Como madre de una niña adolescente casi es imposible mantenerme al margen de las preocupaciones, motivaciones, deseos y experiencias que se manifiestan en el ambiente juvenil en el que se rodea.
Durante la adolescencia niños y niñas comienzan a descubrir la sexualidad de una forma más activa física y psicológicamente. Experimentan sus primeros conflictos internos relacionados con la explosión hormonal característica de la biología que emerge creando un Totum Revolutum emocional intenso y a veces devastador.
Franquean líneas hasta ahora desconocidas, prueban las mieles del éxito social — también el fracaso—, huyen y se enfrentan a la realidad por partes iguales embrollando ensueños en una utopía de ojos abiertos por pura adrenalina.
El mundo es un instante engullido sin masticar, que posteriormente vomitan hasta la extrema repulsa. Son filántropos y egoístas proporcionalmente. El baile entre risas y llantos se contonea en el breve y efímero paso de un compás y los deja caer en la delicada misantropía para, dos minutos más tarde, abrazar vorazmente el calor humano.
Se reencuentran con la toma de conciencia que proyecta su identidad y su carácter; son animalitos sedientos de soledad y hambrientos de ser camadas. Se balancean con ambivalencia entre la paradoja, el miedo, la felicidad, la angustia, el amor, los impulsos, la violencia, la envidia, los celos, el arraigo, la supremacía y descubren, quizá sin saberlo, las relaciones de poder.
Cuando el feminismo habla del sistema sexo/género, hace referencia a una jerarquía socialmente impuesta que determina, por razones culturales, las características asociadas al constructo de lo masculino y lo femenino. Al llegar la adolescencia todos estos parámetros han sido meticulosa y sutilmente esculpidos, ya que el reparto de papeles — desde el nacimiento — opera como guionizador de conductas aprehendidas.
No se dan las mismas formas de poder entre adolescentes dependiendo de si son niñas o niños. Mientras ellos hacen muestra de su virilidad exhibiendo aspectos masculinizados (fuerza, seguridad, violencia, éxito, etc...), ellas hacen gala del poder a través de la sexualidad.
En tiempos de feminismo se dan varias reacciones; por un lado está el elemento subversivo en el que las niñas han entendido que alzar la voz, quejarse y rebelarse ante la injusticia de la desigualdad por cuestiones de sexo, es una prioridad fundamental para su desarrollo. Estas se entremezclan con la enraizada presión social sobre los cuerpos femeninos que han de ser normativos y con un atractivo estandarizado por la subjetividad de la belleza cuasi perfecta. El sexo es poder, y a las mujeres se nos ha enseñado desde niñas a ser un producto destinado a ofrecer placer. La belleza, marcada y regida por la estructura patriarcal, recompensa a quienes sostienen por su participación el patrón preestablecido; las inserta en el grupo haciéndolas más o menos populares dependiendo de si su sexualidad es exitosa según la aprobación masculina.
La red social Instagram es un escenario perfecto para conocer de primera mano los comportamientos sociales durante la edad adolescente. La adolescencia, educada y rodeada de tecnología, no concibe un mundo sin pertenecer a una red social. En las plataformas virtuales el éxito depende del perfil personalizado, de la imagen y el número de seguidores. A mayor influencia más capacidad de éxito, lo que se traduce en que a mayor objetualización mayor será el número de likes, es decir, poder.
Me llama mucho la atención esta generación a la que pertenece mi hija, capacitada para enarbolar la bandera de la emancipación, y por otro lado esclavas de un cuerpo que hipersexualizan hasta el límite para acceder a una posición de poder en un entorno volátil, abstracto y confuso.
El acceso a información sesgada, poco contrastada y consumida de manera adictiva y ansiosa, impide profundizar en el mensaje dándolo por válido superficialmente. Por eso, incluso desde el movimiento feminista formado por mujeres adultas, se producen las mismas incoherencias propias de la adolescencia. Mujeres que se autodefinen como feministas pero defienden la explotación sexual y reproductiva como la prostitución o los vientres de alquiler; mujeres que validan el ‘sentimiento de género’ sin tener en cuenta los mecanismos de opresión por una cuestión de sexo. Mujeres que ni se plantean la cuestión de clase como elemento clave para la vulnerabilidad y la exposición en mayor grado de situaciones de violencia. La hipersexualización es uno de los ejemplo más claro de machismo y, sin embargo, sigue siendo la herramienta de muchas mujeres para luchar por el poder.
Menos mal que hay esperanza y una biblioteca feminista lo suficientemente amplia para entender el feminismo. Suerte que cada vez hay más adolescentes que desafían las normas establecidas que las somete y reduce a un mero selfie programado, fingido y ficticio.