Al llegar a una determinada edad “en el limbo del tiempo que se nos va” y con un buen trecho ya recorrido, tanto en el itinerario de la vida como en el del ejercicio profesional, toca pararse en la vera del camino, mirar hacia arriba, decir al viento “libro, nube, este es mi destino” y recogerse “en la templanza que (…) da la anestesia del recuerdo” para reflexionar sobre todo aquello que ha quedado atrás.
Lejos del manido tópico de: “¡qué largas vacaciones tienen los profesores!”, la realidad educativa del día a día en un centro educativo es muy distinta a la que mucha gente imagina ya que esta se manifiesta como compleja, poliédrica, llena de matices…y, algunas veces, frustrante.
Durante los últimos años los profesores en la Enseñanza Pública hemos sufrido una cascada de leyes y medidas preventivas que estigmatizan de entrada a todo el profesorado con la etiqueta de “malos”. Por unos pocos, la Administración ha puesto el ventilador parar tratar de esparcir el olor a podrido que genera una minoría absentista y despreocupada sobre todo el colectivo docente. ¡Qué podemos esperar si hasta una antigua ministra del ramo nos ha puesto en la picota! ¡La misma que dice no haberse enterado de tener como mano derecha a un corrupto durante su etapa como gobernante madrileña!
No obstante, mi impresión en los distintos centros donde he trabajado durante más de dos décadas ha sido la de toparme con un nutrido grupo de excelentes profesionales que siempre han dado lo mejor de sí para explorar nuevas vías didácticas con las llegar mejor a sus alumnos.
Por otra parte, tenemos a los que denominamos con ironía y cierta sorna como “desertores de la tiza”, algunos de los cuales, tras olvidar rápido que han sido compañeros de faenas educativas, vienen a sentar cátedra a los colegios e institutos y sermonearnos con las cuatro consignas gubernamentales bien aprendidas y a darnos lecciones de cómo se debe enseñar, precisamente ellos, los que han abandonado todo contacto con las aulas ¡Tiene miga el asunto!
Mientras escribo este artículo me viene a la mente el oportuno comentario que hizo una chica de 2º de Bachillerato durante el Acto de Graduación del pasado curso 2015 -2016 en mi Instituto. Comenzó su intervención diciendo que se consideraba como una auténtica superviviente del mareo producido por esa legión de leyes educativas de los últimos tiempos…LOCE, LOE, LOMCE. Ese mismo sentimiento de ser una especie de náufragos perdidos en el mar de la ausencia de un marco legal estable y duradero en materia educativa es una percepción muy extendida entre el profesorado.
A ello habría que sumar algunas limitaciones insalvables propias de las infraestructuras de los centros y que condicionan de forma grave las estrategias didácticas. ¡Cuántas veces en las reuniones de tutores nos hemos lamentado por esas mesas absurdamente ancladas al suelo en las aulas para sostener unos ordenadores obsoletos! ¿En esas condiciones y con clases llenas hasta la bandera, en las que no hay un espacio libre, cómo trabajar en grupos con los alumnos?
Además, en los últimos tiempos estamos inmersos en un serio retroceso en las condiciones laborales y de pérdida de derechos del profesorado. El aumento de las horas lectivas de unos ha sido la excusa perfecta para meter las tijeras en los puestos de trabajo de otros. En el caso de retraimiento de derechos tan solo un botón de muestra entre otros muchos: la progresiva falta de control de los claustros de profesores sobre las direcciones de los centros educativos, las cuales han pasado de ser elegidos primero por el propio profesorado, más tarde por la comunidad educativa a través de los Consejos Escolares y ahora de forma directa por la Administración.
Por si esto fuera poco, se constata que no hay una verdadera voluntad política y de la sociedad en general para coger el toro por los cuernos de los auténticos males que aquejan a la Enseñanza Pública, en especial, la todavía alarmante tasa de fracaso escolar.
