Basta con decir ¡Abracadabra! y el hechizo se cumple: el mago saca el conejo de su chistera o el chamán de la tribu cura la enfermedad que aqueja al guerrero.
Abracadabra es una palabra que no describe ninguna realidad, que ni siquiera responde a ningún hecho objetivo o mensurable pero que “construye realidad”: expresada, parece que has logrado un efecto.
Las tertulias de los medios de comunicación operan con esa misma lógica cuando abordan los debates políticos en las organizaciones: no se trata tanto de explicar los procesos internos reales, lo que exige ir más allá de las simplificaciones y aportar una información objetiva y veraz que permita al oyente o al lector poder formarse su propia opinión, como de intervenir para crear tendencia. Todo se reduce a ser pablista o errejonista; los más generosos hasta establecen una tercera categoría, ser anticapitalista. Facciones enfrentadas y opciones programáticas que sufren una burda caracterización: los pablistas son groseros, radicales peligrosos, gente de baja estofa o comegatos frente a unos errejonistas simpáticos, moderados, sensatos y dignos de respeto. La caricatura, como todas, también tiene su reverso: Errejón se convierte en un socialdemócrata acomplejado.
Admitamos, sin embargo, que la lectura preferida a la hora de presentar los debates internos en Podemos es la primera: radicalismo peligroso frente a moderación.
Esas son las trincheras mediáticas construidas desde el poder, no quieren explicar una realidad, quieren construirla. Probablemente, los debates internos en Podemos son más complejas y más interesantes; y aun así, Podemos comete el enorme error de dejarse arrastrar a esas trincheras externas e incluso de bendecirlas. Cuando una presentadora de televisión te caricaturiza a Pablo Iglesias como un dirigente que quiere comerse a los gatitos crudos y tú respondes con una sonrisa, estás otorgando carta de naturaleza a la simplificación y te estás colocando en el campo ideológico diseñado por tus adversarios. Y, en ese campo de batalla, pierdes.
Podemos tiene varios retos y el primero de ellos es salir del proceso de Vistalegre fortalecido y sin ceder espacio a unas trincheras que no son las suyas.
Valgan aquí tres apuntes concretos:
Movilización social y política
Tienen razón Pablo Iglesias o Urbán cuando explicitan que sin movilización social no hay posibilidad de triunfo. Cuando Podemos nace como opción política lo hizo en un contexto de movilizaciones ciudadanas sin precedentes: las mareas, el 15M, el movimiento estudiantil, las luchas obreras como las de la minería o cocacola... Podemos supo conectar con todos esos espacios de participación y movilización popular identificando claramente el problema: la crisis en España no puede superarse desde los postulados del sistema económico y político vigente, sino desde su superación.
Esta constatación -que Podemos quería situarse fuera de las lógicas políticas y económicas de la Transición- fue percibida con claridad y la respuesta fue cavar una primera trinchera donde situar a la nueva organización: populista. No significa nada, no explica nada; pero su carga peyorativa es fuerte.
Unidos Podemos tiene hoy la tarea de saber conectar lucha social e institucional, de comprender que el parlamentarismo y sus rituales y procedimientos tiene la fuerza de gravedad de un agujero negro que solo puedes contrarrestar con presencia activa en la calle y con una militancia crítica.
Los desahucios continúan. Los contratos basuras son el pan de cada día. La exclusión de miles de familias son una lacerante realidad. ¿Cómo ser capaces de llevar su voz a las instituciones? Y sobre todo ¿cómo organizar a la gente al mismo tiempo que se presentan iniciativas parlamentarias?
En política ganar las elecciones solo es la mitad de la ecuación. Ganar las elecciones ¿para qué?
La respuesta a este interrogante significa aclarar cómo vas a trabajar en una institución y qué acuerdos y con quienes los vas a impulsar.
Democracia interna y organización territorial.
Podemos tiene el reto de diseñar una organización que sea plural pero que no se convierta en una jaula de grillos. Al mismo tiempo, necesita crear unas estructuras de debate y participación más ágiles. Los círculos, que nacieron con fuerza, se han ido debilitando y hoy compiten en una selva de organismos, entre áreas, secretarias, círculos y grupos, demasiado enmarañada.
El otro gran reto es cómo construir organización local y comarcal que en comunidades autónomas como Extremadura son indispensables si se quiere competir con opciones en las elecciones regionales. El enorme vacío extremeño, con pocos círculos y concentrados en las ciudades de más de 20.000 habitantes es un handicap considerable.
Unidad
Pero la unidad no consiste únicamente en que las distintas corrientes internas sean capaces de construir una organización donde los disensos y confrontaciones de ideas puedan resolverse sin traumas: el reto es cómo lograr la unidad de todos aquellos que, desde opciones, contextos y pasados distintos, se identifican al margen del sistema político de la Transición y apuestan por una Alternativa. La unidad debe construirse atrayendo a nuevos protagonistas y consolidando las alianzas ya establecidas.
Aunque la coalición con mi organización política, Izquierda Unida, no deparó los resultados esperados en las últimas elecciones nacionales, sigue siendo una de las mejores bazas de cara a futuros procesos electorales. Podemos puede ganar pero no solo. Unidos Podemos puede ganar... pero, también, no solos.
Este espacio supera a Podemos, pero también a Izquierda Unida o a lo que hoy es Unidos Podemos. No basta. No es suficiente. Más aún, la fórmula de la coalición electoral, tan coyuntural, tan inmediata, debe dejar paso a otras posibilidades organizativas.
Aunque el sustantivo tiene mala prensa, yo apuesto por la disolución, pero no de una organización pequeña en otra mayor. Establecer la relación entre dos organizaciones políticas en esos términos sería un craso error; sino por la creación de un espacio más amplio que las trascienda y las supere a ambas. La pésima educación científica en España, permitan la broma, explica en parte la aversión que algunos tienen a la palabra disolver.
Termino: ofrezco muchos interrogantes y pocas soluciones. Este artículo, en todo caso, no tiene el objetivo de presentar una alternativa terminada, perfecta y mágica a los problemas a los que se enfrenta Podemos. Ojalá fuera tan sencillo. No hay abracadabras. No hay soluciones rápidas, asépticas e indoloras. No hay happy end en los debates internos.
Las organizaciones pueden ser más o menos democráticas, podemos construir espacios más o menos generosos, pero las lógicas de poder, las miserias internas, las simplificaciones, la rutina, siempre estarán ahí.
Pero cometeríamos un error de envergadura si cerráramos en falso el tiempo apasionante que se ha abierto en política desde que hace tres años -¡tan solo tres años!- se crease Podemos; si nos dejáramos arrastrar al campo de batalla diseñado por el grupo Prisa, por poner nombres mediáticos concretos. El reto es enorme, las dificultades también.
Y un último apunte: hay que retroceder a la figura de Julio Anguita en los años 90 para encontrar un paralelo con la campaña de difamación sufrida por Pablo Iglesias en ciertos medios. No puedo -en consecuencia- evitar sentir simpatía hacia alguien tan acosado y tan vituperado. A decir verdad, ni puedo ni quiero. Haríamos un flaco favor a las posibilidades –reales- de cambio si contribuimos a dar visos de realidad a la caricatura que de Pablo Iglesias nos quieren transmitir o si creyésemos que con otro candidato cesarían los ataques y se permitiría a Podemos, en consecuencia, ganar limpia y holgadamente unas elecciones.