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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Casa de apuestas y el sueño capitalista

Mario López Sánchez, psicólogo

Nos hemos acostumbrado. De alguna forma, los paradigmas del capitalismo más salvaje han calado en nuestra psique como el nuevo mantra de la buena vida. La realidad funcional del sistema no nos interesa tal cual es: La degradación de la sanidad, el deterioro de la educación, los índices de pobreza, la infelicidad, el estrés, la destrucción del medio ambiente, las legiones de inmigrantes desesperados, los ahogados en el mar y los muertos en el desierto… Preferimos vivir soñando, y como soñadores valoramos nuestra existencia en función a las fantasías que nos ofrecen. Mientras la gran pantalla o el pequeño smartphone nos garanticen un ápice de esperanza en forma de frases motivadoras o de un taladrante exhibicionismo de la riqueza de unos pocos, mantendremos esa ilusión de llegar a formar parte de los afortunados. Así, no nos gusta que nada ni nadie amenace nuestra fantasía, ni tan siquiera la espantosa realidad, por lo que nuestra tendencia natural es a ignorarla o a reconvertirla en un subproducto cognitivo.

Para ayudar al individuo a conseguir esta alienación, el capitalismo moderno ha generado una enorme red de marketing, una industria de la comunicación cada vez más sofisticada, donde los intereses predominantes obtienen el beneplácito de un porcentaje apabullante de las voces mediáticas. La crítica se ha llevado al cuadrilátero de un gallinero, esos espantosos debates donde el troll es la estrella del corral y el intelecto sucumbe bajo el peso de la demagogia. ¡Cómo nos gusta la demagogia! En el Rin del opinadero se escuchan tantas cosas que no se escucha nada. Y así se mantiene la ilusión de neutralidad, de democracia. Pero el mensaje final es un montón de ruido que aturde más que instruye.

Los resultantes de este sistema maltrecho, con evidentes síntomas de putrefacción, se expresan en un sinfín de síntomas. Y no es necesario analizarlos uno por uno para encontrar la solución a todos ellos. Con tan solo agarrar cualquiera al azar, si sabemos tirar del hilo sin la injerencia de los profanos en la materia, llegaremos al tóxico causante. Yo me voy a centrar en la proliferación de las casas de apuestas y su comorbilidad social.

Se ha hablado mucho sobre este asunto, que comienza a tomar un cariz ensordecedor. _ Otra vez ruido en el gallinero_. Y como siempre, algo falta. El debate está cojo. En casi todos los análisis he observado una descripción patológica del efecto de la adicción al juego, así como un análisis estadístico relacionado con la edad y el estrato social de los afectados. Hasta ahí todo muy preciso. Pero nada más. La maquinaria mediática del capitalismo prefiere mantener los debates profundos sobre las causas del fenómeno en el cajón de la cómoda. _Mejor hablemos de lo intrascendente, hagamos como que nos preocupa, y sigamos con el plan establecido. Cuando los soñadores se quieran dar cuenta de qué va todo este tinglado, ya habremos exprimido la vaca. Desmontamos el chiringo y pasamos al siguiente_.

Para explicarme mejor usaré una analogía. Vayamos a la estadística que nos habla del aumento en los casos de accidente cardiovascular. Podemos llenar las tertulias de individuos hablándonos sobre síntomas, señales y demás asuntos clínicos. Pero si obviamos la causa profunda, que no es otra que la pésima educación alimentaria o como los intereses industriales utilizan a las masas cual ganado bajo el paraguas de la libertad de elección y del libre albedrío_ paradigmas del neoliberalismo capitalista_ pues ahí lo tienes. Hoy la situación es tan sangrante para las arcas de la salud pública que ya se ha empezado a incidir en la causa profunda del deterioro global de la salud cardiovascular de la población. Pero hasta que la vaca no se ha exprimido lo suficiente, hasta que ciertos grupos financieros no han hecho de la sobrealimentación en una parte del mundo y de la inanición en la otra su gran y floreciente negocio, hasta entonces el silencio mediático ha sido casi absoluto, excepto algún tímido conato en mitad de las tertulias-gallinero, empequeñecido, esos sí, por el troll de turno. ¡Qué barbaridad lo de querer limitar la venta e ingesta de ciertos alimentos! ¡Eso atenta contra el libre mercado! ¡Dios salve al capital!

La proliferación de las casas de apuestas responde igualmente a la promesa neoliberal de crecimiento infinito, esa fórmula que genera riqueza para unos pocos a costa del sacrificio de terceros, y que “tanto bien” parece haber hecho a la humanidad. Desde el punto de vista empresarial, el razonamiento nos vendría dado como la adquisición de licencias para la apertura de un negocio legal, al que la gente puede acceder si quiere _nadie les obliga_ y que naturalmente está propiciado por una demanda creciente. Muy bien, hasta aquí la explicación para los soñadores capitalistas. Pero la realidad es bien distinta y mucho más tenebrosa.

