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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

María Salmerón y el tejado de hierro

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El gobierno más progresista de la democracia ha negado el indulto a una mujer víctima de violencia de género que defendió a su hija de la violencia vicaria. Este es el breve resumen de los hechos ocurridos el 27 de abril.

 María Salmerón fue encontrada culpable de varias causas penales debidas a la protección, que como cualquier persona normal (léase normal como persona que entiende que una menor de edad es persona con sentimientos y pensamientos razonados, y debemos preservarla de cualquier tipo de violencia), protegió a su hija. Lo hubiera hecho yo, lo hubieran hecho ustedes, creo que lo hubiera hecho incluso la ministra de Justicia si le hubiera tocado el caso. Voy más allá, creo que lo hubiera hecho incluso la juez que la condena. En dos ocasiones se le concedieron indultos por parte del gobierno, y “hubo un tercer indulto el 22 de julio 2016, que se revocó por el Tribunal Supremo. En ese caso, tanto el tribunal sentenciador como el Ministerio Fiscal emitieron informes desfavorables y el Supremo lo revocó al no observar ‘razones de justicia, equidad o utilidad pública’ que justificaran el indulto y que descartasen todo atisbo de arbitrariedad. Además, en su sentencia, el Supremo advertía que el indulto no puede suponer la revisión o el control de la sentencia firme dictada en vía penal.” (https://www.eldiario.es/andalucia/gobierno-deniega-imperativo-legal-ultima-peticion-indulto-maria-salmeron-no-prision_1_8946426.html)

Desde fuera, y sin ser María o Miriam, puedo comprender las razones que llevan a un Gobierno, atendiéndose a la letra de la Ley y a la división de poderes, a negar el indulto solicitado. Lo que no puedo comprender, ni desde fuera, ni desde dentro, y sin que haga falta que yo sea María o Miriam, es que eso no avergüence a quien lo hace, y no entiendo que no estén haciendo declaraciones públicas mostrando su vergüenza, su consternación, y que no estén dejando sus cargos al verse obligadas a cometer injusticia contra una persona justa, que ha protegido al débil sin mirar por sí misma.

La violencia institucional es la forma más habitual de violencia que sufrimos cada día. Cuando la burocracia nos encierra en un laberinto sin salida, del que solo cabe esperar la muerte y el olvido. Esa violencia que emana de las instituciones que ejercen el poder puede manifestarse en las esferas políticas, económicas y culturales, en el caso de María se da en los tres niveles a la vez.

La Justicia no ha tomado en cuenta el dilema moral en que estaban situando a esta madre, que ha protegido el interés superior del menor. Todas las condenas han empobrecido a María, imponiendo cuantías económicas a su acto de protección, que significaba el rompimiento de las sentencias. La violencia cultural al ser juzgada públicamente, cuestionada y ninguneada durante veinte años. Y como castigo a su proceder a favor del interés superior del menor, se le quita el tercer indulto concedido y se añade con saña que no se encuentran “razones de justicia, equidad o utilidad pública”, cuando en realidad todas sabemos que precisamente actuó bajo los parámetros de la mayor de las justicias. Y ahora, se le niega el cuarto indulto y se dice, sin arrugarse, que tendrá que entrar en prisión.

El patriarcado, que culturalmente nos ha asignado a las mujeres la obligación moral de ser madres y como madres proteger a nuestras criaturas con nuestra propia vida, el patriarcado que nos ha relegado al hogar y a la familia, nos dice que podemos proteger a las personas menores a nuestro cargo siempre y cuando sean atacadas por fuerzas externas, pero que no podemos defenderlas si quien agrede es el padre. 

La violencia vicaria se ejerce sobre la persona en crecimiento, en sus primeros años, por parte de alguien que tiene la obligación social y moral de proporcionarle una infancia feliz para que tenga un desarrollo pleno. Y sin embargo, esa persona adulta, padre o tutor legal, no ven en la niña o el niño a una persona digna de amor, sino una herramienta para causar dolor al objeto obsesivo de su orgullo herido. Hay dos víctimas en la violencia vicaria, pero creo que como sociedad aún no respetamos a la primera víctima, la infancia, lo suficiente como para entender lo que María Salmerón entendió sin necesidad de hacer un master en igualdad. Había violencia vicaria en aquellos encuentros entre su expareja y su hija, y como el sistema corrupto y violento no hacía nada, ella actuó.

¿Se tomó la justicia por su mano? Seguramente, pero ya lo dijo Henry David Thoreau, y lo admiramos por ello: “Las leyes injustas existen: ¿Deberíamos contentarnos con obedecerlas, o bien deberíamos luchar por enmendarlas? ¿Y deberíamos seguir obedeciéndolas hasta que tuviésemos éxito, o bien deberíamos transgredirlas inmediatamente?”

El filósofo Martin Buber hizo una recopilación de cuentos jasídicos, porque a veces es más fácil hacerse comprender con una historia corta. Yo les voy a dejar un cuento de la colección, uno que para mí da una visión real y completa de lo que son la Ministra de Justicia, Pilar Llop y la jueza que dictó sentencia, y quien ha redactado el informe desfavorable:

El rabino de Lwow se oponía al movimiento jasídico. De modo que pensó, una vez que el rabí de Rizhyn lo visitaba, que su huésped se embarcaría en sutiles interpretaciones de la Escritura con el fin de impresionarlo con la erudición del jasidismo. Pero el visitante sólo pregunto: “¿De qué están hechos los techos de Lwow?”

-      De hierro laminado, dijo el rabino.

-      ¿Y por qué de hierro laminado?

-      Para estar protegidos del fuego

-      Entonces bien podían ser de ladrillo, dijo el rabí, y se despidió.

Cuando el visitante hubo partido, el rabino se echó a reír y exclamó: “¡Y este es el hombre al qué sigue la gente!”

Unos días después, un amigo del rabino de Rizhyn, llegó a Lwow pensando que su amigo aún estaría allí. Le contaron lo que había dicho y su rostro se iluminó: “Verdaderamente, el techo, el corazón que vela por la congregación, debería ser de ladrillo; tan estremecido por las penas de su gente que amenace con romperse a cada momento, y sin embargo, capaz de resistir; ¡pero es de hierro laminado!” (Buber, Martin. Cuentos jasidicos I, Editorial Paidos. 1983, pag 22)

NOTA: Jasidico se puede traducir por “bondad” o “piedad”, movimiento jasidico se traduce como práctica de la piedad y la bondad