¿Estamos realmente ante una nueva ola revolucionaria?
Toda revolución tiene como respuesta una contrarrevolución, pero si se produce una castración durante el proceso, no pueden ligarse las consecuencias a él por ser inexistente. El auge de los fascismos y el éxito de las formaciones de extrema derecha no son consecuencias directas del feminismo, sino de la incapacidad de la izquierda a la hora de adaptar sus discursos y políticas acorde a su ideología; es decir, ante la pérdida identitaria. La izquierda ha dado como válida las exigencias de algunos movimientos sociales por miedo a ser tildada de intolerante o reaccionaria. La identidad, que antes pertenecía al grupo, ha sido fragmentada intencionadamente por el poder.
El manido término poder es utilizado en numerosas ocasiones para designar aquello a lo que no podemos ponerle nombre por ser un ente abstracto y oculto; sin embargo, es capaz de provocar sentimientos contrapuestos que oscilan, de manera antagónica, entre el deseo y el miedo.
Tener el poder permite acceder a las masas, influir de manera deliberada sobre las acciones del colectivo a través de la propaganda. La propaganda se reparte a través de los medios de comunicación, la publicidad y, actualmente, las redes sociales. Las redes son la herramienta del poder económico contemporáneo, a través de ella se consigue la manipulación colectiva.
El poder, además de orquestar el pensamiento social, imposibilita la insurrección del colectivo controlando cualquier conato que se pueda producir. Si a ello le sumamos la actitud acrítica del grupo, el resultado puede ser brutal. En el caso del feminismo, lejos de estar siendo revolucionario, es controlado; a pesar de que el sentimiento general no comparte la misma idea.
Sí que hubo un intento reciente de pre - revolución feminista hace aproximadamente un par de años que acabó mutilado por el movimiento Me Too. La campaña hollywoodiense estaba pautada desde la élite (el poder) con el fin de controlar cualquier intento de insurgencia. Debido a la potente repercusión (liderada por los medios a través de las redes) el movimiento feminista consiguió millones de seguidoras gracias a la masiva influencia de datos generada, de esta manera se logró que el movimiento feminista se adaptara al sistema.
El feminismo no está siendo molesto porque es guiado por el poder y su estructura. Prueba de ello es que el neoliberalismo ha conseguido infiltrarse dentro sin ningún problema. Las revoluciones tienen la capacidad de resquebrajar el poder sistémico, producir cambios sociales que afectan a toda la estructura y reinventar movimientos culturales innovadores. No es el caso del feminismo que, pese a haber calado en muchas esferas, no está siendo transformador porque es complaciente.
De esta manera Ana Botín puede identificarse como feminista o las marcas Nike y Zara pueden sumarse a base de fabricar zapatillas y camisetas. Los partidos políticos han sido conscientes del proceso, por eso se han unido a él. No hay campaña que no señale la creciente 'oleada feminista' como instrumento para atacarlo o vanagloriarlo, por lo que se ha convertido en una corriente homogénea y líquida.
El movimiento radical, el que resulta realmente incómodo, sigue siendo minoritario y peligroso, de ahí el interés por soterrarlo a través de la propaganda de masas. Edward Bernays, en su obra 'Propaganda' describe a la perfección el proceso de disciplinar la mente pública. Cuenta Bernays que durante la guerra el gobierno estadounidense no solo se encargó de apelar al individuo por todos los medios – visuales, gráficos y auditivos – para reclamar su apoyo a la patria, sino que además se logró la cooperación de los hombres clave para cada grupo, personas a las que les bastaba una palabra para transmitir su autoridad a centenares de miles de seguidores.
Es el gobierno invisible el que manipula estos mecanismos ocultos de la sociedad; “el gobierno invisible es el que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país”— en palabras del sociólogo—.
Volviendo a los giros de carácter independiente que emergen de los procesos revolucionarios, me parece fascinante el cortometraje ‘Alice has discovered the napalm bomb' ( 1969 ) del cineasta catalán Antoni Padrós como ejemplo de las situación social vivida en la década de 1960. Durante la narración del corto, basado en el personaje de Alicia de Lewis Carroll, el autor nos muestra las consecuencias de la situación política del momento con una narrativa completamente radical incluso para hoy, por lo que no ha de extrañarnos ver a Alicia crucificada, bebiendo Coca-Cola y siendo violada por sus compañeros.
Dice Padrós que “Alicia nace en un país que está muerto. Más tarde su inocencia se verá manipulada por las ideologías del momento. Será violada y abandonada sobre la bandera americana, que representa sin lugar a dudas los más altos valores de la nación”. No ha cambiado nada, excepto el contexto y el tiempo. Padrós, además, nos muestra el proceso contracultural derivado de la etapa revolucionaria que se estaba viviendo en Estados Unidos y Reino Unido que más tarde llegaría a la mayoría del mundo occidental. Se trataba pues de un fenómeno antisistema. Si el feminismo – y el resto de movimientos sociales – están acoplados al sistema, difícilmente podemos hablar de revolución.
