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Sáhara libre... de patriarcado

Víctor Bermúdez @victorbermudezt

Zahra – digamos que se llama así – es una chica saharaui que, como muchas otras, y con el permiso de los suyos se vino a estudiar desde muy joven, acogida por una familia española. Zahra – conozco de cerca el caso – era una adolescente inteligente, sociable, alegre, y culturalmente muy inquieta. Mantenía una relación estrecha con su familia saharaui, pues parte de la misma residía aquí y porque su padre, un importante representante del Frente Polisario, viajaba con frecuencia a la península. Gracias a eso se dieron cuenta de que Zahra se estaba apartando de las costumbres de su pueblo. Vestía con ropas demasiado llamativas, hablaba de todo – también de la religión – con cierto desparpajo, tal vez discutiera con demasiada vehemencia, y de ciertos temas “sensibles”, con sus padres (efecto inevitable de sus clases de filosofía en el instituto). Y lo peor: iba de fiesta, volvía tarde y se la veía frecuentemente acompañada de chicos...

Su padre insistió entonces en que acudiera a una ceremonia familiar en el Sáhara. “Serán unos días – le dijo –. En cuanto acabe te envío un pasaje de avión y vuelves a España”. Pero Zahra no volvió. El padre la dejó en los campamentos del desierto. Y allí la han tenido retenida contra su voluntad durante cuatro años. Los primeros mensajes de Zahra a su familia de acogida, a sus amigos, a su novio español, o a alguno de sus profesores, fueron dramáticos. Zahra se quería morir. No podía estudiar, no había llevado libros para leer, no tenía apenas comunicación con el exterior, y echaba de menos, no solo a sus amigos o a su novio, sino, sobre todo, la libertad y la dignidad como persona de las que gozaba en España. Su nuevo y obligado rol era el de cuidar del hogar y servir a los hombres. En una de sus primeras noches – nos contó después – tenía que esperar a que llegaran los parientes masculinos para servirles la comida. Pero Zahra se durmió. Al llegar los hombres la despertaron. Zahra les dijo, supongo que con el descaro propio de una chica no acostumbrada a la esclavitud, que les había preparado la comida, pero que muy bien podían calentársela ellos. La respuesta fue una tunda de golpes...

Pasaron las semanas, los meses, los años. Los mensajes que llegaban de Zahra seguían siendo desesperados. Pero todas las gestiones de su familia de acogida y de sus amigos resultaban inútiles. Todos los planes que se les ocurrían se topaban con la realidad: el desierto impenetrable, la lejana Tinduf, la complicidad del Frente Polisario... Imposible. Zahra se fue resignando, se olvidó de sus estudios, aprendió a simular cierto grado de sumisión, aprendió a sobrevivir. En cierto momento – entusiasta y generosa como es – Zahra intentó cambiar las cosas, educar a las mujeres con las que convivía. Ignoro quién convenció finalmente a quién. Me dijeron que hace unos meses volvió al fin a España. No sé en qué condiciones. Tal vez vino ya casada por su familia y vestida con el melhfa tradicional...

Hay muchos más casos, además de el de Zahra, aunque estos solo los conozco por la prensa. Como el de Nadjiba Mohamed, una chica de 23 años con toda su vida hecha en España, y que también fue retenida a la fuerza por su familia saharaui en uno de sus viajes de visita, con el objeto expreso de “reeducarla” en la lengua y las tradiciones de su pueblo. La madre de Nadjiba, por cierto, también es una conocida representante del Frente Polisario. O como el caso de Darya, una mujer de 26 años, residente en Tenerife, que tampoco volvió de los campamentos. O el de Mahyuba (que logró escapar), o el de Salka, con síndrome de Down, el de Koria, de la que nada se sabe desde 2011, y así hasta unas 50 mujeres de las que se tiene alguna constancia de estar retenidas contra su voluntad, según denunció el Forum Canario Saharaui el pasado mes de mayo.

Más reciente es el caso de Maloma. Una mujer de 22 años, ya nacionalizada española, que en diciembre del año pasado fue raptada por sus hermanos y otros parientes cuando acudía al aeropuerto para volver a España tras una visita a su familia saharaui. Parece que Maloma fue conducida a una zona recóndita del desierto. No sé si ha podido ya volver a casa, pero las noticias que leí hace unos meses no anunciaban nada bueno. Según fuentes diplomáticas citadas por la prensa se habría impuesto el criterio de los hermanos, según el cual la voluntad de una mujer, incluso mayor de edad, es irrelevante para decidir su propia suerte.  

Tal como Zahra, también Darya, Nayiba y Maloma han expresado reiteradas veces su deseo de volver a España, tanto a sus familias, como a ONG como Human Rights Watch o a la prensa. Para liberarlas se han presentado denuncias, se han realizado mil gestiones diplomáticas, se ha buscado el amparo de la ONU. Pero no se ha resuelto nada. Según algunos portavoces del Frente Polisario (la autoridad efectiva en los campamentos), la emancipación de la mujer o, al menos, su derecho a circular libremente, son principios reconocidos en los territorios que controlan. Pero tengo la impresión de que lo dicen con la boca muy pequeña. Cuando se les interpela por las mujeres retenidas su respuesta es ambigua. Según dicen, se trata de problemas familiares en los que ellos apenas pueden hacer nada. Hace unos días, el presidente del parlamento saharaui, Jatri Aduh, afirmaba que casos como el de Darya son “normales” dado el caudal de relaciones entre familias de uno y otro lado. Y anunció que en el futuro preveía muchos más casos de mujeres retenidas. Y se quedó tan pancho. No sé si Aduh pertenece a la “vieja guardia” laica y nacionalista del Frente Polisario o alguna nueva facción islamizante del mismo. Pero su opinión es, en cualquier modo, alarmante. Mucho me temo que el Polisario no ve con antipatía estas retenciones forzosas de jóvenes con objeto de inculcarles, a la fuerza, las costumbres – patriarcales y religiosas – del pueblo al que representan.  

Este fin de semana se ha estado celebrando en España la 41ª Conferencia Europea de Apoyo al Pueblo Saharaui (EUCOCO).  Es de desear que la situación de todas estas mujeres condicione el apoyo que el Frente Polisario ha tenido hasta ahora por parte de sectores de la izquierda y de ONG e instituciones que, si bien no deben cejar en la denuncia de la opresión marroquí ni en la prestación de toda la ayuda humanitaria que sea necesaria, deben exigir, a la par, que estas situaciones de discriminación y violencia contra la mujer sean completamente desterradas. La injusta persecución y opresión del pueblo saharaui no debe servir para justificar de forma incondicional todos los aspectos de su cultura ancestral. Ninguna tradición debe estar por encima de los Derechos Humanos, y muy especialmente de aquellos que afectan a la libertad y dignidad de las mujeres.