Se cuenta que en las audiencias mensuales que concedía Felipe II, algunos llegaron casi al infarto y tenían que ser atendidos en la antecámara real. Otros, la mayoría, después de meses de espera, eran incapaces de exponer al monarca los motivos que los habían llevado ante él. Eran tan frecuentes los atropellos en la exposición de sus demandas, que Felipe II no lograba entenderlos ni con la ayuda de traductores locales e intentaba tranquilizarlos, acompañándose con las manos con un “¡sosegaos, sosegaos!” que se hizo famoso.
Falta nos hace a todos un poco de sosiego, que en el diccionario de sinónimos se dice que es calma, serenidad, tranquilidad, quietud, paz, placidez, reposo, relajación, moderación, silencio… El affaire viajero de Monago a Tenerife ha dejado al descubierto el atropello del protagonista que, pese a la treintena de asesores de tonterías y otros menesteres, no ha sido capaz de articular un discurso mínimamente coherente más allá del que le prestaban unas lágrimas que movían más a la conmiseración que a la comprensión.
¿Cuántas veces he escrito en mis columnas que la cohetería barata que le preparaban en la consejería de Ocurrencias, no tenía más eficacia que la de atronar los oídos del personal? Monago, lo repito una vez más, no tiene un gabinete de comunicación, sino un equipo de ocurrentes sin más capacidad que la de epatar al personal con juegos malabares, tragafuegos y trileros de mercadillos. Más que un retén de bomberos, capaces de abordar un gran incendio, lo que tiene es un “rasputín” que lo atolondra con idioteces, rodeado de aprendices a los que ha dotado con pistolitas de agua, incapaces de apagar una cerilla.
Y la evidencia la tenemos cercana. Surge un incendio como el de los 32 vuelos (creo que deberían contarlos bien) a Tenerife para presuntas cuestiones particulares, y en lugar de sosegarse y respirar hondo para elaborar una verdadera estrategia de comunicación, se ponen a jugar con las pistolitas de agua, preparándole al viajero extremeño una puesta en escena de teatro de Manolita Chen.
Mentir bien no es fácil, aunque se tenga mucha experiencia y, para interpretar hace falta mucho ingenio y un buen guión. Aquí han fallado los dos pilares y lo que iba para tragedia, ha devenido en tragicomedia, porque si malo es el actor, peor es el libreto y aún peor el elenco de acompañantes. En algo que exige delicadeza y mesura ¿se le puede dar protagonismo a Manzano, pintoresco presidente de la Asamblea, empeñado en recitar su particular canto de Segismundo, “triste de él, mísero de él…”? ¿Se puede representar el papel de justiciero del oeste americano un día y el de contrito y confeso “pucheritos” al siguiente? ¿Se puede vestir el esperpento desnudando al partido, al grupo del Senado, a los portavoces, a la secretaria general del PP y al presidente del Gobierno? ¿Es sensato arroparse en el manto de los privilegios clasistas, mientras otro, como el dimisionario diputado por Teruel, por los mismos motivos, pero con menos razones, es obligado al destierro? Y, con la que está cayendo dentro y fuera de Extremadura, ¿se puede programar una comparecencia para dar nuevas explicaciones, 25 días después de que explosionara la noticia? Esa es la mejor manera de garantizar el incendio y el exterminio de muebles y cortinas.
Torpeza a la torpeza, se evidencia, una vez más, que algunos, en su soberbia y engreimiento, dan evidentes muestras de que consideran tontos a todos los demás. ¿Tenía salidas Monago para desmentir lo que se publicó? Los periódicos digitales hicieron su trabajo y dejaban pocas puertas abiertas para el escapismo a un Monago que no es precisamente el gran Houdini, pero podía haber guardado silencio y, desde luego, preservado un mínimo de dignidad política, dimitiendo a tiempo y sin complicar a tantos para tan poco. ¡Falta le irse una larga temporada al rincón de pensar!