Contar historias es una parte fundamental del ser humano. Las historias nos permiten compartir información de una manera que crea una conexión emocional, van más allá del lenguaje. No es que el lenguaje no sea importante, entendámonos. Necesitamos las palabras para contar historias, y las palabras, como notas musicales, componen una sinfonía de emociones que logra atrapar nuestra atención. Lo fascinante de esto es que viene sucediendo desde hace miles y miles de años. No podemos saber qué se contaban en el paleolítico, porque el lenguaje no fosiliza, pero sí sabemos que se contaban historias.
Este mes de enero cumplo veinte años contando cuentos en público, como narradora profesional. Uno es profesional cuando otras personas le ponen precio a lo que hace y le pagan ese precio. Cuando pagan, reconocen de forma fehaciente que uno lo hace suficientemente bien y que además es necesario para la comunidad. Es muy gratificante, y da sentido a la vida, saber que se hace un trabajo útil, y que se hace suficientemente bien.
Me ha pillado esta semana de celebración preparando un taller sobre cuentos y Literatura Infantil y Juvenil. Ustedes pueden pensar en un primer momento que he sido reiterativa al expresarme, cuentos y LIJ podrían parecer sinónimos, pero en realidad no lo son. Y es que los cuentos no fueron creados para el desarrollo afectivo-intelectual de la infancia. Los cuentos se contaban para toda la comunidad, sin discriminar por edad, sin hacer separaciones, y cada persona tomaba de la historia aquello que necesitaba o que era capaz de asimilar en cada momento vital.
Esta especie de conocimiento por capas también nos puede suceder con los libros, pero nuestra sociedad hiperracional suele ponerle etiquetas. A mí me cuesta mucho ponerle etiquetas a las lecturas, por eso no tengo ni idea para qué público escribo. Si me apuran, tampoco sé decirles para qué público cuento cuentos, y claro, luego vienen las personas encargadas de la educación infantil y me dicen que lo mío no sirve de 3 a 5 años. Y yo me sorprendo, porque si puedes contar “Los tres cerditos y el lobo feroz” también puedes contar “Las tres cerditas y la inspectora medioambiental”, a fin de cuentas he respetado todos los pasos del relato original, salvo quizás la maldad de la inspectora, aunque ciertamente ella da miedo.
Y es que las narrativas son patrones, aunque no todos los patrones son narrativas. Para estar en la categoría de narrativa necesitamos que existan personajes, contexto y una acción dramática. Esto es importante, lo siento, lo he intentado, pero sin conflicto no hay historia.
Y una vez llegada a este punto, y siendo quien soy, debo preguntarme y preguntarles: ¿Los animales se cuentan?
Sinceramente, ahora que sabemos que los delfines tienen nombre, los que se ponen entre sí, no los que les ponen en el zoológicos; ahora que sabemos que los perros reconocen personajes, algo que estaba claro desde hace tiempo, puedo contarles que mi primera perra, “Negrita”, sabía perfectamente quien era la “abuela”, y cuando uno le decía “Hoy viene la abuela”, Negrita se ponía a saltar de contenta porque era capaz de identificar al personaje por su nombre. Pues atendiendo a esto, espero que cualquier día, alguien inteligente y con paciencia para la observación nos descubra al resto de la humanidad las narrativas de los otros animales, tal como hizo Jane Goodall con las herramientas, y acorte un poco más la distancia y la soberbia de nuestra especie.
Hay un libro, siempre hay un libro, titulado “Narrative Madness: The Quixotic Quest for Reality” (Locura narrativa: la búsqueda quijotesca de la realidad) que explora este asunto. Lo escribió Ronald B. Richardson en 2014, pero no está traducido al castellano. La cuestión es que el Sr. Richardson comienza hablándonos del lenguaje de las abejas, porque es una forma de comunicación simbólica en forma de danza, capaz de transmitir información clara sobre temas prácticos como la distancia, la facilidad o dificultad de acceso y la abundancia. Lo resume así: bailan en el presente sobre experiencias pasadas para explotar recursos futuros ¿No es eso contar una historia?
Para el autor, “lo que nos distingue de los animales son afirmaciones como ‘Lo que nos distingue de los animales. . . .’ En otras palabras, lo único que nos separa de los animales es una narrativa continua que dice que no somos animales. El humano es el animal que finge que no lo es. La mayoría de nuestras reglas sociales están diseñadas para ocultar nuestra naturaleza animal de nosotros mismos”.
Hay otro libro, “Abundant Earth: Toward an Ecological Civilization” (La Tierra Abundante: Hacia una civilización ecológica) de Eileen Crist, bióloga y socióloga, donde también se habla de la cuestión de la narrativa. Nos dice la autora: “La causa de nuestra inacción, es la ‘supremacía humana’, una creencia en gran medida inconsciente de que el Homo sapiens es el amo de la creación y no una humilde especie entre millones. Esta visión del mundo promueve no sólo la agricultura industrial, la tala de árboles, la minería de extracción en la cima de las montañas y la pesca de arrastre, sino también comportamientos más comunes como conducir coches que matan la vida silvestre y emiten dióxido de carbono. Mientras prevalezca la supremacía humana, la humanidad seguirá siendo incapaz de reunir la voluntad de reducir y frenar la floreciente empresa humana que está deshaciendo la riqueza biológica de la Tierra”.
Ahí lo tenemos, una vez más cuestiones que parecen no tener nada que ver a priori, resulta que están tan conectadas que necesitamos estudiarlas juntas para ver el verdadero problema. Y el problema es el antropocentrismo de nuestras narraciones.
Hay una científica informática alemana especializada en robótica social e interacción humano-robot, Kerstin Dautenhahn, que se ha hecho también está pregunta sobre quién narra, y da está respuesta: “Los humanos no son discontinuos del resto de la naturaleza (...) las capacidades narrativas humanas no son únicas y existe una continuidad evolutiva que vincula las narrativas humanas con los formatos narrativos transaccionales en las interacciones sociales entre animales no humanos”.
De modo que me encuentro a mi misma al principio del camino. Es verdad que los estudios narrativos están centrados en lo que conocemos, osea en el lenguaje de las personas, por lo que no logran identificar los modos narrativos en la interacción animal, pero ya hay personas dentro de la comunidad científica haciéndose preguntas sobre esta cuestión, de modo que quizás, mi responsabilidad como narradora oral sea buscar o crear esas historias capaces de romper con el patrón antropocéntrico.
Este año celebro veinte años contando cuentos en público por dinero, es una gran responsabilidad porque todas sabemos que el lenguaje, y las historias, moldean la realidad. Y por eso, no se me ocurre mejor forma de celebrarlo que tener un propósito a futuro, un propósito que engloba hacerse preguntas, buscar respuestas y ofrecer nuevas narrativas que sean capaces de hacer posible un ser humano integrado en la naturaleza, conviviendo en paz con el resto de terrícolas. Ojalá ustedes quieran celebrar conmigo.