Esta gente de la derecha tiene muy mal perder, y lo demuestran sin recato ni disimulo, antes y ahora.
Ahora están que trinan con este gobierno de rojos que ha tenido la arrogancia de subir el sueldo mínimo en algo menos de dos euros por día. Y además barruntan que estos rojos tienen un decálogo de medidas que puede alterar un pelín la buena vida de esa derecha que lleva mandando en este país y en esta región toda la vida. Y no están dispuestos a permitir esos cambios. ¿Qué necesidad hay?
Tal vez sea que la banderita de España y el laberinto catalán ya no basten como salvaguarda frente a esos rojos desnortados, y por ello la derecha perdedora en las urnas ha decidido echarse al monte, a la calle.
Primero han sacado los tractores en Don Benito, pero ya veréis que no tardarán mucho en sacar a las calles las sotanas negras, las batas blancas, las togas ciegas… Se avecinan en la calle muchas revueltas, revueltas de los perdedores en las urnas.
Como siempre, la derecha extremeña se presta salerosa a dar palos a los del gobierno, si es gobierno de izquierdas, claro, y en primera fila de la polvareda reaccionaria se ha colocado la derecha agraria, esa derecha que anida muy cómodamente en las organizaciones agrarias.
Ahí están revueltas y en la calle, con un par, esas mismas organizaciones que cuando mandaban Rajoy o Monago, sesteaban plácidamente, como si el campo extremeño fuera una idílica extensión de Silicon Valley.
Han bastado unas semanas de un gobierno de izquierdas y una exigua subida del sueldo mínimo para que la derecha agraria salga a la calle exigiendo que el gobierno ponga un precio a las patatas, un arancel a los tomates, y regale tractores y abonos los martes por la tarde después de cada consejo de ministras.
Pues claro que el campo está mal, claro, desde hace mucho tiempo. Pero en el campo al igual que en todos los estratos de las sociedades de hoy el principal problema se llama desigualdad.
Llevamos décadas de Política Agraria Comunitaria dando más al que más tiene, obviando elementos claves como la generación de empleo de calidad, mirando para otro lado cuando las grandes multinacionales de la distribución manejan los mercados, los abonos o las semillas a su antojo. Y esas políticas que favorecen a las grandes fortunas y castigan a las pequeñas explotaciones agrarias se vienen haciendo desde Bruselas exactamente igual cuando gobiernan los liberales, los conservadores o los socialistas. Tal vez porque en Bruselas no decide la voluntad de las gentes sino los intereses de las poderosas minorías a las que para disimilar llaman lobbys. Y luego se quejan del Brexit y del auge de populismos y nacionalismos de todo pelaje.
Los problemas del campo en estos tiempos de cambio son complejos, son problemas serios que exigen con urgencia medidas valientes y novedosas. El campo no puede seguir dando alimentos de calidad y oxígeno para las ciudades a cambio de limosnas. No es de recibo que se pagan precios de risa al agricultor y se cobren precios de escándalo. Y eso no es un problema del mercado, eso es un problema político y se puede y se debe arreglar desde la política, porque si no para qué sirve la política?
Urge mirar de frente al drama rural, el problema de los pueblos pequeños y la gente abandonada. Es un serio problema. Y urgente.
Pero es una indecencia achacar ese problema a la subida del salario mínimo y es una humorada creer que la derecha agraria que ahora alborota las calles tiene la solución.