Tótum Revolútum

Alicia Díaz

No puedo evitar mirar a mi alrededor para comprobar si los cambios políticos están realmente acompasados con las demandas sociales y si los cambios sociales responden a una realidad política. Me pregunto un millón de veces si, tal y como está construido el sistema a través de los poderes, el anhelo de transgresión es simplemente un comportamiento utópico donde no existe panacea posible que alivie los deseos e ilusiones de una sociedad cada día más cansada y hastiada por un panorama que, lejos de ser motivador, nos arrastra vertiginosamente a un decadentismo subyacente y empíricamente violento.

Si hay un parte de la población en búsqueda constante por la mejora colectiva y social, sin duda son las mujeres. Mujeres que se negaron a ser el sexo inferior, el del cerebro limitado e intelectualmente castrado. Mujeres, por otro lado, que lucharon por la emancipación, por la autodeterminación identitaria y por la transformación de sus vidas.

Era necesario. Desde el derecho al sufragio hasta el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo - derecho que aún no han conseguido mujeres en otros países -.

Las reivindicaciones del feminismo radical marcaron un antes y un después no solo en la vida política, sino que también en la vida privada de las mujeres que empezaron a despertar del letargo gracias, en gran parte, a la labor de auto-conciencia de los grupos radicales con actos como la quema pública de sujetadores y corsés, o el sabotaje de comisiones de expertos sobre el aborto (1967) formada por catorce varones y una mujer ( monja). Las radicales consiguieron que la voz del feminismo entrase en todos y cada uno de los hogares. Habían empezado a tomar conciencia sobre sus vidas.

El movimiento feminista actualmente, y desde hace aproximadamente dos años, ha creado una especie de conciencia colectiva masiva propulsada por la utilización de medios tecnológicos en plena era donde lo virtual toma vida para conectarnos simultáneamente con otras personas cuyos intereses son muy parecidos a las reivindicaciones personales en las que creemos. Así se creó la campaña #MeToo - merecería un largo análisis - que parece haber marcado un antes y un después situando al feminismo en su cuarta ola. Ahora los actores se pasean por la alfombra roja vestidos con carísimas faldas de gasas. Por aquello de los roles de género - dicen-.

Soy bastante escéptica a la hora de encasillar esta marea social de mujeres en una ola más evolucionada a las anteriores, principalmente porque existen países, pueblos, aldeas y entornos donde aún no han salido de la denominada primera ola. Lo que sí parece claro es que hay un espíritu general de urgencia social en la conciencia de las mujeres.

Los partidos políticos afines a la izquierda centran su propaganda electoralista introduciendo el mensaje feminista en sus mítines y sus programas. El voto femenino, el de la mitad de la población, es un caramelo demasiado dulce como para dejarlo pasar. Me temo que pese a las reivindicaciones constantes y al aumento del interés por el feminismo, la tendencia esconde un profundo vacío de intenciones sin poder suficiente como para hacer temblar los cimientos de una estructura fuertemente enraizada en valores culturalmente machistas. ¿Ha cambiado el feminismo o la forma de comportamientos machista? El feminismo no ha cambiado; hace más de un siglo las referentes filósofas y políticas alertaban sobre la situación de la prostitución en claro aumento .

Este 8 de marzo veremos a muchas mujeres defendiendo la prostitución como trabajo. Estas mujeres y hombres, que demandan la regulación de la prostitución o los vientres de alquiler, se han tragado el anzuelo neoliberal de la igualdad y el discurso radical de la segunda ola ha pasado a ser tachado de retrógrado y moralista - lo mismo que les pasó a las radicales de épocas anteriores -. El machismo ha evolucionado, ha sabido perfilarse y disfrazarse al compás del capitalismo y el neoliberalismo; el feminismo ha pasado a ser un Tótum Revolútum donde todo cabe y se acepta como feminista sin hacer más valoraciones. Estamos hablando, pues, de una puesta en escena magnífica, un espejismo con ínfulas de revolucionario, un espectro de aquellos sujetadores calcinados que hablaban de liberación.

El otro día leía un artículo donde el autor realizaba una crítica contra la irrupción en el ámbito profesional del arte.

“Si todo es arte, entonces ha dejado de serlo”, decía. Lo mismo pienso del feminismo.

En la feria Arco de este año la polémica ha saltado gracias a una figura de cera de una altura de cuatro metros del Rey Felipe VI realizada por Santiago Sierra. Una de las cláusulas innegociables del autor es que el comprador está obligado a quemar el ninot. La obra tiene un valor de 200.000 euros. La estulticia es muy descarada desde el momento en que alguien piensa que en pleno 2019 quemar la imagen del Rey es una acto de protesta política y, además, se pague 200.000 euros para ello. Más que molestar tiene el fin de provocar. Ahora la polémica está en si se indulta al muñeco o se le quema junto al dinero del genio que lo compre. Lo llaman arte.

Hablando de decadentismo la novela À rebours (A contrapelo), escrita en 1884 por el francés Joris-Karl Huysmans, es bastante reveladora. La novela narra el estilo de vida exquisito del duque Jean Floressas des Esseintes, que se encierra en una casa de provincias para satisfacer el propósito de sustituir la realidad por ‘el sueño de la realidad’. Al protagonista de la novela las relaciones con otros seres humanos no le deparan sino desilusión. Su padre siempre estuvo ausente, y su madre vivía recluida presa de su talante depresivo. Al terminar los estudios descubre que el mundo le aburre tremendamente y es incapaz de encontrar consuelo en su círculo de amistades ya que los considera vulgares y previsibles. Pero va más allá, para su sorpresa los grupos de intelectuales de la época no son más que caldo de cultivo de la mediocridad y mezquindad considerando el mundo moderno una fuente de “ bribones y estúpidos” instalándose en esa desilusión cultural nacimiento del decadentismo.

Quién sabe, quizá el pensamiento político sea vulgar y previsible, puede que la mediocridad esté ya instalada y puede también que la desilusión generalizada apunte en su desencanto a cualquier movimiento capaz de emitir un atisbo de luz. A veces me siento como un cuadro de Fernando Casas cuyas mujeres aparecen mirando al vacío, hastiadas, aburridas o bebiendo absenta representando el decadentismo de la época.