Circula en la comunidad científica una especie de lugar común denominado “valle de la muerte”, para referirse al espacio teórico-temporal en el que se mueve la investigación (la ciencia) y la innovación (la empresa) y lo que suele ocurrir entre la producción científica desde su concepción hasta que se convierte en “producto” asequible a la población, proceso que suele pasar por las patentes y su explotación, de una u otra forma, en el “mercado”. Un artículo no es una tesis y por tanto me voy a limitar a esbozar un asunto que sin duda daría para trabajos mucho más enjundiosos. Y ya hece 20 años que trabajé en ese área (de la transferencia del conocimiento y de las tecnologías a la sociedad civil) por lo que es algo que me resulta familiar.
Conviene distinguir diversos planos, porque la relación Universidad-Sociedad no es la misma en sociedades tan distintas como las que existen, aunque las “universidades” como tal tiendan a comportamientos muy similares en razón de su propio objeto: impartir conocimiento especializado y del mayor nivel posible a sus sociedades fundantes. No es lo mismo Estados Unidos, donde el sistema educativo entero se fundamenta en criterios de mérito y de utilidad, ligados a una sociedad que fomenta (ahora) la igualdad de oportunidades y la posibilidad de desarrollar la iniciativa individual para conseguir el máximo posible de “felicidad”, dentro de un esquema de libre mercado en el que la empresa “manda” e incluso crea “universidades a medida” para servir las necesidades de las mismas, a una Unión Europea en la que los distintos marcos normativos e historias individuales de los países ha creado un magma (investigación-desarrollo-innovación y sus derivados) cuyo corpus normativo es en si mismo materia para un grado universitario, como poco...
En este artículo no tocaremos el “modelo socialista” de relación Universidad-Sociedad (especialmente el soviético o el chino) porque nos llevaría lejos del limitado objeto del propio artículo. Quede ello pues para la “tesis”, si la escribo algún día.
Pero si cabe hablar de España, naturalmente, pues su universidad y su modelo económico tienen peculiaridades que hacen de esa relación un caso extremo del valle de la muerte del que hablamos. Recientemente en Madrid atendí a un curso en el que responsables del área I+D+i se quejaban amargamente de la extraordinaria calidad del sistema de “producción científica” de España, medida, como es habitual en publicaciones científicas, comparado con el pobre resultado en cuanto al número de patentes inscritas. Hay un desnivel muy superior al que existe tanto en los Estados Unidos como en la media de la UE y sobre todo respecto de los países punteros en el mundo. Se produce mucha y buena ciencia y se investiga bien, pero no se “aprovecha” prácticamente ese conocimiento y ello leva a la frustración y al desanimo a la comunidad científica a su vez, y a mantener retrasos en la competitividad de la nación.
En Extremadura, por fin, ese desfase se acerca a lo cósmico. Hace 20 años trabajé en ello y descubrí el alto nivel de mucha de las investigaciones que se hacían y el casi nulo efecto sobre una “comunidad empresarial” apenas existente o sin contacto apenas con el mundo universitario donde se investigaba y aún se investiga. Hace muy pocos días se publicaban noticias sobre “la universidad como motor de la investigación” en Extremadura, de modo que pareciera que no hemos avanzado mucho, aunque en realidad si se ha avanzado, y hoy el sistema de “I+D” ha crecido mucho fuera de la Universidad, pero la “innovación” sigue teniendo problemas serios toda vez que no hay masa critica empresarial suficiente para aprovechar la alta producción científica que se obtiene.
En las jornadas de Madrid a las que asistí por razones profesionales se dieron cita dos centenares de gestores científicos y científicos europeos y españoles, y a lo largo de las mismas se mencionó en varias ocasiones esta incongruencia que aparece de forma reiterativa no solamente en España o Extremadura (aquí, exacerbada). Hay “poca correspondencia” entre “producción científica”, que se mide como es sabido por publicaciones y menciones obtenidas por las mismas, y número de patentes de invención que se registran en unos territorios u otros. A este diferencial evidente pero que de cuyas causas no existe consenso es a lo que se le llama “el valle de la muerte”...
Una especie de vacío que puede generarse en las expectativas de los científicos y que hace “poner en cuestión” para muchas personas cuyos criterios de excelencia se miden por las cuentas de resultados propias o de sus amigos, por la “poca eficiencia” que se atribuiría a las propias prácticas y actividades de investigación. Si nuestro sistema científico (me ciño ahora al español) es muy productivo en publicaciones y muy parco en patentes o invenciones, y que hace que haya quien piense, no que ese sistema científico es “muy productivo” dada la baja inversión relativa que se hace en I+D+i en España y Extremadura, sino que se debe proponer su reducción, dada su “ineficacia”... De aquí al “que inventen ellos” no hay ni siquiera un paso: algunos siguen instalados en ese esquema mental retrógrado. No hay que “jibarizar” a la Universidad o a la Administración en Extremadura (que mantienen casi toda la estructura de investigación existente) sino que hay que hacer crecer la sociedad a la que sirven.
Por esta convicción tengo otra explicación para el fenómeno: El diferencial entre Investigación e Innovación entre unos u otros países, el “gap” entre “ciencia publicada y patentes”, el valle de la muerte, en suma, es tanto más hondo cuanto más débil es el tejido empresarial que debiera aprovechar esa producción social de conocimiento que es, sin duda, la Universidad. Es el IBEX35 y su composición, y la comparación con otros índices bursátiles (en la medida que la Bolsa es un buen indicador de actividad empresarial libre) y sus diferentes composiciones (DAX, -Nikkei, Dow, etc) el que explicaría cual es la causa. Vean qué tipo de empresas (que tipo o modelo de capitalismo) tiene cada país y les diré cuál es la tasa de muertes en ese valle... En Extremadura no es un valle sino un muro enorme el que separa la “potencia” de la investigación, con las posibilidades de aprovechamiento de este conocimiento por parte de las empresas... extremeñas.
El valle de la muerte es, sintéticamente, el que se atraviesa mientras que el dinero disponible para la investigación se acaba y el necesario para desarrollar el hallazgo no llega desde la inversión que “la empresa” podría hacer si lo supiera (un problema, la difusión) o si pudiera (otro problema, el crédito y las fuentes). Llenar ese camino en el desierto es una necesidad, y eso pasa porque al otro lado del valle haya un tejido empresarial dispuesto a aprovechar el caudal del conocimiento y a saciar la sed de los pobres caminantes que deambulan por el mismo.