Otro aspecto a resaltar es el de la progresiva burocratización de la vida del enseñante en la que cada vez se exigen más “papeles” (programaciones, memorias, informes, evaluaciones…), que son completamente inoperativos y que, a mi parecer, encubren el fracaso de unas políticas educativas que no quieren ir a la verdadera raíz de los problemas de la enseñanza. Decía Carandell, el antiguo y brillante cronista parlamentario ya desaparecido, que los políticos del signo que fueran cuando querían que un asunto durmiera el sueño de los justos creaban una comisión. Ahora tenemos esas comisiones convertidas en montañas de papeles inútiles.
En mi opinión, las verdaderas reformas educativas son las que se emprenden desde abajo por un puñado de quijotes que, por su cuenta y riesgo, de forma altruista, con muy pocos recursos y escaso apoyo, tratan de explorar nuevas vías educativas que se salgan de la inercia en la que está metida este gigantesco mastodonte desfasado que es nuestro actual sistema educativo. Uno de estos valientes innovadores es César Bona, quien en el libro la “Nueva Educación” trata de recuperar para las aulas principios básicos como la estimulación de la imaginación, la creatividad, la curiosidad… También nos recuerda este maestro ejemplar la necesidad de fomentar la empatía hacia los alumnos, de promover en niños y jóvenes la formación y la expresión de opiniones libres y críticas y de favorecer modelos que convivencia en los que compartir prevalezca sobre competir.
Pero también toca entonar el “mea culpa” y asumir nuestra propia responsabilidad en todo que ha ocurrido por la gran pasividad y desunión que hemos mostrado el profesorado de la Enseñanza Pública, curso a curso, sin ser capaces de articular una única voz de protesta contra esta situación continuada de degradación y de abuso, -a excepción de esas combativas “mareas verdes”-; e igualmente debemos reconocer que, bien por comodidad o desidia, no intentamos ir más allá y dar alternativas a este modelo caduco de repetición de conocimientos, de “examinitis” y de “notitis”.
Por otra parte, después de años y años de asistir como convidados de piedra a esa dilapidación de recursos públicos en forma de evaluaciones externas de “diagnóstico”, que, por mucho que se hagan una y otra vez, siguen mostrando de forma terca los mismos síntomas de una enfermedad, para la que no hay más remedio desde arriba que “la cebada al rabo del burro muerto”… ahora, encima, nos vienen con las reválidas. ¡Si no quieres evaluaciones, pues tres cazos de revalidas!
En las aulas cada vez se ve un creciente ambiente de competición entre los alumnos por la nota pura y dura y los profesores observamos alarmados el aumento de casos de ansiedad entre los chicos y chicas jóvenes por la calificación de un examen de dos temas o una mala nota, ¿qué ocurrirá con un niño de Primaria o un chaval de Secundaria que se juegue en un examen el tener o no un título?, y además ¿qué valor tendrán a partir de ahora las calificaciones dadas por los maestros y profesores frente al negocio de unos evaluadores privados externos pagados con dinero público?
Me perece una auténtica locura meter a los alumnos desde una temprana edad dentro de esta espiral insana de competición a la que nos están encaminando estos gurús del individualismo y del neoliberalismo político y económico y que, para mayor desgracia, es aceptada de forma acrítica y preocupante por una mayoría social ¿En qué quedará el placer de saber, de descubrir, de caminar y crecer junto a otros, si todo se limita una combate feroz por la mejor nota de examen en examen, de prueba en prueba y de reválida en reválida?
Sin embargo, a pesar de los recortes de profesores, del empeoramiento de las condiciones laborales, de la falta de respuesta desde el poder político a los acuciantes desafíos de la educación, de la desunión del colectivo docente, de sufrir el escarnio de una parte de la sociedad… a partir de septiembre, con el comienzo de un nuevo curso escolar intentaré convertirme en un “maestro salmón”, como dice César Bona, para saltar y sortear los obstáculos, y me podré con ilusiones renovadas delante de nuevos grupos de alumnos para cantar junto al “Ultimo de la Fila”:
“Ahora quiero sentir, caminar; ahora quiero pintar, percibir; lápiz, tinta,…tiza y el placer de reencontrar”.