Como en cualquier otro negocio, para que un tinglado de apuestas funcione se requiere de una infraestructura, una logística y un marketing diseñado para un tipo concreto de cliente. ¿Pero qué cliente buscamos? Para definir el nicho de mercado hay que hacerse varias preguntas, entre ellas la siguiente: ¿Qué vende este negocio? Vende un sueño, vende justo lo mismo que el neoliberalismo vende a las clases trabajadoras, la posibilidad de entrar dentro del grupo de ganadores. Naturalmente en uno y en otro caso se oculta el factor estadístico.

Las casas de apuestas no se pirran por los millonarios con ganas de pasar un rato puliéndose parte de su fortuna mientras magrean una prostituta y esnifan cocaína. Esos son pocos y además se pueden aburrir por la ausencia de nuevas sensaciones. Las casas de apuestas lo que desean son legiones de trabajadores agotados, gente con problemas, que les cueste llegar a fin de mes, o que envidien el coche de su vecino y el casoplón de las Kardashian. Y esa es una de las razones por la que el número de estos locales se dispara, precisamente, en los barrios humildes.

El segundo factor a tener en cuenta tiene que ver con la forma en la que mantendremos al cliente en una predisposición constante para generar consumo, para seguir jugando. Ahí entra la explotación deliberada de la psique humana, de nuestras debilidades más profundas. El juego patológico se genera a través de una serie de sesgos de pensamiento perfectamente definidos, como la ilusión de control, que es la falsa sensación de que se puede obtener una estrategia que te permita ganar, o la falacia del jugador, expresada en la idea errónea de que si hace mucho tiempo que no ha aparecido un estímulo en la máquina (por ejemplo una banana) significa que pronto aparecerá. Y como no, del omnipresente pensamiento mágico, con amuletos de la suerte, rutinas obsesivas que se llevan a cabo antes de jugar, supersticiones de todo tipo… Podría alargarme hasta el hastío explicando el repertorio conductual del ludópata. Pero lo único que necesitan saber es que todas las cogniciones del que ya se ha convertido en un adicto al juego están determinadas para empujarlo a seguir con su pauta conductual hasta la autodestrucción total, no solo de ellos, sino de todo su entorno. Se volverán mentirosos, robarán y engañarán, todo propiciado por la falsa idea de que un día resolverán su problema, que tendrán eso que llaman suerte, y que confunden con el azar.

La publicidad que se utiliza es muy directa y absolutamente engañosa: En televisión tenemos a los famosos eufóricos en mitad de un casino o de una mesa de póker, todos sonrientes, desafiando a las matemáticas, mostrando justo lo que por azar es más improbable. En la calle los carteles, las marquesinas, las fachadas adornadas con fotografías de guapos ganadores y bellas acompañantes en una constante orgía de dinero. En la puerta el potencial cliente, gente de clase obrera, esposas, maridos e hijos, que difícilmente llegan a final de mes, aturdidos con las promesas capitalistas de opulencia, pero que, incompresiblemente, a pesar del esfuerzo diario, de las frases motivadoras de la nueva figura del “coach de vida” y de las promesas vacías de sus políticos, a ellos nunca les llega la ansiada estabilidad económica. Eso sí, a diario se ven ametrallados con imágenes hermosas que se cuelan en el salón de casa, viajes infinitos, coches espectaculares, vidas de ensueño… Neoliberalismo en vena. _Todo es posible si te esfuerzas o si tienes suerte_. Y ya tenemos el coctel mortal.

¿Cuántos picarán? ¿Un 2, un 5, un 10, un 20%? Ese es el estudio de mercado, definir cuantos ingenuos caerán en una red diseñada escrupulosamente, hasta el más mínimo detalle, para acabar con sus vidas, un negocio que no vende nada y que genera 1.000 veces más decadencia que progreso, pero parapetados por la falacia de la libertad de elección y el Dios del mercado liberal.

¿Os acordáis cuando era legal anunciar el tabaco con gente rebosante de salud y alegría? Hoy no se entiende esta publicidad sin mostrar las verdaderas consecuencias del hábito. ¿Y por qué este cambio? Volvamos a recordar la lógica empresarial capitalista. El ser humano es ganado. Se explota hasta la extenuación. Cuando ya hemos conseguido hacer fortuna con un negocio determinado y los daños en el sistema superan los beneficios, entonces avisamos de que lo que os estábamos vendiendo era mierda, y además os culpabilizamos por haberlo comprado, por haber hecho caso de nuestra enorme maquinaria publicitaria que os repetía día y noche lo maravilloso que era tal o cual cosa (tabaco, azúcar, alcohol…). Una y otra vez se repite este patrón. Ahora le toca a las casas de apuestas. Y la gente seguirá mordiendo el anzuelo. ¿Cómo es posible?, se preguntarán. La psique humana es mucho más previsible de lo que imaginan. Ustedes no son tan libres como creen a la hora de tomar sus decisiones. Pero esa es otra historia.

