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Encarcelada por 'travesti': el regreso de Silvia a la cárcel de Badajoz donde la recluyó el franquismo

Jesús Conde

8 de junio de 2019 20:57 h

Ha recorrido los pasillos de este antiguo penal con paso firme. Con la cabeza bien alta, elegante. Convencida de que todo el sacrificio ha merecido la pena. Porque Silvia fue y sigue siendo una mujer libre. “Le he ganado la batalla al franquismo, a mi familia y a la sociedad”.

La antigua cárcel de homosexuales de Badajoz es hoy la sede del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), pero 44 años atrás retuvo a Silvia Reyes en cumplimiento de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. En su caso por ‘travesti’, por vivir conforme al género sentido tras ser detenida y enjuiciada en Barcelona.

Ante la presencia de un régimen ya agonizante, cerca de un millar de personas LGTBI fueron apresadas en dos cárceles diferentes: el centro penitenciario de Huelva (para los que consideraba homosexuales “activos”) y el Badajoz (para “pasivos”). Las personas transexuales, entonces etiquetadas simplemente como ‘travestis’ sin más parangón, acabaron recluidas en la prisión pacense.

“No tuve ningún problema, ingresé el 2 de octubre y salí el 30 de noviembre de 1975. Me sentía preparadísima para afrontar mi cautiverio. Sabía a lo que me exponía decidiendo vivir como quería mi vida. Asumí con completo sosiego lo que se me venía encima”.

La muerte de Franco

Silvia llegó a Badajoz con 22 años. No guarda una experiencia traumática. Comenta que aquel penal era un ‘paraíso’ comparado con la Modelo de Barcelona, donde también estuvo presa. Al menos en Badajoz no estaban aisladas, ‘apestadas’ en módulos especiales. Ellas, las ‘travestis’, compartían espacio con el resto reclusos gais y con presos comunes.

Vivió la muerte de franco allí dentro, de hecho cumplió su pena cinco días más tarde del fallecimiento del dictador. Se enteró de la noticia cuando salieron al patio y reconoce que sintió bastante indiferencia ante el asombro de sus compañeros. “Ni me puse triste, ni me alegré. Simplemente les manifesté: aquí no se acaba nuestra pesadilla”.

En efecto, la Ley de Peligrosidad Social aprobada en los 70 siguió vigente hasta finales de esta década, momento en que entra en vigor la Ley de Escándalo Público, hasta el 1988. Las cosas cambiaron poco para las mujeres trans, por no decir nada. Siguieron siendo objetivo de detenciones constantes. “Ya no íbamos a la cárcel, pero nos detenían igual, pasábamos el fin de semana metidas en el calabozos de la policía. El resultado siguió siendo el mismo”.

“La doble transición”

Silvia es una de las protagonistas del libro La doble transición, escrito por el periodista y escritor extremeño Raúl Solís. Ambos presentaron el libro en el MEIAC, en lo que fue la antigua cárcel, dentro de la programación cultural de la fiesta por la diversidad LGTBI ‘Los Palomos’ de Badajoz, organizada por Fundación Triángulo Extremadura.

El libro narra la historia de ocho mujeres transexuales, supervivientes de la dictadura franquista, que inician en este momento una transición personal para vivir su vida conforme a la identidad de género sentida.

Para el escritor ha sido una de las presentaciones más emocionantes. El hecho de regresar a este lugar de la mano de Silvia tenía “un alto contenido de justicia poética”, según destaca.

Repudiadas por el régimen

Solís comenta que el franquismo se ensañó con las mujeres trans, a las que denomina ‘travestis’, porque representaban “la aberración total del régimen”. “Se enfrentan y contradicen el modelo nacional-católico, contradicen el patriarcado sobre el que se fundamenta”.

Además cuestionan el género, evidencian que es algo 'elástico', “es lo que tú quieras hacer con él, a pesar de que fueron educadas bajo un género normativo”. Simbolizan por tanto “la aberración más evidente, la más completa. Cuestionan la moralidad de la época al convertir sus cuerpos en herramientas de libertad. Lo tienen todo”.

