Difícil era imaginar hace unos años una España sentada ante el televisor para ver un debate político. Política, eso que hace unos años parecía un alérgeno que había que alejar y mantener fuera del alcance de los niños. Y de los no tan niños.
La devaluación de la política causada por los dos partidos mayoritarios en el país a golpe de casos de corrupción condujo al país a una total despreocupación política que alcanzaba sus máximas cotas entre la población más joven. Un público que no se sentía representado por un turnismo político más propio del siglo XIX que del nuevo milenio. Los nuevos Cánovas y Sagasta habían convertido España en el chiringuito perfecto de tarjetas black, de Gürteles, de Bárcenas, de EREs… Se ponían en práctica los “nuevos pactos de El Pardo”.
Hay que señalar, sin que nadie les quite mérito, su buena labor para nublar los ojos de todos durante tantos años. Como diría Juvenal hace casi 2.000 años, panem et circenses tenían la culpa. Pero cuando se acaba el pan, ni Gran Hermano VIP te silencia el estómago y ese letargo que parecía interminable comienza a esfumarse.
El domingo vimos algo completamente diferente. Algo a lo que no estábamos acostumbrados. Dos políticos de primer nivel (o eso dicen las encuestas) sentados en la misma mesa de un bar (sí, un bar normal, no el reservado del Ritz) decían lo que tenían que decir. Un moderador al que todavía no ha corrompido el poder, que aparecía en el momento justo y que en ningún momento se sintió protagonista de tan tempestiva hazaña.
Desaparecían los tiempos, las preguntas pactadas y el olor rancio de chaquetas y corbatas que buscan proteger a quien no sabe defenderse a golpe de palabra. Aparecía la normalidad de quienes se saben líderes o caras de una nueva política pero que, por el momento, no se han olvidado de ser personas. Por ahora.
Ya lo anunciaría Jordi Évole antes de la emisión: “en Pablo Iglesias hay más corazón y en Rivera más calculadora”. Dos perfiles totalmente diferente: el del profesor de la universidad pública más grande de España y el del alumno de la universidad privada. La dicotomía público-privado estaría, por ende, presente en toda la entrevista.
Vimos un Pablo Iglesias más moderado y, sobre todo, más calmado (demasiado, quizá) y un Rivera que, aún sabiéndose favorito, dice usar la técnica del “partido a partido” y que a pesar de haber posado desnudo años atrás, sigue siendo una caja de sorpresa cerrada respecto a su pasado de afiliaciones políticas.
Un tiempo nuevo avanza a pesar de que Rajoy decida seguir escondido tras los muros de La Moncloa. El “voto del cambio” sigue creciendo entre la población más joven y formada que, aún así, guarda distancia con una política que tantas veces les ha defraudado.