Lluis Homar y Ana Belén encarnan el amor y el deber de “Antonio y Cleopatra”
Ana Belén y Lluis Homar han trasladado esta noche el significado de amarse sobre todas las cosas al Teatro Romano de Mérida, a través de un Marco Antonio bruto y noble a partes iguales, cuyo objetivo de llevar la ética romana al resto del mundo ha chocado profundamente con una Cleopatra que entrelaza sus pasiones con el amor que siente hacia su pueblo.
Ambos actores han podido sentir esta noche en sus hombros el peso de dos mil años de historia, al representar la segunda obra del 67 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, el choque de dos civilizaciones con intereses diferentes.
Una de ellas, la romana, experimenta el auge y expansión, mientras que la otra, la egipcia, lucha por su supervivencia en una época en la que la primera pretende extender su forma de ver la vida por todos los rincones del mundo conocido.
En esta trágica dicotomía humana de pasiones, que William Shakespeare escribió en 1606, adapta Vicente Molina y dirige José Carlos Plaza, intervienen unos personajes con identidad propia que han dotado de sentido y hacen de hilo conductor de una historia apasionante que busca en todo momento encontrar el equilibrio entre el deber, el amor y los instintos más pasionales del cuerpo humano.
“Uno de los tres pilares del mundo a merced de una ramera”, así es como ve aquella Roma imperiosa a esta Cleopatra emperatriz, y contra eso ella luchará junto a Marco Antonio, que Lluis Homar muestra como un hombre valiente y entregado a sus instintos, pese a que ello le produzca la mayoría de sus desgracias.
“Regañar, reír, llorar” son sentimientos ligados a la figura poderosa de Antonio, lo que le hace más humano ante sus generales que dudan de él, pero sin embargo viven a base de sus victorias y que lo traicionan como hace su fiel compañero Enobarbo.
Por el contrario, Ana Belén muestra posesiva a Cleopatra en esta obra y “más astuta de lo que un hombre es capaz de imaginar”, es por ello que hace temblar el triunvirato compuesto por el rico Lépido, el astuto César Octavio y el impulsivo Marco Antonio.
Ante la escalada de tensión, éste último se ve obligado a casarse con la hermana de César, Octavia, y aunque este matrimonio es por la paz, en oriente le espera el placer de un continuo vaivén de emociones provocadas por la emperatriz egipcia, que recibe la noticia de esta unión con un gran dolor.
Pese a que en el pasado Octavio y Antonio lucharon juntos contra el temido Sexto Pompeyo, finalmente ambos enfrentan sus ejércitos en tierra y mar, siendo el segundo derrotado.
El amor que Antonio siente por Cleopatra le lleva hacer lo que él consideraba impensable para un general romano, se retira de la batalla abandonando la gloria que persigue.
Es a partir de entonces cuando los amantes caen, ante el avance del que fuera reconocido por el mismísimo Julio César como hijo adoptivo, en una espiral de movimientos políticos y desamores.
El gran Marco Antonio, “ese que en su nombre cabía la mitad de un mundo”, acaba con su vida con la ayuda de una espada, empujado por la pena y en cierta forma por la propia Cleopatra, llegando a conseguir así, y sin saberlo, la eternidad romana que tanto anhelaba en vida.
Por su parte, Cleopatra, con la picadura de una serpiente, y al ver el cuerpo sin vida de su querido Antonio, termina con su vida cargada de contradicciones humanas, poniendo así fin a una noche de teatro donde las piedras romanas de Mérida han podido ser testigos de lo que fue en cierta forma su origen y una parte de su historia.
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