El olvido de las mujeres extremeñas en la colonización de América
“Cuando tú llegas a Plasencia nadie sabe quién es Inés Suárez; cuando llegas a Llerena, nadie conoce a Catalina Bustamante. Y eso que ambas fueron mujeres relevantes durante la colonización en América pero nada sabemos de ellas en Extremadura”.
La actriz y directora de teatro Charo Feria, natural de Huelva pero afincada en Extremadura, se sorprendió mucho aquél domingo de ramos de 2012 en el que fue buscando a Plasencia, junto a una amiga colombiana, los rastros de Inés Suárez, que se embarcó en el viaje a las Américas y llevó a conquistar Santiago de Chile, pero no dieron con nada. Los museos y casas culturales abiertos ese día en la localidad placentina no sabían quién era esa tal Inés Suárez y a la gente lo único que le sonaba era el colegio que lleva su nombre en el Parque de la Coronación.
A partir de entonces no paró de investigar y atar hilos sobre las mujeres extremeñas que cruzaron el Océano Atlántico hasta llegar a América en busca del famoso 'Nuevo Mundo' que tanto las cautivó ante las pocas expectativas de vida en la región a principios del siglo XVI. Fue así como descubrió a Beatriz Salcedo, Inés Muñoz, Catalina Cuevas o la Monja Alférez, entre muchas otras. Todas se caracterizan porque sus vidas, a pesar de la valentía y el coraje que tuvieron en la época y lo que consiguieron en América, han sido invisibilizadas por nuestra Historia.
Charo cuenta esto desde Bogotá, Colombia, hasta donde ha ido para compartir la muestra teatral '¡Conquistadoras del silencio¡' que ha creado a raíz de esta investigación de año y medio. Un trabajo sobre una mujer extremeña y otra peruana que establecen lazos de sororidad y hermanamiento cuando se encuentran en América, siendo una cuerda y unas piedras los elementos protagonistas de la escena.
A propósito del ciclo cultural “Extremadura en Colombia”, organizado en el Centro Cultural y Educativo Español Reyes Católicos de Bogotá, y en el que colabora la Junta de Extremadura, Charo ha querido “sacar a lo público nuestra Historia y visibilizar a nuestras mujeres”, explica con orgullo esperando poder representar pronto este espectáculo en Extremadura, donde hasta ahora este trabajo no ha tenido repercusión.
Sentadas en la Plaza de la Concordia de Bogotá, bajo un cielo gris y una suave brisa característica de la capital colombiana, Feria afirma sentir hasta ‘taquicardias’ cuando encuentra a una de “sus mujeres” ante la falta de información que sólo está enterrada en los centros de investigación donde es complicado rastrear.
Asegura que sus maletas han cruzado el charco con peso de más por los libros que ha ido encontrado en el camino sobre este inusual tema y que la acompañan en este periplo feminista transoceánico. Libros tan grandes como las historias de algunas de estas mujeres que son más conocidas en los pueblos americanos donde se instalaron que en nuestra región.
Mencía Calderón
Mencía Calderón es un claro ejemplo de ello. Natural de Medellín (Badajoz) y procedente de la nobleza exploradora del momento, se embarcó hacia las Américas con tres barcos y trescientas personas, entre ellas cuarenta mujeres casaderas que iban a contraer nupcias con los flamantes conquistadores, en una travesía que duró seis años hasta llegar a Asunción, en Paraguay.
“A esta mujer la pasó de todo: tardó diez días en llegar a las Islas Canarias por unas terribles tormentas que sufrieron; en esa primera parada muchas de las personas que viajaban con ella se quedaron por lo difícil que había sido ese primer tramo. Luego rumbo a Guinea, en África, tuvieron un naufragio y se vieron obligados a quedarse dos meses allí hasta que se recuperaron; cuando ponen rumbo de nuevo, mar adentro les atacan barcos piratas y tuvieron que entregarles toda las pertenencias de valor que llevaban; cuando llegan a Santos, en Brasil, les reciben negreros que traficaban con personas donde detienen a Mencía y a las cuarenta mujeres casaderas durante dos años hasta que un jesuita las ayuda a salir de ahí. Y con todo, en España ya pensaba que estaba muerta, se había olvidado de ella, a pesar de que Mencía seguía cumpliendo con lo prometido con la Corona Española. Tras esto, deciden irse andando hasta Asunción. ¡Imagínateuna comitiva de mujeres caminando miles de kilómetros, atravesando los afluentes del Amazonas, las cataratas de Iguazú, la selva…, hasta que por fin hacen su entrada en la capital paraguaya!”.