La desobediencia se convirtió en su mayor estandarte. Silvia Reyes cuenta que se tomó la dictadura con mucho humor. “Nos reíamos del franquismo porque hacíamos lo que nos daba la gana. Nos vestíamos de mujeres, salíamos a la calle, de noche y de día, nos hormonábamos y hacíamos de todo...”.

“Algunas de mis compañeras me dijeron dentro de prisión: no tengas miedo, no te aterrorices. Estamos en una dictadura y desde comienzos de los 70 hemos salido a las calles en tacones y minifaldas. Estamos acostumbradas a que nos detengan”.

El precio de vivir en libertad ha sido alto, primero con la prisión, y más tarde por el exilio. Pero mereció la pena. “Siempre he sido una persona muy psicológica. Con 17 ó 18 años, cuando decides lo que quieres ser, cuando dejas de fingir que eres un hombre, sabes lo que te va a pasar. Asumes las consecuencias. Es duro, pero sabes que va a ser así”.

Mantiene en su retina la convivencia con otras 35 transexuales en la cárcel Modelo de Barcelona. “De ellas solo seis éramos fuertes, no nos importaba qué pudieran opinar nuestras familias, la gente, que se enteraran que estábamos en la cárcel, o que nos pudieran decir algo”. “Pero a otras compañeras les afectó verse marginadas, la presión social... Con el paso de los años me enteré que al menos seis de ellas terminaron por suicidarse con una sobredosis”.

Una cuestión de clases sociales

En torno a la marginalidad que ha rodeado a las mujeres transexuales, Raúl Solís incide en que hay una cuestión de clase que las ha acompañado toda la vida.

“Han sido invisibilizadas porque su denominador común es la pobreza y la exclusión social. No han podido desarrollarse en el mundo laboral, se han visto relegadas a ejercer el espectáculo o a prostituirse. No han sido aptas para ser usadas como objetos de consumo, que es lo que hace el capitalismo con la diversidad sexual. No son una bandera de consumo dentro del mercado, porque estas personas no tienen poder adquisitivo”.

Silvia estuvo presente en la primera manifestación del colectivo LGTBI en España, que se celebró en las Ramblas de Barcelona en junio de 1977. Fue una de las que presidió la protesta, dando la cara. Hoy es la única superviviente de aquella instantánea. El resto ha fallecido.

Para el escritor extremeño es algo que simboliza el ‘genocidio’ al que se han visto sometidas. “Han muerto víctimas de la drogadicción, la prostitución y la violencia. Todo un mundo que las ha machacado y que hace que tengan una esperanza de vida muy baja”. Silvia se acerca a los 70 años, “y es la prueba de que no han podido con ella, ella es la prueba de que el franquismo no ha ganado”.

Muchas de las protagonistas que aparecen relatadas en ‘La doble transición’ se vieron obligadas a ejercer la prostitución. No lo hicieron en un ejercicio de libertad, se vieron sometidas por las circunstancias. Porque nadie les daba un empleo.

En este sentido narra Silvia Reyes que en el 72 abandonó las Palmas de Gran Canaria, su ciudad natal, tras hacer la mili. Se trasladó a la Península y rompió con su aspecto de ‘hombre’ para sentirse libre. Comenzó a hormonarse mientras trabajaba en la hostelería en la Costa Brava, pero pronto su aspecto físico comenzó a cambiar y empezaron los problemas.

Los pechos comenzaron a crecerle, el cabello también, y fue el inicio del rechazo social que le cerró todas las puertas laborales posibles. “Me dieron a elegir, si quería trabajar tenía que vestirme como un hombre y comportarme como un hombre. Yo lo tenía muy claro, mi libertad estaba por encima de todo”.

El exilio a Europa

Cuando sale del penal de Badajoz en 1975, las Instituciones Penitenciarias le pagaron el billete de vuelta a Barcelona, pero una vez allí el secretario del juez le indicó que esa misma semana debía abandonar Cataluña. No podía regresar en al menos dos años.

