Desde la que la señora Pandemia decidiera, a su libre albedrío y muy a nuestro pesar, instalarse entre nosotros hemos visto cosas que jamás hubiéramos podido imaginar en estos confines planetarios. Y las que hemos de ver…
Hemos visto con admiración y aplausos muestras de heroísmo personal y colectivo. Sanitarios, soldados, cajeras de supermercados o repartidores de mercancías varias jugándose el tipo para mantener a flote este barco al que se subió con malas artes la mentada señora Pandemia. Eran profesionales necesarios que en los momentos duros se trasformaron en imprescindibles.
La sanidad ha sido un faro que ha iluminado la gestión más encomiable de lo público. Las tiendas de barrio, las churrerías, talleres mecánicos, panaderías, supermercados, pescaderías… y tantos otros aprendieron en un periquete los protocolos del imperio de la Pandemia y pusieron carteles en las puertas de sus modestos negocios diciendo a la clientela que entrasen de uno en uno, con mascarillas, con distancia, con mamparas y con sentido común.
Pero junto al heroísmo y la generosidad de muchos brillan también ausencias notables de otros sectores esenciales en una sociedad, y sin embargo difuminados en esta crisis nadie sabe porqué ignotas razones.
Es el caso de la comunidad educativa, sin ir más lejos, y con especial relevancia en la educación de los más pequeños que estarán más de medio año sin pisar un aula, porque algunos decidieron que ir a la escuela es mucho más peligroso que comprar en el supermercado, ir de tiendas o tomar copas y raciones en el bar. Resulta extraño el paso atrás de un colectivo en el que abundan profesionales con una vocación a prueba de bombas. Pero lo cierto es que en este reinado de la señora Pandemia la educación ha hecho mutis por el foro, excepto cuando sus sindicatos han levantado la voz para hablar de lo suyo.
La negativa de otros a abrir las piscinas públicas en pequeños pueblos con cuarenta grados a la sombra o en bellos parajes naturales es otro de los grandes hallazgos de los que se maravilla la señora Pandemia, que no presuponía encontrar tales aliados durante su reinado. Tres cuartos de lo mismo acaece con la suspensión de campamentos infantiles y juveniles. ¿Y qué decir de los cierres sin horario ni ley de la seguridad social, hacienda y otras tantas actividades que creíamos esenciales?
La señora Pandemia ha encontrado notables aliados para sus dañinos objetivos. Entre los grandes aliados que la señora Pandemia ha encontrado en su periplo por estos contornos está la vagancia, el miedo, la cautela, protocolos y, muy especialmente el telecuento, que no hay que confundir con el teletrabajo que realizan algunos de manera abnegada.
Vistos todos esos sorprendentes acontecimientos que desfilan ante nuestra obnubilada visión y ahora que se abre el plazo para entregar las Medallas de Extremadura tal vez fuera el momento de reconocer la profesionalidad y la solidaridad de miles de sanitarios, cajeras de supermercados, informáticas, policías, churreros, repartidores, soldados … Medallas para el pueblo, medallas para toda la gente anónima que cuando han llegado los tiempos duros ha dado la cara porque en su inmensa mayoría no peleaban contra el bicho por su ideología, su sindicato u otros grandes y nobles ideales, simplemente luchaban por hacer bien su trabajo y cobrar a fin de mes.
Para costear tal abundancia de medallas en estos tiempos de crisis la autoridad pertinente podría negociar con los sindicatos de clase y con la otra clase de sindicatos (cada día hay menos diferencias entre unos y otros) una reducción de salarios para todos aquellos empleados que durante el imperio de la señora Pandemia se quedaron en sus casitas sin dar un palo al agua demostrando que durante el enfermizo reinado de la señora Pandemia ha habido gente con muy buena salud y los suficientes recursos como para vivir del cuento.