Me parecía importante hacer esta introducción para poder contar lo que a mi juicio marcará el próximo debate social y político con repercusión a gran escala: la pederastia. No es casual que en el último año y más concretamente en los últimos meses, el debate sobre los abusos sexuales por parte de la Iglesia estén configurando el debate popular. De nuevo aparece la propaganda y de nuevo son los medios los que esculpen la talla para que el escándalo pueda configurarse y controlarse. De ahí que el Papa hable de abusos, de ahí que conceda entrevistas como la que pudimos ver el domingo pasado con Jordi Évole y de ahí que estén saliendo a la luz documentales, denuncias, testimonios, series y películas en relación a este complicado y delicado tema. No es nuevo el rumor relacionado con una posible red a gran escala de pederastia en la que estarían involucrados personajes pertenecientes a la élite en las que podrían verse afectados políticos, banqueros, cineastas, actores y, cómo no, la Iglesia. Pero debemos ser conscientes de varias cuestiones:
Según las estadísticas, una de cada cinco mujeres y uno de cada diez varones fueron víctimas de abuso sexual durante la infancia. Según los datos ofrecidos por UNICEF alrededor de 120 millones de niñas menores de 20 años en todo el mundo (1 de cada 10) han experimentado relaciones sexuales por la fuerza u otros actos sexuales forzados.
Pero no nos llevemos a engaños, los números demuestran que un 80% de los abusos se perpetran por familiares y personas conocidas. El abuso sexual a menores es el tipo de violencia sexual que más rechazo y animadversión genera, es una realidad incómoda que causa repugnancia y mucha impotencia; sin embargo es una verdad silenciosa de la que pocas veces se habla y una responsabilidad política sin altavoz, no es el tema prioritario en el discurso ni en las campañas, ni en los programas electorales.
Señalar a la Iglesia y cortar la cabeza al Papa no deja de tener cierto componente de hipocresía social si tenemos en cuenta que representan el 5 % de los abusos. Por supuesto, ese porcentaje se traduce en miles pero no más importantes –aunque sí más indignantes – que el 95% restante. Indigna más porque de la Iglesia se espera castidad, asexualidad y pureza; como si estuvieran exentos de perversión e instinto depredador como el resto de la humanidad.
Pero la Iglesia católica no es la única envuelta en tramas de corrupción sexual infantil, un extenso trabajo de investigación del diario estadounidense The Atlantic develó también que la Iglesia de los Testigos de Jehová habría estado encubriendo más de 23.000 abusos sexuales durante años.
Millones de casos sin apenas repercusión. Millones de menores violados sistemáticamente por el poder y la familia. Si hay una institución intocable, esa es la familia. Echen un vistazo al reciente documental sobre Michael Jackson ' Leaving Neverland' donde dos víctimas de reiterados abusos sexuales por parte del denominado Rey del Pop relatan los episodios, el modus operandi del artista y el comportamiento de las familias. Pese a las numerosas pruebas documentales que se exponen, una amplia comunidad de afines al cantante defiende su inocencia encerrada en el negacionismo.
Esta sociedad está acostumbrada a negar, a vendar la retina, a invisibilizar y a mirar hacia otro lado. Ya nada van a pagar Mickael Jackson, ni Woody Allen ni el Papa, pero sí permanecerá oculta la misma realidad: los abusos sexuales dentro de la familia. De nada sirve no acudir a ver el estreno de un cineasta acusado de pederastia mientras compramos el pan en la tienda del padre de familia que viola a su propio hijo.
Nada se puede hacer sin políticas vehiculadas a proteger a la víctima y sin institucionalizar el problema inyectando recursos económicos, sociales, psicológicos y leyes integrales que permitan romper el tabú de la familia y el abuso estructural hacia los menores; precisamente, la población más vulnerable. ¿Denunciar y visibilizar cada abuso que se conozca? Por supuesto, pero se necesita más que un ‘hashtag’. Espero no tener que ver a políticos haciendo declaraciones llegado el momento tachando de inadmisible y condenando una trama de abuso sexual a impúberes porque en los prostíbulos, aquellos donde acuden también los políticos, hay menores siendo abusadas. Lo de Michael Jackson todos lo sabíamos. Como lo sabemos ahora y callamos con los que están vivos. Esto me recuerda a esos eslóganes de 'no queremos tener miedo de camino a casa'; ciego el que no vea que el mayor miedo no se siente en la calle, sino al llegar a casa.
Un sistema manejado por las élites que ostentan el poder económico es el que marca el momento y la norma, el mismo que se encargará de hacernos ver que ha caído la mayor red de pederastia mundial para que nos olvidemos de la red mejor tejida de todas: la familia. No puedo cerrar este artículo sin citar una de las magistrales obras de Buñuel, ' Los Olvidados', donde más allá de crimen infantil nos habla de miseria infantil en todas sus formas, también en relación a la pederastia.
Nos lo recuerda el protagonista, un niño, cuando terminó lanzando un huevo a la lente de la cámara del cineasta. Sus ojos y los nuestros quedaron cegados por el impacto y desde ese momento los espectadores pasamos a ser cómplices. Que no se nos olvide llegado el momento.