Una propuesta municipal: Santuarios para los insectos
Dicen que estamos pasando una ola de calor. Las noticias del tiempo son siempre así de imprecisas, pasamos por, se viene un, y queda vibrando en el aire nuestra falta de responsabilidad en los cambios que padecemos.
Sabemos, porque la ciencia estadística se ha inventado para eso, que en los últimos cincuenta años se ha triplicado el número de cosechas perdidas en el continente europeo, debido a la subida de las temperaturas. Cincuenta años son muy pocos años para que, meteorito mediante, se produzca un cambio de clima por causas naturales.
Algunas personas empiezan a preocuparse por el agua y se plantean que el regadío pronto será un problema, pero parece que son las menos dentro de eso que se ha dado en llamar las mayorías sociales, no obstante las olas de calor nos ayudan a ir creando conciencia, aunque nadie va a apagar el aire acondicionado porque si uno puede pasar bien el día, y la noche, no va a renunciar a ello… aunque siempre hay algún loco capaz de plantar un árbol hoy, aunque el mundo se acabe mañana. Pero reconozcamos, de esa locura poca. Las personas que pasan las olas de calor sin agredir al planeta no lo hacen por un compromiso con las futuras generaciones, sino a causa de su pobreza que les hace imposible pagar el coste de la lujosa energía.
En este contexto desalentador, como soy animalista y tengo que sufrir en silencio preguntas impertinentes del tipo ¿De donde sacas las proteínas? o ¿Y a los mosquitos también los proteges? He decidido no callar más y hablar de algo que el ser humano no quiere oír hablar: Nuestras vidas dependen de que los insectos vivan, se reproduzcan y aumenten en número ¿La razón? La tasa de extinción de los insectos es ocho veces mayor que la de mamíferos, aves y reptiles, algo que no hemos descubierto aquí, un país que se verá afectado por la desertización en un 80% de su territorio según un informe del Ministerio de Medioambiente. Sino en Alemania, donde en 2017 se preocuparon por la cuestión, y descubrieron que la biomasa de insectos voladores en áreas protegidas se había reducido más del 75 %.
Muchas personas dirán… ¿Qué más da? Menos insectos, más limpio el planeta. Error. Son los insectos quienes limpian. Son los insectos quienes se ocupan de desintegrar las basuras en un primer momento, los insectos se han especializado desde hace millones de años en degradar residuos, algo imprescindible para favorecer la formación de suelo fértil, ese suelo maravilloso que da lugar a más vida, de esa que es hermosa y nutritiva al mismo tiempo.
Polinización natural
¿Y la polinización natural? Es cierto que las aves y los mamíferos tienen su poquito de espacio en ello, pero seamos sensatas, el mayor peso recae en los insectos, el 87,5 % de las plantas silvestres con flores dependen de la polinización y son sobre todo estos insectos polinizadores quienes están desapareciendo.
Obviamente este drama de pérdidas de millones y millones de vidas está causado por nuestro modelo de producción y consumo. Y el agua y su conservación está en el fondo de este asunto, la razón es que llueve menos y además llueve de forma breve, intensa y violenta. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) –el grupo científico de la ONU para el estudio del calentamiento global– ha señalado entre los primeros peligros para Europa “la creciente presión sobre los recursos hídricos, particularmente en el sur” donde “se agrava el peligro de inundaciones” que “deteriora la calidad del suelo”.
Actualmente existe una campaña impulsada desde Ecologistas en Acción y la Asociación Española de Entomología, cuya lema es “Sin insectos no hay vida” y gracias a esta campaña podemos cuantificar económicamente (eso que nos gusta tanto dentro del sistema social en el que vivimos) que “de cada euro que produce un cultivo de manzana, 92 céntimos proceden de la polinización, entre 80 y 99 céntimos en arándanos, 78 céntimos en el kiwi y casi 50 céntimos en la fresa. Según la FAO, el servicio que realizan en la producción agrícola mundial supone beneficios de entre 235.000 y 577.000 millones de dólares al año, 22.000 millones de euros para la agricultura europea y más de 2.400 millones de euros en la agricultura española.”
Esto está bien para convencer a los corazones más duros, pero a mi lo que más me ha gustado de esta campaña es la propuesta directa que se hace a los municipios, esas unidades políticas donde las personas desarrollamos nuestras vidas.
Los pasos son sencillos:
1.- Favorecer la mayor diversidad de hábitat de polinización en los entornos urbanos
2.- Menos podas radicales y menos siegas de plantas silvestres en floración
3.- Restaurar espacios degradados, cultivar en jardines, plazas y calles plantas atractivas para los insectos
4.- Crear zonas verdes ajardinadas especiales para insectos.
Obviamente, para que la gente entienda esto y no piense que los ayuntamientos se han vuelto locos, habrá que hacer campañas de sensibilización que cambien nuestra apreciación estética sobre lo que es bello, y lo que es limpio, de modo que añado:
5.- Campañas de sensibilización sobre la importancia de salvar estas pequeñas vidas. Para comprender ¡al fin! que somos ecodependientes.
Dice Concepción Ornosa, profesora del Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid: “No tiene por qué ser complicado, y localmente podemos hacer muchísimo por la conservación de los insectos manteniendo lo que está a nuestro alcance en las condiciones más naturales”.
De modo que pueden pasar está información a sus ayuntamientos, a ver si aunque tarde, tomamos medidas positivas y nos salvamos juntas.
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