En 23 días tendremos la gran encuesta, la que cierra todas las bocas, fabulaciones y expectativas. Las elecciones del 24 de mayo tienen mucho de singular porque, al margen de la aburrida alternancia a que nos tienen acostumbrados en municipios y comunidades, vamos a comprobar si el electorado está realmente hastiado de un bipartidismo tan supuestamente denostado. Sobre el papel parece que decidirá el cabreo. La irrupción de nuevas opciones es un melón sin catar y como “hasta el rabo todo es toro” veremos que pasa y qué decide el respetable en aquellos pueblos en los que siguen teniendo las mismas alternativas de los últimos treinta y tres años. ¿Elegirá el elector papeletas diferentes para el municipio y la comunidad? Ojalá me confunda, pero no lo creo. Sería un signo de madurez democrática que no parece probable porque, al menos hasta ahora, las elecciones municipales tiran de las autonómicas y las opciones que no presentaban candidaturas en los municipios apenas arrastraban un voto testimonial en las autonomías. La suma del voto municipal solía ser, aproximadamente, el voto autonómico.
En Extremadura, Podemos y Ciudadanos se presentan en muy pocos pueblos y esto limitará mucho sus posibilidades, con el agravante de que, además, Podemos concurre con una sopa de siglas que añade una dificultad más. De momento no se atisban cambios espectaculares, aunque Ciudadanos y Podemos puedan desempeñar papeles fundamentales para conformar gobiernos y, por las preferencias de uno y otro, veamos la patita para deducir por dónde puede ir el gobierno que salga de las elecciones generales del próximo diciembre. Guerra táctica en todos los partidos, que no quieren enseñar las cartas que ocultan en la bocamanga para la gran cita de las elecciones generales, aunque resulta sorprendente que desde Podemos apunten todas sus baterías contra Ciudadanos. Si antes se buscaba el voto del centro, que era donde estaba la mayoría, ahora se disputan el voto del cabreo, prescindiendo de la ideología del cabreado. Un voto es un voto.
El panorama es para disfrutarlo desde la barrera, porque el carajal montado da para una historia interminable. IU anda a mandobles contra IU, dividiendo incluso las subdivisiones y, evidentemente, achicando cualquier posibilidad de lograr el 5% para entrar en el bombo del reparto. Pedro Escobar sigue tan perdido como durante toda la legislatura y parece dispuesto a enterrar a los restos de los restos de los restos de IU en su propia tumba. Posiblemente el 25 de mayo lo veremos por última vez, dando explicaciones lógicas y convincentes sobre el estrepitoso fracaso de su gestión. Menos él todos serán culpables, pero se irá contento del lucimiento mediático -guitarra incluida-, de estos cuatro años de focos y pasarelas. En la historia de la autonomía extremeña, nunca tan poco logró tanta fotografía. Ser fotografiado es el único mandamiento cuyo cumplimiento se ha hecho efectivo. Felicidades, Monago.
Los regionalistas extremeños chapotean entre la inconsistencia de su oferta y el desconocimiento del electorado, pese a que Estanislao Martín haya logrado un batiburrillo extraño bajo la denominación de “Extremeños”. Haber concurrido durante doce años como convidados de piedra en las listas del PSOE les quitó visibilidad y la última cabriola de uno de sus diputados, saltando del barco para salvarse de la brecha abierta por él mismo, los dejará muy a la intemperie, aunque sigan teniendo una exigua representación municipal. Es poco, pero es lo que hay en el regionalismo extremeño. No voy a pararme en enredos personales. Evidentemente no es su momento.
PSOE y PP bailan en un baldosín y curiosamente los sondeos de los medios de la derecha dan vencedor al PSOE y los de la izquierda al PP. Coinciden en que los dos se dejarán muchos pelos en la gatera del próximo 24. Toda la burda parafernalia publicitaria de estos cuatro años, diseñada por el consejero de Ocurrencias, se quemará en las urnas y Monago pagará el peaje que no pagó para sus vuelos a Tenerife. Sus tonterías de corredor verde pistacho, sus peleas de matón portuario e incluso los bloques de hormigón que quiere regalar a Vara, lo pondrán frente a una realidad que, a buen seguro, no sabrá interpretar ni digerir. Si se da el previsible batacazo, le pasarán factura los mismos que ahora lo aplauden. ¿Y Guillermo Fernández Vara? El candidato socialista vio desde lejos el panorama y consciente de los pocos frutos que al PP le iba a reportar tanta tontería, se ha limitado a poner los brazos para que le caiga en ellos lo que ha ido dilapidando Monago con sus “monagadas”. Sin mayorías absolutas, habrá más de una bolita debajo de los cubiletes. Ahí veremos quiénes son Podemos y Ciudadanos.