1 de mayo de 1932 en Salvaleón, pequeño pueblo de la provincia de Badajoz, situado en una de las dehesas más pobladas de encinas y de alcornoques de la provincia, y contando en aquella fecha con alrededor de 3.700 personas censadas en la localidad (más conocidos con el gentilicio de porrineros y porrineras), casi dos mil personas más que en la actualidad. Su monte, más conocido como Monte Porrino, es una finca comunal que sobrevivió a las desamortizaciones (lo que en la actualidad llamamos privatizaciones) del s. XIX, que contaba por aquella época y cuenta actualmente con 1.700 hectáreas de dehesas, propiedad del pueblo.
Dos prestigiosos historiadores son los que sitúan y contextualizan estos sangrientos acontecimientos ocurridos en esa fecha en esta localidad pacense, a través de dos obras, desconocidos por la mayoría de porrineros y porrineras en la actualidad: El historiador extremeño Francisco Espinosa en su obra La primavera del Frente Popular, y el historiador inglés Paul Preston en El holocausto español: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después.
Tras los famosos sucesos que se desataron en la localidad pacense de Castilblanco en el invierno de 1931, en los cuales la extrema derecha de la época se iba configurando violentamente contra el régimen republicano instaurado democráticamente, cuando al finalizar una manifestación de obreros en huelga contra los excesos que se estaban ya produciendo por parte de la Guardia Civil y contra la actitud del gobernador civil Manuel Álvarez-Ugena, se personó la Guardia Civil para disolver la protesta por orden del alcalde de esta localidad, Felipe Maganto (el mismo que posteriormente en la dictadura se mantendría en el cargo), se produjo un forcejeo violento entre un guardia civil y una mujer, que acabó con el asesinato de un vecino de la localidad que había salido a defenderla, a manos de la Guardia Civil, y la posterior respuesta de los manifestantes ante este hecho, que acabaron con la vida a su vez de cuatro guardia civiles.
Estos acontecimientos quedaron grabados a sangre y fuego en la historia de la República. Tal fue la importancia de los mismos, que incluso al entierro de estos guardias civiles asistió el general de la Guardia Civil Sanjurjo, uno de los militares implicados en el golpe de estado franquista de julio de 1936, que afirmó al respecto en una entrevista que “no iba a tolerar que se repitiesen ataques tan cobardes contra él”, comparando al pueblo extremeño con un “foco rifeño”, y se refirió a este pueblo como “un pueblo salvaje”. Ni una referencia a los muertos provocados por la Guardia Civil. Ayer, como hoy, unos muertos y otros no reciben el mismo tratamiento y respeto.
Los meses posteriores a estos acontecimientos, la ola de represión de la Guardia Civil se extendió por toda la provincia, incluso por otras regiones. Y esa ola no pasó de largo por Salvaleón, la cual se llevó la vida de dos porrineros y una porrinera. Ese 1 de mayo de 1932, dos acontecimientos importantes se celebraban en la localidad: El día de las cruces, entrelazado con la festividad del día del trabajador y con motivo de esta fecha, la celebración en la finca comunal de Monte Porrino de una reunión de la FNTT (Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra) a la que asistieron miembros de Badajoz, Salvaleón, Barcarrota y otros pueblos de la provincia. A la misma, asistieron destacados diputados de izquierdas por la provincia, como eran Pedro Rubio Heredia, Margarita Nelken o Nicolás de Pablo.
Para cerrar la reunión, el coro consistorial de Barcarrota entonó “La Internacional” y “La Marsellesa”. Aquí es donde se entremezclan tres versiones de lo ocurrido posteriormente. La primera es la que documenta el historiador Gutiérrez Casalá, recogida también como fuente en la obra de Francisco Espinosa, el cual sostiene “que los vecinos intentaron asaltar el cuartel y fueron los primeros en disparar, ante lo cual, como siempre, la Guardia Civil, hizo fuego, muriendo tres personas”. Esta versión fue la que ofreció el cabo de la Guardia Civil presente en la localidad, que justificó lo ocurrido asegurando que alguien había disparado entre la multitud.
