El feminismo ha sido una de las recurrentes figuras de esta campaña electoral. Las feministas han peleado firmemente durante siglos para que las cuestiones que tenían que ver con la desigualdad por una cuestión de sexo, tengan el suficiente calado político como para ser una figura representativa en las decisiones de Estado. Ahora que parece que ese paso se ha cumplido, al menos en Occidente y en los países desarrollados, nos encontramos ante un panorama ciertamente ambiguo.
Por un lado, tenemos a un movimiento de masas que parece haber encontrado un espacio de denuncia sólido para que sus consignas y vindicaciones sean trasladadas al debate público obligando a los partidos a posicionarse. El mensaje es que las mujeres han empezado a tomar conciencia colectiva, por lo que el voto femenino puede ser clave, especialmente para la izquierda. El bloque de la derecha, por su parte, apuesta por un sucedáneo de feminismo que no suponga cambios radicales que afecten a la estructura ni al poder.
Si el feminismo quiere revolucionar el sistema social y económico, necesitará del poder para conseguirlo; sin embargo, los partidos tradicionales y las nuevas formaciones siguen siendo lideradas por figuras masculinas. Muchas feministas consideran de manera ingenua que el feminismo debe ser un movimiento apolítico y apartidista. Además de ingenuo, es falaz y contradictorio porque si para cambiar el sistema — que es la verdadera lucha feminista —, es necesario tener el poder, el ingreso en política es indispensable para ejercerlo. Me ha llamado mucho la atención que en los dos debates preelectorales televisados, ninguno de los participantes de la formaciones más potentes de España, haya sido capaz de hacerse con un discurso potente y eficaz con la contumacia suficiente como para ser digno de mención, exceptuando alguna pincelada, como el enfrentamiento entre Pedro Sánchez y Pablo Casado acerca de lo vientres de alquiler y la laxitud jurídica en relación con las violaciones, aunque de forma superficial y tirando de eslogan. La simpleza del debate en torno al feminismo, contribuyó a que la escena más destacable – y preparada – fuera la de dos mujeres pasando la mopa en un plató lleno de hombres.
El feminismo sigue siendo una filosofía incomprendida por la clase política ya que sigue funcionando como bloque independiente. El feminismo tiene que establecerse y funcionar como una forma de hacer política que fluya en todas las direcciones formando un todo hasta formar parte de manera completa. Pablo Iglesias cometió un error, quizá forzado por una parte del feminismo, en el momento en el que decidió no posicionarse ni debatir cuando se puso sobre la mesa el debate sobre el aborto. El líder de la formación de Unidas Podemos desvió el asunto al movimiento feminista afirmando que son las mujeres las que tienen la palabra. En primer lugar, el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo fue un derecho conseguido hace ya más de treinta años; por tanto, las feministas ya hablaron. En segundo lugar, no es la primera vez que el líder de la formación morada elude la responsabilidad con esa excusa, lo lleva haciendo con la abolición de la prostitución desde hace un par de años.
¿La violencia machista se debate — llegando a corregir a la presentadora— y el aborto y la prostitución, no? Pues de la misma manera que los nacionalismos, la sanidad, las políticas económicas y sociales se debaten — y también condicionan a las mujeres —, el aborto y la prostitución son cuestiones de política social en la actualidad; por tanto, el feminismo sigue siendo ' cosas de mujeres ' para ellos. El momento más vergonzoso llegó con el trato hacia la violencia de género, donde pudimos constatar la instrumentalización política de las víctimas de forma banal y superficial, sin un atisbo de voluntad política por intentar querer cambiar la situación actual.
El problema no es si el PSOE tiene en sus filas a un político investigado por violencia machista, ni si ha sido el PP el partido que ha impulsado el Pacto de Estado, el problema es que este tipo de violencia está estructurada de tal manera que, necesariamente, es obligatorio actuar sobre todas las capas que engloba la actividad política; desde las que tienen que ver con el ámbito de la jurisdicción hasta las que tienen que ver con la subida de las pensiones. En conclusión: la mopa se sigue pasando en casa.