La filosofía tiene, entre otras, una tarea educadora ¿ Qué significa eso? ¿Es importante? Días atrás leíamos un artículo sobre la relación que había entre la disminución de los estudios filosóficos y humanísticos y el incremento en Europa de actitudes y políticas fundamentalistas, xenófobas o antidemocráticas. Ciertamente la explicación no dejaba lugar a dudas, algo estamos haciendo mal. ¿Será que la educación se desvía del objetivo de formar ciudadanos comprometidos con los valores que sustentan la democracia (el diálogo y el respeto a la pluralidad) y de personas empeñadas en realizarse, ante todo, como seres racionales?
Educar equivale a formar a los alumnos de manera integral, es decir, establecer una relación entre los contenidos y los aspectos teóricos con la vida. Para ello es necesario que los conceptos e ideas se asienten en valores, o lo que es lo mismo, pensar bien (con lógica, coherencia, rigor, actitud crítica) para actuar mejor, esto es, para poner en práctica valores y actitudes que nos humanicen y nos permitan construir un modelo de sociedad plural, libre, justa, cosmopolita y solidaria.
Ahora viene la cuestión, ¿cómo se hace posible esto? ¿Se puede llevar a efecto si despreciamos o nos “olvidamos” de que algo (contenido) ha de pensarse correctamente (procedimiento) para ejecutarse adecuadamente (acción)? La filosofía nos impele, antes que nada, a un ejercicio de concienciación sin el cual no puede analizarse el momento crítico que precede al cambio. O es esto o, como planteaba Kant en “Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?”, los cambios – rápidos, externos, aparentes – serán cambios para no cambiar nada – salvo unos prejuicios por otros – .
En ese ejercicio de concienciación, la filosofía nombra lo que, a veces, no tiene ni nombre, hace evidente los problemas fijando ante su objetivo, como un fotógrafo, el asunto a delimitar, detecta males y malestares sociales y culturales, y plantea cuál sea la patología contra la que ensayar respuestas y/o soluciones de carácter global en maridaje con otras disciplinas. Si prescindimos de este análisis y diagnóstico teórico desde el grado de radicalidad y universalidad que supone la filosofía, el relativismo y la renuencia a todo lo que no sea inmediatamente útil campan a sus anchas.
Pero además de despertar conciencias, la filosofía nos dispone a coordinar experiencias particulares para construir patrones de cooperación que drenen a la sociedad de problemas e injusticias. Esto no es lanzar ideas al aire, es lo que nos negamos a ver en cada informativo: mujeres maltratadas, pateras fúnebres flotando por el Mediterráneo, violencia callejera, desastres ecológicos, fanatismo, conflictos bélicos, y una desigualdad injustificable e insoportable...
Europa se desmorona moral y políticamente cuanto más apuesta por el beneficio de unos pocos, el mercado como paradigma de interacción social, el avance tecno-científico sin más fin que la rentabilidad inmediata, el nacionalismo y sus fronteras... Cada uno de estos elementos no es, en sí mismo, irremediablemente problemático, pero en conjunto y coordinados triunfan si intencionadamente se vacía de espíritu crítico a la ciudadanía. De otro lado, todo esto es, en parte, efecto de una razón instrumentalizada en la que los fines aparecen desvinculados del ideal de racionalidad y justicia sobre el que se edificó, ya desde su pasado clásico, nuestro proyecto civilizatorio. Europa nació de la argumentación y el diálogo, esto es: de aquello que caracteriza, a la par, a la filosofía y a la democracia, y que se ha ido cimentando en el esfuerzo – único en el mundo – por instituir sociedades regidas por los principios de igualdad, tolerancia religiosa e ideológica, respeto por las libertades y confianza en la autonomía humana. Toda la suma de desencuentros, desigualdad material, fanatismo, censura, restricción de las libertades y concesiones a proyectos (políticos, religiosos) irracionales, son otros tantos síntomas de un déficit parejo de democracia y espíritu filosófico. ¿Quién pierde hoy el tiempo pensando? ¿Qué crédito se da hoy al horizonte de inteligibilidad y esperanza que, desde los griegos a la Ilustración, se adscribió a la razón humana? ¿En qué infra-simulacro de diálogo se ha convertido la democracia meramente formal que padecemos hoy?