Llegados a este punto solo queda definir la responsabilidad política: ¿Es factible ilegalizar el juego? ¿Existe un término intermedio entre desregulación total e ilegalización que ponga freno al incremento de la conducta patológica? A la primera cuestión me atrevo a contestar con un “no”. El juego “no puede” ser ilegalizado en el contexto en el que vivimos. Habitamos una sociedad sumergida en el capitalismo. Si el político de turno tomara una medida de ese calado, no les quepa la menor duda que sería el propio pueblo el primero en echarse encima. Nadie osará en arrebatarle a la gente la ocasión de soñar con una probabilidad de enriquecimiento espontáneo, aunque esta sea ridículamente insignificante. En este caso el político responde a la mente colectiva con una mirada de soslayo. Sin embargo, la segunda cuestión obtendría un rotundo sí. Por supuesto que pueden tomarse medidas correctoras. Las casas de apuestas no están dirigidas por grupos de presión lo suficientemente importantes como para que puedan ejercer control soterrado sobre la clase política. Entonces ¿por qué no se toman esas medidas? No quisiera tener que responder extendiendo un manto de duda sobre la moralidad y ética individual de nuestros representantes. Pero los datos objetivos me empujan hacia ese panorama desalentador. Puedo comprender lo difícil que debe ser para un representante político enfrentarse a gigantes económicos, como los encabezados por eléctricas, empresas automovilísticas, telecomunicaciones, petrolíferas, banca… Esta gente, en su conjunto, mueven tanto dinero e influencias que con un solo chasquido de dedos generan terremotos comerciales capaces de hundir países enteros. Eso son los daños colaterales de las sociedades basadas en el consumo, una minimización del poder popular en favor de los poderes fácticos. Pero eso, como la falacia del libre albedrío, también es otra historia.

Las casas de apuestas representan un grupo empresarial absolutamente ridículo en comparación con los anteriormente mencionados. Cuando un político se pliega a los intereses de este “negocio” lo hace o por un absoluto desconocimiento de las consecuencias o por una evidente inmoralidad intrínseca a su persona. Y la diferencia entre una y otra razón es importante. Si lo hace por desconocimiento, la solución es sencilla; rodéese de técnicos cualificados en la materia, especialistas en conducta humana, asesores legales y sociólogos, agilice un plan de acción que priorice la defensa de la salud pública y erradique el tóxico con medidas de contención sin tener que llegar a la restricción total. Pero si lo hace por cuestiones morales, entonces estamos perdidos. Si un político se deja sobornar por empresas de esta minúscula envergadura, ¿en qué no serán capaz de ceder ante mastodontes financieros?

Para diferenciar entre un político y otro, entre el desinformado y el inmoral, solo hay que fijarse en los antecedentes y en los consecuentes. Tenemos el problema ¿cómo va usted a enfrentarlo? Puede dejar que se cronifique y que destruya generaciones enteras de individuos, que en otras circunstancias serían células productivas para la sociedad, o puede tomar las riendas políticas y activar el freno de emergencia.

Como ya hemos comentado, no es la primera vez que nos enfrentamos a negocios de naturaleza similar, con un componente neto de explotación humana que excreta marginalidad y enfermedad. El juego, además, tiene ese otro componente de ensoñación, que lo hace tan especial, esa capacidad de tranquilizar “a corto” las almas de las personas que se enfrentan a los problemas que la nueva entidad neoliberal ha traído a sus vidas. La desigualdad social puede ser resuelta en un suspiro, la pobreza, el frío, el hambre…la envidia, todo es posible resolverlo con una apuesta. Es el sueño capitalista.

Por último, haciendo una nueva analogía, la epidemia del juego patológico ha sido comparada con la heroína de los 80. Aquel estupefaciente que corría por las calles de los barrios humildes con tanta naturalidad como los chicles bang bang. Y se llevó la vida de miles de desgraciados que no supieron gestionar los problemas de su juventud. Si bien, lo que pocos conocen es que además tuvo cierta utilidad política en determinadas zonas del país. La heroína frenó los conatos revolucionarios más candentes, los que hacían temblar los cimientos del capitalismo postfranquista. Otra historia de la que hablar en otro momento. Los daños colaterales fueron asumidos por el sistema como un mal menor.

El juego posé características anestésicas similares. Para muchos jóvenes, el pensamiento mágico supone el escape a gravísimos problemas estructurales y económicos. Elegir el camino de las apuestas los destrozará en el mejor de los casos y los matará en el peor, pero no solo a ellos, como hizo la heroína en los 80, sino a todo su entorno familiar. Si la heroína era una bala justo entre las cejas de su presa, el juego patológico es como una bomba sucia; donde explota, se extiende silenciosa e invisible la mortal radioactividad, quedando inhabitables barrios enteros, familias aniquiladas, aumento de la pobreza y las patologías mentales derivadas; un auténtico caos social…

Esta vez, señores de la arena política, piensen bien en los daños colaterales que puede generar su mirada de soslayo. Puede que tanto dolor en tantas familias acabe por matarnos a todos, pues no hay mejor lienzo para dibujar el ascenso del fascismo que en la desesperación de las gentes.