Charo narra esta historia con pasión e indignación a la vez, por la importancia del relato pero también por el olvido que conlleva, y concluye con estupor, “sobre Mencía Calderón hicieron una serie en Antena 3, pero al final los protagonistas eran chicos”.
Catalina Bustamante
Catalina Bustamante es otro ejemplo de coraje y olvido. Fue denominada la ‘primera educadora de América’ por la escuela de niñas indígenas que implantó en Texcoco (México) y que, no sólo sirvió para educarlas, sino también para protegerlas como esclavas sexuales o moneda de cambio entre alianzas con caciques y regidores españoles.
Natural de Llerena, Catalina educaba a las niñas en la fe cristiana -condición impuesta por los franciscanos de la época-, les enseñaba a leer y a escribir, defendía su dignidad y denunciaba los abusos sufridos.
En 1529, a través del obispo Zumárraga, envió una carta al mismísimo rey de España Carlos I exigiendo justicia porque un regidor español de la zona se había encaprichado de dos niñas del colegio y ordenó secuestrarlas. “Incluso pudo viajar a España en 1535 para entrevistarse con los Reyes y solicitar más apoyo para seguir educando a esas niñas. Fue la reina Isabel de Portugal quien se interesó por este caso, la que hizo que se enviasen más educadoras y extender así la labor de Catalina Bustamante por otros lugares y llegar a más niñas”, explica Charo mientras un bullicio que anuncia la hora del almuerzo en la Plaza de la Concordia bogotana nos despierta del fondo de esta historia donde estamos profundamente sumergidas. “A mediados del siglo XVI, la peste se llevó a la primera maestra de América y a muchas de las niñas indígenas”, remata alzando un poco la voz por el jaleo de medio día sin intención de retrotraerse del relato.
Pueblos hermanos
En Extremadura la Conquista es algo muy cercano: monumentos, nombres de calles y títulos de espectáculos sobre aquél periodo histórico nos recuerdan que de nuestra región salieron muchos hombres para hacer las Américas. De las mujeres sabemos más bien nada y si alguna se cita es para nombrarla como esposa, madre o hija de esos caballeros que iban a hacer colonia.
El sistema patriarcal acampaba a sus anchas en la vida de las personas y la Iglesia Católica permeaba en las mujeres con cargas de culpa y pecado típicas de la época. Por ello, “ni se nos pasa por la cabeza que a América vinieron mujeres españolas, como ha ocurrido en cualquier periodo de nuestra historia”, especifica Charo con exclamación.
Y es que, las mujeres no llegaron a América para guerrear, a diferencia de los hombres, sino que plantaron cultura, educación, sociedad, religión, gastronomía... Más allá de si ésta fue la siembra de un modelo que arrasó las tradiciones ancestrales indígenas de los pueblos americanos, las mujeres extremeñas fueron las que fijaban la colonia, las que estaban en los pueblos, en las ciudades, en los lugares de campamento mientras los hombres estaban en la guerra. “En todos los países de Latinoamérica fueron las mujeres las que empezaron a sembrar trigo, olivos o a cuidar ovejas.Ellas fueron las mantenedores, las tejedoras, las maestras, las cocineras, fueron las que pusieron los sedimentos de la actual cultura hispanoamericana. Incluso Catalina Cuevas, la cocinera de Inés Muñoz-cuñada de Francisco Pizarro que llevó a Perú la primera simiente de trigo y plantones de olivo-, fue la que aprendió quechua para poder entenderse con las mujeres indígenas y poder cocinar con las materias primas que tenían aquí”, aclara.