Sin embargo, y justo por todo lo que hemos dicho, la exigencia crítica y analítica de la filosofía, así como su capacidad para concienciar, diagnosticar y mover a la acción, son más necesarias que nunca. Es por esto que no cabe desterrar a las materias filosóficas del currículo educativo, tal y como se ha hecho, desgraciadamente para todos, en la última de las leyes educativas de este país.
Hace ahora más de seis años que, pese a las recomendaciones del Consejo y el Parlamento europeo, las solemnes declaraciones de la UNESCO, y la opinión de la mayoría de las fuerzas políticas, el Ministerio de Educación de Juan Ignacio Wert, en un alarde de soberbia e ignorancia, decidió eliminar dos tercios de las horas de filosofía en la Educación Secundaria; el mayor recorte a una materia desde la transición. Profesores, reputados intelectuales, padres y alumnos, buscábamos, en vano, algún tipo de explicación a este despropósito. ¿Qué sería de la educación – nos preguntábamos – sin la Ética – una de las materias que desaparecía como asignatura común – , es decir, sin el debate en torno a lo que debemos o no ser y hacer? ¿O qué sería de los ciudadanos sin un conocimiento básico de la Historia de la Filosofía, es decir, no de la historia de las batallas, las naciones, o los movimientos revolucionarios o artísticos, sino de las ideas mismas que han motivado esas batallas, naciones o movimientos?
Sabedores de todo esto, y tras una denodada tarea de difusión y concienciación por parte de los profesores de filosofía, el gobierno extremeño decretó la vuelta de la Historia de la Filosofía como materia común para todas las especialidades del Bachillerato y aumentó, todo lo que permitía la LOMCE, las horas de formación ética y cívica en toda la Educación Secundaria. Las decididas medidas contra la LOMCE tomadas en Extremadura se unían y servían de inspiración a las de comunidades de media España, pero también dejaban en evidencia a las de la otra media, con gobiernos incapaces de reaccionar o, peor aún, convencidos de la mísera filosofía educativa de la LOMCE, ceñida al prototipo ultraliberal de reducir la educación a mera instrucción al servicio de los mercados.
Algo parece ahora que se mueve. La nueva ministra de educación, Isabel Celaá, ha anunciado medidas drásticas para empezar a transformar la LOMCE. Entre ellas la reimplantación de la formación filosófica en valores (Educación Cívica y Ética), esto es, aquella que, lejos del adoctrinamiento dogmático, se ocupa de analizar racionalmente los valores comunes para que el alumno pueda asumirlos personal y críticamente. Es de desear que se implante como una materia con entidad propia (no como simple alternativa a la de Religión), que disponga de horas suficientes, y que se responsabilice de su impartición a los departamentos especializados en Ética y Filosofía (en lugar de convertirse, como en tantas otras ocasiones, en la materia “maría” que sirve para rellenar huecos horarios de otras especialidades).
Pero más aún que todo esto, sería de desear que, de modo coherente con lo anterior, se restaurara en todo el país el ciclo completo de formación filosófica que culmina en la materia común de Historia de la Filosofía, tal y como se hizo, hace ya tres años, aquí en Extremadura. La educación crítica en torno a los fundamentos morales en que se asienta nuestra convivencia, el desarrollo de la competencia ciudadana para realizar, con rigor y responsabilidad, el ejercicio de la soberanía y la participación activa en los movimientos de la sociedad civil, o el conocimiento de los problemas, ideas y valores que han determinado la historia de la cultura occidental y que siguen latiendo tras la economía, la ciencia, la técnica, el arte, la política o la religión, hacen que la formación y el ejercicio filosóficos, desde la E.S.O al Bachillerato, y desde la Ética a la Historia del Pensamiento, tengan que constituir, necesariamente, un eje troncal del currículo educativo. Esperemos que se entienda y asuma de una vez por todas y que no se tengan que volver a describir obviedades como estas cada vez que se cambian o reforman las leyes educativas.
*Raquel Rodríguez Niño es presidenta de la Asociación de Filósofos de Extremadura, y Víctor Bermúdez Torres es miembro de la Comisión de Secundaria de la Red Española de Filosofía.