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25 de Marzo, el verdadero Día de Extremadura

Eugenio Romero / Manuel Cañada

Cinco de la madrugada del día 25 de marzo de 1936. Como por ensalmo, en 280 pueblos de Extremadura más de 60.000 campesinos se concentran “provistos de azada y demás instrumentos propios para efectuar un deslinde”. Sin hacer ruido apenas, se juntan en las afueras de los pueblos y emprenden el camino hacia las 3.000 fincas señaladas. Se está gestando la ocupación de tierras más multitudinaria que han visto los tiempos. La Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FTT-UGT) ha aprendido de la huelga general derrotada en junio de 1934 y ha llamado a extremar la cautela, a trenzar contención y firmeza.

Un grandioso movimiento de labradores sin tierra, yunteros, braceros y jornaleros de toda condición, viene buscando la aurora, quebrando los albores de una nueva época. En el aire tiembla la imperecedera utopía campesina, el sueño centenario de la reforma agraria. “Evitad los choques con las fuerzas del orden público. Pero ni un solo paso atrás. Aquí estoy y aquí me quedo”, esa es la consigna. Burros, azadas, arados, puños en alto, gritos de Viva la República: esas son sus subversivas armas. Una conmoción atraviesa Extremadura de punta a punta, como lo hacen el Tajo y el Guadiana. Ese día, ante el asombro de propios y extraños, está floreciendo en el campo extremeño la semilla sembrada durante años de explotación, regada con sudor y hambre.

El 25 de marzo ha triunfado. No hay guardia civil suficiente para detener tanto anhelo de justicia, tanta ansia de redención. Una larga resistencia de siglos se condensa en esa jornada de liberación. En Extremadura, desde tiempos inmemoriales, la tierra ha estado concentrada en manos de unos pocos. La Corona, la Iglesia, las Órdenes Militares, la nobleza, la burguesía, los dueños absentistas se han ido pasando de mano en mano la propiedad de la tierra al tiempo que oprimían descarnadamente al campesino, manteniéndolo justo en el límite de la supervivencia. Ahora, en esta primavera insumisa está cuajando la repulsa de generaciones de jornaleros al desafuero hecho ley, al despojo de los bienes comunales, a la mercantilización de la tierra, a la desamortización para gloria de la burguesía. En este marzo de esperanza resuenan las ocupaciones del sexenio revolucionario (1868-1874), el bandolerismo social, la asociación Germinal y el primer Congreso Obrero en la Torre de Miguel Sesmero (1901), los motines del pan, la represión a los rebusqueros, el caciquismo, Castilblanco, los 600 jornaleros extremeños encarcelados en junio de 1934, los incontables muertos, la paciente siembra de otro mundo posible sin explotación donde al fin puedan hermanarse las palabras Tierra y Libertad.

“En Extremadura es donde los yunteros se habían convertido en el grupo campesino más politizado de España”, escribió Malefakis. O lo que es lo mismo, más consciente, más organizado, más capaz de representar el interés general de la sociedad. La clase obrera campesina de Extremadura se hizo pueblo y le dio la vuelta a la vieja cantinela del extremeño domesticado; como recuerda Víctor Chamorro, donde ponía “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra (de arriba)”, el pueblo inscribió un nuevo rótulo: “Bienaventurados los bravos que se atrevan a defender su derecho a la tierra (de abajo), porque de ellos será un trozo de tierra arable, pisable, con la que combatir el hambre y con la que cambiar la vergüenza del hambre por la dignidad”.

¿Cómo es posible que la inmensa mayoría de los extremeños y extremeñas desconozcan la mera existencia de esta fecha en la que, además, con toda seguridad participaron algunos de sus familiares? ¿Cómo se explica que este hito histórico tan trascendental en la historia de Extremadura y de España no sea objeto de estudio, al menos, en todos los Institutos de nuestra tierra? La respuesta está en el presente. El 25 de marzo quema. A pesar de que han pasado 80 años todavía levanta sarpullidos entre las clases dominantes. Y si quema es porque esa fecha resume la historia de Extremadura pero, sobre todo, porque interpela a nuestro presente.

Porque, ¿qué pasó después del 25 de marzo? Después vino la venganza de los señoritos, el golpe militar, la sangre corriendo a borbotones en la Plaza de Toros de Badajoz, el plan de exterminio de todos los que habían osado participar en las ocupaciones y asentamientos. Como ha explicado magistralmente Francisco Espinosa, las ocupaciones campesinas, lo que él ha llamado la primavera del Frente Popular, son el vaso que colma los miedos y el afán de represalia de las clases dominantes. Por si quedaba dudas, Franco se instala en el Palacio cacereño de los Golfines el 26 de agosto de 1936 y es allí aclamado como jefe de Estado.