“En ese momento de destierro decidí que no quería volver a la prostitución, y con un poco de dinero ahorrado, que había ganado ejerciéndola, me compré vestuario y me marché al extranjero a trabajar en diferentes cabarés y espectáculos”.

Así comienza un periplo que le lleva a recorrer infinidad de locales de espectáculos de Francia, Suiza o Bélgica. Toda una vida llena de anécdotas y experiencias que acumula en la maleta que le acompañó a lo largo de miles de kilómetros, y a la que pone freno en 2003. “Ya con 50 años decidí que era el momento de parar, y regresé de nuevo a Barcelona para instalarme allí”.

Memoria histórica y mujeres trans

Raúl Solís decidió titular su libro como La doble Transición porque todas las protagonistas tienen un denominador común: atravesaron su transición de género a finales del franquismo o en los primeros años de la transición. Una transición que culmina en torno al 82.

Hace hincapié en que se habla mucho del reconocimiento hacia los presos políticos del franquismo, pero no de las mujeres transexuales. “Ellas han sido doblemente excluidas del relato de la memoria. Excluidas por el relato mayoritario de la memorialista de presos políticos, que básicamente se centra en los presos políticos, cuando ellas siguen en prisión”. De hecho las personas LGTBI continuaron encarceladas hasta el 79, a diferencia de los presos políticos, que dos años antes ya habían sido liberados.

A esto añade que el mundo LGTBI, cuando ha afrontado la memoria, lo ha hecho siempre desde la visión del hombre homosexual. “Pero resulta que la mayoría de personas encarceladas por homosexualidad en el franquismo fueron mujeres transexuales. Hasta en el 70 u 80 por ciento de los casos fueron ellas, según he podido constatar”.

Son verdaderos estandartes de la transgresión, y sin embargo han sido objeto de todo tipo de críticas y discriminación. Han sufrido una barrera más desde algunos sectores del feminismo radical, que las ha excluido por expresar su condición de género como mujer.

Comenta Solís que se enfrentan hoy a una corriente, que aunque minoritaria, piensa por ejemplo que las mujeres transexuales están ‘hiper-sexualidazas’, y que están postergando el rol de género sobre las mujeres. “Quien ha escrito y piensa esto, es que no conoce a ninguna, porque las mujeres transexuales las hay de todos los tipos, como todas las mujeres. Las hay hiper-sexualizadas, no hiper-sexualizadas, con pendiente, con el pelo corto o largo, machistas, feministas, etc. Ellas siempre lo han tenido muy difícil, y de hecho la esperanza de vida de ellas en el franquismo era de 40 años, y hoy de 50”.

Desde los años 70 hasta hoy se ha avanzado mucho. Cada vez se ven más realidades positivas, pero advierte que sigue habiendo personas que lo pasan mal por el hecho de ser transexuales. “Sigue habiendo niños a los que echan de casa por este motivo, que se tienen que ir con 18 años cuando muestran lo que son. Otros a los que llevan al psicólogo”. “Con estas palabras hay que poner de manifiesto que la imagen ‘idílica’ de la que los tabúes ya están superados resulta erróneo”.

Denuncia que hoy las personas trans no tienen reconocidos todos sus derechos, y desde la dictadura ha habido pocos cambios legales para ellas.

Hay una ley registral de 2007 que obliga a las personas transexuales a presentar un informe psiquiátrico que acredite que son mujeres u hombres y que solo contempla el cambio de nombre. Muchas de ellas no se han cambiado el nombre en el DNI porque no se quieren someter a ese proceso “humillante que las trata como enfermas mentales”.

Reclama al mismo tiempo una ley integral que aborde todos los ámbitos de la vida donde estas personas sufren discriminación, como el laboral, educativo y sanitario, y una pensión que les permita vivir con dignidad el resto de sus vidas tras el ‘apartheid’ social al que se han visto sometidas.