El “gigante extremeño” vuelve al ‘estrellato’ 140 años después de su muerte

Concha Barrigós (EFE)

Agustín Luengo tenía 26 años y unos insólitos 2,35 metros de altura cuando llegó en 1875 a Madrid. Tres meses después murió, y su “gloriosa tumba” fue el Museo Nacional de Antropología (MAN), que ahora, junto con su pueblo natal, promueve un proyecto para recuperar su memoria y “doblarle” en 3D.

El conocido como “gigante extremeño” -quince centímetros más que Pau Gasol y 37 menos que el más alto del mundo, Robert Wadlow- nació en la villa pacense de Puebla de Alcocer, que este sábado ha organizado una jornada de estudio sobre su vecino, en la que intervendrán el director del MAN, Fernando Sáez, y varios antropólogos.

Además, el pueblo tiene previsto inaugurar antes del 31 de diciembre, fecha de su muerte, un museo dedicado a él, según explica el concejal de Comunicación del ayuntamiento, Pablo Ruiz.

La iniciativa de darle su sitio al gigante fue de Puebla de Alcocer (en la actualidad, de 1227 habitantes), una iniciativa a la que se sumó con entusiasmo el MAN, donde se conservan sus restos desde el día siguiente a su muerte, cuando su fundador, el doctor Pedro González Velasco (1851-1882), se hizo con ellos.

El MAN autorizó el escaneado en 3D tanto de los huesos como del vaciado en escayola que se conserva de su cuerpo -hubo otro recubierto con su piel que desapareció durante la Guerra Civil- para hacer con ellos una réplica exacta con impresora 3D.

La idea final es reproducir, como se ha hecho con los faraones, la figura completa del gigante, el hombre más alto que ha habido en España tras el llamado gigante de Alzo (País Vasco), que midió 2,42 y que murió un poco antes que Luengo.

El pacense nació en una familia “muy humilde” y todo fue “normal” hasta que a los 12 años comenzó a crecer de forma desmesurada a causa de su acromegalia, una enfermedad que entonces no se trataba y que le hizo especialmente vulnerable a otras infecciones como la tuberculosis, la causa final de su fallecimiento.

Parece ser que, cuando Agustín Luengo Capilla llegó a Madrid, acompañado de su madre, y “probablemente” en búsqueda de ayuda médica, entró en contacto con el doctor Velasco, como se conocía al director del MAN, y llegó a un acuerdo de “compraventa” con él, según el cual el investigador sería “dueño” de su cuerpo una vez que falleciera y, mientras tanto, se haría cargo de sus gastos.

La noticia de la llegada del gigante, que, al parecer, se había exhibido en circos mostrando cómo era capaz de esconder en una de sus manos un pan de un kilo, fue “un acontecimiento”, según explica a Efe Fernando Sáez; por eso, el rey Alfonso XII, entonces de 26 años, quiso recibirle y fotografiarse junto a él y su madre.

Su regalo para Luengo, 67 centímetros por encima de la media española de entonces, fue encargarle al zapatero real unas botas para el joven, que tenía 37 centímetros de pie -un 54-, y de las que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología una réplica en bronce.

Eso sucede el 3 de octubre, y el 29 de diciembre la prensa informa de que el joven está “gravemente enfermo”, tanto que fallece dos días después, en plena calle.

“Parece ser que la intención de Velasco era embalsamarlo, pero le avisan de lo que ha ocurrido dos días después, y eso ya es imposible. Lleva el cadáver al museo, le hace la autopsia y solo un mes después exhibe el vaciado, recubierto de su propia piel, en la sala principal del museo”, relata Sáez.

La presencia del gigante en el museo corre como la pólvora, y “todo el que es alguien” quiere ir a ver el maniquí, vestido con la ropa que llevaba y con el cayado, de 1,50 m, que le ayudaba a caminar.

Los emperadores de Brasil o el príncipe heredero de Mónaco viajaron a Madrid expresamente para ver aquel “prodigio”, “aquel desafío a las leyes naturales”, según los diarios de la época, que Velasco llevó a la Exposición Universal de París de 1867.

Cuando el director del MAN muere, su viuda vende el museo al Estado, que seguirá siendo, gracias en buena parte a Luengo, un “imán” para el público hasta la Guerra Civil, una época en la que “la mentalidad y filosofía cambian sustancialmente”.

Agustín, como le conocen cariñosamente en el Museo Nacional de Antropología, cae en el olvido, aunque sigue siendo “la estrella” de los muchos alumnos que visitan cada día la sala en la que se seguirán exhibiendo los huesos del gigante, a no ser, matiza Sáez, que España siga la tendencia de otros países como Estados Unidos, de no exhibir restos humanos.