No sé a ustedes, pero a mi Valdecañas siendo un lugar que apenas conozco, se me cruza en el camino de la mente cada dos por tres. Yo llegué a vivir en Extremadura el año 2000, y siete años después Valdecañas apareció en mi vida gracias a la voz de alarma que dio Paca Blanco y la denuncia de Ecologistas en Acción sobre la urbanización ilegal. Y desde entonces es un lugar que no deja de interpelarme. Parece que Valdecañas es una píldora comprimida de lo mejor y de lo peor de nuestra región. Lo mejor, un espacio cargado de Historia y dentro de la Red Natura 2000, un espacio digno de especial protección; y lo peor, pisoteado por la ambición de unos pocos poderosos.
Este verano, con el escándalo de Iberdrola, han ido saltando noticias sobre el embalse de Valdecañas, el séptimo más grande del Estado español, con una superficie de 7300 ha. El río Tajo merece un capítulo por sí mismo, y lo dejaré para otra reflexión.
Extremadura es muchas cosas, y sinceramente, esta inmigrante considera que la mayor parte de ellas son maravillosas. Pero también es un largo historial de abusos y de absurdos.
Antes de venir a Extremadura, siendo una niña inmigrante en Madrid, me tocó estudiar el Plan Badajoz, y todas sus “grandezas”, una de ellas el esfuerzo por sacar de la pobreza a 100.000 familias extremeñas, aunque no llegó a ser un verdadero Plan de Desarrollo Regional, pese a la inversión de 10 millones de pesetas por kilómetro cuadrado, y seguimos manteniendo un 31% de población en riesgo de pobreza, que es la forma políticamente correcta de decir pobres en la actualidad. Pero ahora, que la curiosidad me ha puesto a leer he sabido que todo esto de los pantanos comenzó en 1902 con el Plan General de Canales de Riego y Pantanos de Rafael Gasset, y que al final a los sucesivos gobiernos del dictador, se les fue de las manos.
Debo añadir, que como habitante de Madrid en mi infancia no todo era estudiar, y que también disfruté del placer de jugar entre las piedras salvadas del Templo de Debod, si continúan leyendo entenderán porqué lo recuerdo ahora.
Ya saben que bajo las aguas de Valdecañas duerme el pueblo de Talavera la Vieja, también llamado Talaverilla, y aún antes Augustobriga, y duerme acompañado por el tesoro de Guadalperal y de la Casa Grande de Alarza que antes fue un convento llamado de Santa Cruz de Alarza.
He sabido que a los habitantes de Talaverilla les dieron indemnizaciones que iban de 10.000 pesetas, unos 60 €, para los mayores de 18 años, y 20.000 para las parejas casadas, entiendo que con o sin menores a su cargo. Una vivienda modesta, como la que dejaban atrás, venía costando 120.000 pesetas (721 €). No digo más.
Me ha llamado la atención, cuando me he puesto a leer sobre pantanos, que la Segunda República, en su Plan Nacional de Obras Hidráulicas (1933) dirigido por Indalecio Prieto tenía una idea nacional del asunto, y en ese Plan, que nunca llegó a aprobarse, abordaban de manera conjunta los problemas de las diferentes cuencas hidrográficas, y se tomaban en consideración cuestiones climáticas, económicas, y para mi sorpresa, se buscaba recuperar los bosques perdidos preservando las especies arbóreas autóctonas para proteger el suelo frente a la erosión. Tanta sensatez me abruma, y obviamente la falta de ella que ha demostrado nuestra historia reciente me entristece.
Ese Plan se preocupaba por el uso biológico del suelo, por los cultivos de secano y por el regadío, por los pastos, los bosques, los animales domesticados y los de la vida libre. Y al llegar a este punto he recordado el relato, y las fotos que guarda Paca Blanco, de los corzos que huyendo de la maquinaria de construcción de la urbanización ilegal de Marina Isla Valdecañas, morían ahogados en las aguas del pantano.
Si ponemos el foco en los tesoros arqueológicos, no podemos decir que están bajo el agua debido a nuestra ignorancia, o la ignorancia de las administraciones. Fue entre 1925 y 1927, cuando Hugo Obermaier, prehistoriador y geólogo alemán que trabajaba para la casa de Alba, dirigió las excavaciones que pusieron de manifiesto la importancia y la singularidad del monumento megalítico que conocemos como tesoro de Guadalperal. El monumento de la Edad del Bronce data del III y II milenio a.C. Al parecer comenzó como un círculo de piedras que harían la función de templo solar, un crómlech (corona de piedra), que fue reconvertido en dolmen al pasar de los años.
Obermaier encontró algunos ajuares y otros objetos aunque el yacimiento al parecer ya había sido saqueado por los romanos que también se asentaron en el lugar. Pero saber todo esto no impidió que quedara bajo el agua en 1963. Y aquí mi memoria enlaza con el Templo de Debod, y me llama la atención que dos años después de salvar el Templo Nubio, que fue regalado a España en 1968 y llegó a Madrid en 1970, a nadie se le ocurrió salvar un monumento dos mil años anterior, enclavado en Extremadura. Desde luego no se nos puede acusar de chovinistas.