la puerta de la vivienda del alcalde Sinforiano Madroñero, muy amigo suyo, que se la cerró cuando intentaba refugiarse en ella”. Al día siguiente Emilio L. Méndez Moreno, en otro artículo en el mismo periódico, escribía que los milicianos “lo condujeron detenido hasta el ultramarinos que, en San Andrés, regentaba en aquel momento el alcalde de Badajoz, para que este dijera qué había que hacer con él. El alcalde acordó allí su muerte y junto a la puerta de su ultramarinos, de inmediato, fue fusilado”. Méndez finalizaba así su texto: “Lo más recto por su parte [se refiere al presidente de Diputación] sería retirar el nombre de Sinforiano Madroñero a la avenida principal de Valdepasillas. Badajoz no merece reconocer en una de sus más importantes avenidas a un criminal”.
Imagino por un momento a Díaz-Ambrona y a Méndez teniendo que probar ante un juez sus afirmaciones, que por cierto no coinciden, ya que mientras uno dice que le cerró la puerta de su casa, otro afirma que decidió su muerte en la puerta de su comercio. ¿En qué se basan para relacionar al alcalde Madroñero con el asesinato de Juan Díaz-Ambrona Moreno? La primera referencia en dicho sentido viene del mismo periódico HOY, entonces al servicio del golpe militar, cuando a los pocos días de ser ocupada la ciudad al comentar el crimen afirmó que Díaz-Ambrona buscó refugio en la casa del “desaprensivo y funesto” Madroñero, pero no contó “con el mal corazón de este individuo, que tuvo la inhumanidad de cerrar la puerta él mismo, según nos asegura persona enterada, y allí mismo fue asesinado de varios tiros”. La fuente es “persona enterada”, lo que equivale a nadie. ¿Será acaso esta la fuente de Díaz y Méndez?
Conviene indicar que HOY publicó esto el día 20 de agosto de 1936, es decir, el mismo día en que aparecía destacada en portada una nota con el título “Se ha hecho justicia con los cabecillas”, firmada por el comandante militar. Dicha nota se refería, sin nombrarlos, a que ese día el alcalde Madroñero, comerciante de profesión y de 34 años de edad, fue asesinado en público espectáculo con banda, misa y desfile en la Avenida de Huelva junto con otras muchas personas, entre ellas otro alcalde republicano y un diputado socialista. Así que, tanto la nota de la comandancia como lo referente a la muerte de Díaz-Ambrona, lo que pretendían no era otra cosa que justificar el exterminio tanto del alcalde como de otras autoridades republicanas. A partir de este momento la calumnia que implicaba a Madroñero en el crimen del abogado circuló libremente y se instaló entre los vencedores, de modo que un año después, el 16 de agosto de 1937, el boletín falangista AFÁN repetía el cuento como si de una verdad establecida se tratara.
Finalizada la guerra civil el Nuevo Estado decidió abrir una Causa General contra la República que reforzara, a posteriori, entre sus adeptos la necesidad del golpe militar, la represión y de la desastrosa y eterna guerra. Se designaron instructores y se inició una investigación provincia a provincia para la que no se escatimaron medios. Ni un solo crimen atribuido a los “rojos” quedó sin investigar, declarando todas aquellas personas que tuviesen relación con cada caso. La investigación llevada a cabo en Badajoz se encuentra en varias cajas de la sección Causa General del Archivo Histórico Nacional.
Por lo que se refiere a Juan Díaz-Ambrona podemos leer que un grupo de milicianos lo sacó de casa, siendo asesinado en la Plaza de San Andrés, muerto “por una descarga y rematado a tiros”. Todos los milicianos responsabilizados del crimen, once en total, de los que consta nombre, apellidos y apodo, habían sido eliminados ya salvo dos, uno que estaba detenido y otro que logró huir de la ciudad. En ningún momento se alude a la intervención del alcalde Sinforiano Madroñero, lo que, conociendo cómo se realizó dicha instrucción judicial, significa que no hay manera de implicarlo en el crimen. De hecho, en informes fechados en abril y mayo de 1941, ni el alcalde ni el comisario jefe lo mencionaron. Es lógico pues que el Fiscal Instructor de la Causa General de Badajoz no viera motivo alguno para acusar al alcalde republicano, sobre todo habiéndolo podido hacer con o sin razón.
Quedamos a la espera de que Díaz-Ambrona y Méndez nos muestren pruebas convincentes que corrijan y amplíen lo que quedó establecido en la Causa General, ya que en tanto que esto no ocurra implicar a Madroñero en el asesinato de Díaz-Ambrona no será más que una calumnia. En España sabemos sobradamente que atacar la memoria y la dignidad de las víctimas del fascismo español sale gratis, mientras que señalar a los victimarios puede salir muy caro. Para eso sirvió, entre otras cosas, la amnistía de 1977.
Sinforiano Madroñero fue inscrito en el registro de defunciones seis meses después de su muerte, el día 22 de febrero de 1937. En la causa de fallecimiento, tachada, se puede leer que murió a consecuencia del “actual Movimiento Nacional”. Como alcalde de la ciudad y miembro del comité antifascista fue uno de los dirigentes republicanos que evitó que los 317 presos de derechas, entre ellos lo más granado del fascismo local, o los guardias civiles sublevados el 5 de agosto, sufrieran daño alguno. Entre el 18 de julio y el 14 de agosto fueron asesinadas diez personas, crímenes en modo alguno achacables a las autoridades republicanas. Los ocupantes demostrarían posteriormente que en un solo día –no digamos en un mes– se puede aniquilar a mucha más gente. Sinforiano Madroñero merece que una avenida de Badajoz lleve su nombre; también que la derecha intransigente se trague su soberbia y deje en paz su memoria.
Por el contrario, pasadas cuatro décadas desde el fin de la dictadura, cabe decir que por mera decencia democrática, por más fama de buenas personas que tuvieran y por positiva que fuera su gestión, ninguna persona implicada en el golpe militar ni ningún colaborador político –insisto: cargos políticos– del régimen de Franco deberían dar nombre a una calle. Sería una forma de reconocer el valor cívico de quienes fueron asesinados, de los marginados por el régimen y de los que, pagando un alto precio personal, se negaron a formar parte de aquella farsa sangrienta que fue el franquismo.
Entre las tareas del historiador está la de dar voz a los que les fue arrebatada mediante el terror. Sinforiano Madroñero murió sin descendencia y no tiene a nadie que defienda su memoria y su dignidad de las insidias y calumnias de quienes no soportan que el callejero incorpore la memoria democrática de este país. Sería mi deseo que estas palabras suplan ese vacío.