Escribo esto el día después de la invasión militar de Rusia a Ucrania, sabiendo que han tomado Chernobil y “hay peligro de diseminación del material altamente radiactivo que hay en la zona por los impactos y explosiones de la batalla”.
No puedo saber qué sucederá el lunes cuando ustedes lean el periódico y se encuentren conmigo en la sección de opinión, pero lo que sí sabemos, tanto ustedes como yo, es que una vez más una minoría se ha impuesto sobre la mayoría. Porque si hay algo que la mayor parte de las personas del planeta deseamos es vivir en paz.
Lo que sucede es que la Paz no es un lugar, ni un tiempo. No sé si alguna vez los seres humanos hemos vivido en paz. Quizás sucedió en el pasado remoto que no alcanzamos a recordar. Pero sin embargo, no dejamos de soñar con ello, de ansiarlo con fuerza, pero nunca con la fuerza suficiente.
He titulado este artículo índice de paz global (Global Peace Index) que es algo que existe desde el año 2007, como quien dice desde ayer. Es un indicador que mide la ausencia de conflicto, lo que resulta muy significativo, porque en realidad no sabemos lo que es la Paz, lo que sabemos es lo que significa la presencia o ausencia de conflicto en nuestras vidas, nuestras sociedades y nuestros estados.
Para elaborar el ranking, lo que se toma en cuenta es la estimación de las personas muertas en guerras externas, o las personas muertas en guerras internas, el nivel de conflictos internos, las relaciones con los estados vecinos, el nivel de criminalidad percibida en la sociedad, el número de personas desplazadas, la inestabilidad política, el nivel de respeto a los derechos humanos, la posibilidad de vivir actos terroristas, el nivel de homicidios, la criminalidad violenta, la población reclusa, los efectivos de las fuerzas de seguridad, el gasto militar en relación al PIB, las importaciones y exportaciones de armamento, y el dinero presupuestado para las misiones de paz de Naciones Unidas.
Como ven, es un índice alejado de lo que uno visualiza cuando piensa en la Paz, y ciertamente alejado de lo que es la guerra silenciosa que todas las sociedades sufren, la violencia normalizada sobre las mujeres y la infancia.
El Índice de Paz Global 2021 encuentra que el nivel de paz en el planeta se va deteriorando desde las primeras mediciones. Ha caído un 0,07% con respecto al año anterior, que puede parecer poca cosa - como suena a poco la subida de la temperatura en el planeta - pero en un mundo que no anda muy bien, cualquier incremento de la violencia - o de los grados centígrados- es siempre demasiado.
Ustedes habrán leído muchos análisis de la situación estos días pasados. También yo me he apoyado en la lectura en un afán infecundo por comprender. Obviamente una de mis fuentes, dadas mis simpatías políticas, han sido las publicaciones anarquistas, y me he encontrado con este reflexión de un grupo de activistas antiautoritarios de Ucrania:
“Nuestra posición se basa en el hecho de que no queremos huir, no queremos ser rehenes y no queremos que nos maten sin luchar. Puedes mirar a Afganistán y entender lo que significa «No a la guerra»: cuando los talibanes avanzan, la gente huye en masa, muere en el caos de los aeropuertos, y los que se quedan son purgados. Esto describe lo que está ocurriendo en Crimea y puedes imaginar lo que ocurrirá tras la invasión de Rusia en otras regiones de Ucrania.”
Hay una guerra relativamente cerca. Quizás más cerca en lo cultural que en lo geográfico que otras guerras, pero sobre todo esta guerra en plena crisis energética, nos habla, otra vez, una vez más, de nuestro fracaso para implementar medidas creativas, pacíficas y solidarias ante los problemas.
Ojalá volvamos a las cavernas, donde no hay vestigios materiales de conflictos bélicos, porque todo este tiempo de “civilización” ha servido mayormente para causarnos dolor y muerte en una sucesión ininterrumpida de conflictos territoriales, religiosos o de reparto, casi siempre injusto, de los recursos disponibles.