Internet está lleno de chorradas sobre el liderazgo femenino. Seguro que también sobre muchas otras cosas, pero esto lo he podido constatar dándole vueltas por Google y Dialnet a la idea de esta reflexión. De los artículos que he encontrado, he tenido que rechazar a mitad de la lectura más de dos tercios, por inconsistentes o abundar en tópicos. ¡Qué difícil es encontrar una idea seria sobre este tema!
Que me haya embarcado en esta reflexión parte de una experiencia: me quedan tres meses para acabar mi presidencia del Consejo de la Juventud de Extremadura, y dos de los últimos cuatro años los he pasado siendo el único varón en un equipo de ocho mujeres jóvenes.
Ser presidente y chico de una Comisión Ejecutiva compuesta exclusivamente por chicas ha sido desde el primer momento una situación singular. Estrictamente hemos incumplido todas las normas de igualdad de género que propugnan la paridad. Quizá la Junta de Extremadura nos debería haber cesado... pero cualquiera ya sabe que la paridad está pensada precisamente para incorporar a más mujeres a los puestos de dirección, así que no nos deberían reprochar que nos hayamos pasado de la raya (del 40-60%).
En todo caso, ha sido una Asamblea de organizaciones juveniles, soberana y legítima, la que ha roto cualquier techo de cristal. Estas personas no han sido mi elección, y seguro que si hubiera tenido la oportunidad de hacerme un equipo libremente, algunas de ellas no habrían entrado en él. Ellas lo saben, y sin embargo no puedo haberme alegrado más en estos meses de haber trabajado con ellas. Para bien y para mal, las elecciones en el CJEx son en listas abiertas, así que nadie confeccionó previamente este resultado del que salieron elegidas, sin duda, por ser las mejores.
Desde el primer día, recién pasado el momento de las elecciones, empecé a aguantar (y ellas conmigo) chistes de bastante mal gusto sobre harenes, la teoría del machote dominante, comentarios sexistas sobre las crisis horizontales entre ellas, sobre desequilibrios mensuales, sobre los criterios froidianos que yo mismo hubiera usado para rodearme así... y otras tantas faltas de respeto e idioteces similares. Es posible que muchos de esos comentarios se hicieran sin una maldad consciente. Puedo asegurar, en todo caso, que han sido asquerosos.
El paso del tiempo y la acumulación de estos sólo ha servido para aumentar mi indignación, expresada en público en mayor o menor medida según tuviera mi espíritu más o menos prudente. Cualquiera que me conozca sabe que no me he caracterizado en mi pasado por un feminismo militante. Tampoco creo haber actuado nunca de forma machista (gracias sobre todo a la educación informal que he recibido, supongo). Pero esta experiencia de dos años me ha convencido de que sí hay, en nuestra sociedad, un machismo más o menos silencioso pero rotundo en todos los espacios de la vida. Puedo reconocer que entré escéptico sobre ciertas “exigencias” feministas y salgo completamente convencido de que debo luchar por una igualdad que aún no existe. Termino siendo un entusiasta de la feminización de los liderazgos y los equipos.
Un equipo tan poco masculino ha sido radicalmente plural, como cualquier otro, no quiero caer en generalizaciones vacías: con etapas y personas más o menos comprometidas, con discusiones, sospechas, negociaciones, acuerdos y éxitos rotundos.
¿Qué ha hecho de esta etapa rodeado de mujeres una etapa de trabajo tan extraordinaria? He intentado documentarme en estudios científicos que me permitieran dar una respuesta basada en información sólida y veraz. No he encontrado algo suficientemente útil, aunque sí he descubierto que las más serias (por ejemplo Sánchez-Moreno, REICE, 2014) coinciden con mi experiencia personal en un par de elementos: el primero ha sido anteponer con más facilidad la ideología ética a los intereses particulares.
No cabe duda de que las decisiones colegiadas han sido extraordinariamente sencillas, incluso en los momentos más duros, gracias a un refuerzo colectivo de los principios profundos por los que estábamos allí. El segundo factor ha sido el que he terminado llamando en este periodo la “bendita intransigencia” de mis compañeras. Cada una de ellas ha tenido un compromiso personal más o menos intenso con sus responsabilidades, porque la vida da vueltas, y el voluntariado en medio de la precariedad juvenil es verdaderamente difícil. Teniendo eso en cuenta... en los momentos complicados no sólo me he sentido muy arropado por todas ellas, sino que además me han azuzado a tomar la decisión incómoda pero adecuada. Nunca había recibido una presión de grupo tan positiva hacia el inconformismo y la intolerancia con los malos hábitos enquistados. Si el CJEx es hoy mejor (y yo sí lo creo) hay verdadero mérito colectivo, que es este “no pasarán” las expresiones con dobleces del “siempre se ha hecho así”, “ese conflicto no merece la pena”, “por un poco no pasa nada”...
En conclusión: no sé si me he hecho feminista por la casualidad de este imperfecto y extraordinario equipo, o por el contrario, me he rendido a una evidencia lógica y general aplastante. Pero tengo claro que deseo con todas mis fuerzas un futuro Consejo de la Juventud de Extremadura presidido por una de ellas. Presidido por una persona como ellas, sea hombre o mujer, pero con el liderazgo que a veces a mí me ha faltado y a ellas les ha sobrado. Porque está demostrado: presente y futuro serán de la juventud, de ellas, o no serán.