Pero esta versión contrasta radicalmente con la que ofrecen Francisco Espinosa y Paul Preston en sus obras. El historiador extremeño acude al testimonio del que fue juez de paz de Salvaleón en aquella época, Francisco Marín Torrado, el que cual afirmó que “ni existió tal asalto al cuartel ni nadie disparó”. Además, narra que, en la celebración de esta fiesta de las Cruces, “una de las atracciones era un pequeño cañón simulado al que si se sabía impulsar convenientemente producía una explosión, lo que suponía para el jugador un premio de unas chapas con la imagen de Pablo Iglesias y Galán y García Hernández”, mostrando el ejemplo de cómo ambas festividades confluían, convirtiéndose así en una fiesta popular. Aquí es donde las versiones ofrecidas por las obras del extremeño y del inglés difieren levemente de cómo se produjeron las muertes a manos de la Guardia Civil.
Según la versión histórica ofrecida por Francisco Espinosa, cuando los diputados Margarita Nelken y Nicolás de Pablo se acercaban a Salvaleón, varios números de la Guardia Civil, al enterarse de que estas personalidades de izquierdas se aproximaban a la fiesta popular que se estaba celebrando en el pueblo, irrumpieron en la plaza disparando. Muchos vecinos creyeron que los disparos procedían del cañón de la feria. Ambos diputados fueron avisados y no llegaron a entrar en el pueblo. Un disparo dirigido hacia la casa del alcalde porrinero, acabó con la vida de la vecina Dolores Guijarro Contreras, que se asomó a la ventana de su casa y lo recibió. Otros disparos hirieron gravemente a un hombre que quedó tendido cerca del cuartel de la Guardia Civil, situado en aquella época justo al lado de la plaza del pueblo (en la imagen de la actualidad se puede apreciar dónde murió exactamente este vecino), razón por la que nadie se atrevió a auxiliarlo y murió desangrado durante las horas que los guardias civiles dominaron el pueblo, mostrando la condición de éstos, que no auxiliaron a un vecino inocente que ellos mismos habían herido de gravedad. Otro herido murió cuando fue transportado en coche para que lo viera un médico. Estas dos víctimas mortales fueron Antonio Lorido Corrales y Juan Ledesma Leal.
Sin embargo, Paul Preston afirma en su obra que Margarita Nelken y Nicolás de Pablo sí llegaron a entrar en el pueblo. Según sus fuentes históricas, tras acabar la reunión de la FNTT en la finca comunal, situada a escasos kilómetros del pueblo, ambos acudieron, junto a más personalidades presentes en la misma, al baile que se había organizado en Salvaleón, y que, terminado el baile, el coro consistorial antes de regresar a Barcarrota, “se fue a cantar al pie de la ventana del alcalde socialista de Salvaleón”. Este simple hecho cordial y de complicidad, dentro de un ambiente de festividad popular, fue suficiente para el que el cabo comandante de la Guardia Civil, enfurecido, mandara a iniciar la represión sobre el pueblo porrinero, “cuyos hombres abrieron fuego” y causaron la muerte de los tres porrineros nombrados.
Estos acontecimientos, que fueron robados de la memoria colectiva del pueblo porrinero durante décadas de represión franquista, que metió el miedo en el cuerpo a muchos vecinos y vecinas del pueblo, para que no se hablara de este tipo de acontecimientos, muestran, a través de las versiones directas de quienes lo vivieron, varios elementos a destacar:
El clima de represión de los sectores reaccionarios de la época, como la Guardia Civil, que imponían su voluntad en las calles a base de violencia, contra toda expresión perteneciente a la cultura popular, como fue el caso de esta festividad emanada del pueblo. Frente al pueblo y su cultura, sus costumbres, sus reivindicaciones históricas, iban tomando posiciones durante la Segunda República quienes posteriormente contribuyeron al golpe de estado y la larga dictadura franquista, que acabó con muchas de estas expresiones populares, y que instauró un estado permanente de amnesia colectiva.