“Hay que dar un escarmiento que llegue a la décima generación”, afirman sin rubor. La alianza de heraldos, caciques, tricornios y bonetes impone una represión brutal. La nueva situación “supone tal abismo que sólo puede ser percibido como la materialización de un nuevo modo de vida creado específicamente para seres considerados inferiores y carentes de todo derecho”. Tras la derrota, vuelven el cortijo, el “a mandar que para eso estamos”, Azarías y Paco el Bajo, la humillación como cotidianidad para el campesino.

Y después del genocidio político, el genocidio social. Represión, colonización y emigración son las tres palabras que resumen los 40 años de dictadura en Extremadura. El Plan Badajoz lavaba la cara al régimen pero fortificando los intereses de los terratenientes. Y al pueblo llano se le condenaba a coger la maleta. Entre 1950 y 1977 emigraron de Extremadura 645.000 personas, es decir, el 45% de su población; de esos emigrantes, la mayor parte tenía entre 20 y 40 años. Este éxodo de miles de jóvenes hundió aún más en la pobreza y el subdesarrollo a nuestra tierra.

La transición democrática no hizo frente a las injusticias estructurales. El saqueo de Extremadura continuó por otros medios. Los herederos del orgulloso terrateniente de la autarquía se convirtieron al neoliberalismo o al social-liberalismo, pero eso sí, pasando a ser los principales beneficiario de las subvenciones comunitarias. A pesar de los conatos de lucha popular (Valdecaballeros, movimiento obrero, jornaleros), las clases dirigentes pudieron renovar sus élites sin grandes trastornos. Y el sueño de la reforma agraria se enterraba con paletadas combinadas de PER, reconversión agraria y “feroces” amagos mediáticos de expropiación por parte de la Junta. Un nuevo clientelismo político que tomaba el relevo al veterano caciquismo, acompañaba a la modernización económica que, en lo fundamental, mantenía intactos los pilares de las relaciones de propiedad y de dominio.

Justamente una de las mejores expresiones simbólicas del gatopardismo en Extremadura, del que todo cambie para que nada cambie, fue la fecha elegida como Día de Extremadura. “¿Se le ha aparecido al presidente de la Junta de Extremadura la Virgen de Guadalupe?” preguntó con sorna el diputado comunista Manuel Parejo ante el anuncio sorpresivo de la fecha impuesta por Ibarra. Mientras que en Andalucía se entronizaba el 28 de febrero, momento de afirmación del pueblo andaluz frente al gobierno central o en Castilla-León se elegía la referencia de los Comuneros de Villalar, en Extremadura se hacía coincidir el Día de la Comunidad con la tradicional peregrinación al Monasterio de Guadalupe, mezclando lo religioso y lo político, seleccionando así uno de los emblemas preferidos de los resignadores y del nacional-catolicismo.

Y llegamos a nuestros días. Hace unas semanas se hacía público que el jeque árabe propietario del Manchester City, Mansour bin Zayed, es el nuevo propietario de la Rusal, una finca de 8.200 hectáreas en el término municipal de Valencia de las Torres. Ya se sabe: en Extremadura la tierra sigue siendo “para las ovejas, los caballos, las rehalas, los toros de lidia y los cerdos ajenos. Para el jornalero sólo tierra estrecha y la diáspora de sucesivas extremaduras trashumantes” (Víctor Chamorro). Y mientras tanto, una nueva oleada de emigración se inicia en nuestra tierra.

Ante nosotros, una nueva acumulación de capital basada en el despojo de las clases populares a la que llaman neoliberalismo o austericidio. Pero ante nosotros también el despertar del pueblo, la posibilidad de un cambio real, por primera vez en décadas. Y es ahí donde brilla, como un recuerdo en un instante de peligro, la memoria del 25 de marzo. Una fecha que nos habla del orgullo, del empoderamiento y del coraje de un pueblo, que crea identidad extremeña. Que resume la lucha de las generaciones de Extremadura contra la explotación, la servidumbre y el subdesarrollo. Que nos dice que ha de cumplirse “la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos”. El 25 de marzo es la Laguna de Ruidera de la historia de Extremadura, su momento más alto. Ese día germinó la semilla de la dignidad extremeña, regada por el esfuerzo diario y el coraje continuo de quienes no forman parte de la historia “oficial” de Extremadura.

Una luz cegadora llega hasta nuestros días. No es historia, es presente, es tiempo-ahora, es pasado de lucha en el que encender la chispa de la esperanza. Sí, “existe una cita secreta entre las generaciones del pasado y la nuestra”, como decía Walter Benjamin. Y en Extremadura la cita secreta inapelable entre las generaciones de oprimidos de ayer y de hoy se llama 25 de marzo. Ha llegado la hora de reclamar que éste sea el nuevo Día de Extremadura.

Eugenio Romero, diputado de Podemos y Manuel Cañada, excoordinador de IU, ambos militantes de los Campamentos Dignidad de Extremadura

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