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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Daniel Salgado

9 de octubre de 2021 06:00 h

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Veinte años, ocho meses y unos 300 millones de euros más tarde, la Xunta de Galicia ha dado por terminada la Cidade da Cultura. Lo hizo esta semana al inaugurar la última de las ocurrencias con las que ha tratado de dotar de sentido y utilidad al complejo: el edificio Fontán, diseñado al margen del megalómano proyecto original de Peter Eisenman y que acogerá dependencias de la administración universitaria gallega. Pese a las críticas sufridas durante décadas y lo borroso de sus usos actuales, Alberto Núñez Feijóo no se arredró e incluso avisó, durante el acto de apertura, de que en el lugar todavía hay hectáreas para seguir construyendo.

El Gobierno gallego adjudicó el edificio Fontán hace ahora unos tres años por 17 millones de euros. El nombre homenajea al autor del primer mapa topográfico científico de Galicia, Domingo Fontán. Levantado por el arquitecto Andrés Perea sobre el solar que Eisenmann planeó para un gigantesco Palacio de la Ópera, su finalización sirvió para que autoridades autonómicas y el alcalde de Santiago de Compostela celebrasen lo que apenas nadie en la ciudadanía celebra: la Cidade da Cultura. Este último, el socialista Xosé Sánchez Bugallo, confesó sentirse “dolido” por las “críticas e incompresiones, algunas demoledoras” que, a su juicio, recibió el macrocomplejo desde sus orígenes, allá por 1999, cuando se falló el concurso para su construcción. Pero la historia no fue exactamente así.

Fraga: “Una de las 10 infraestructuras culturales más importantes del mundo”

En 2007 habían pasado dos años desde que Manuel Fraga Iribarne y su Partido Popular habían perdido las elecciones. El ex presidente comparecía ante el Parlamento de Galicia, cuya mayoría había cambiado hacia la izquierda e investigaba la gestión del proyecto. El también exministro franquista no dio ni un paso atrás. Su defensa de la idea fue cerrada. La calificó de “sueño” y la situó entre las “diez infraestructuras culturales más importantes del mundo”. Eso sí, sobre los desfases presupuestarios remitió a sus subordinados, los conselleiros de Cultura, Jesús Pérez Varela, y Economía, José Antonio Orza. Los que llevaban el día a día. El Consello de Contas había elaborado en 2004 un informe en el que consignaba un sobrecoste medio de las obras del 200%, en algunos casos casi el 500%. Solo vio la luz tres años después, cuando ya gobernaban PSdeG y BNG.

El caso es que la percepción de Fraga dominó la opinión publicada en Galicia mientras este se mantuvo en el poder. Las “críticas demoledoras” que ahora le duelen a Sánchez Bugallo no solían alcanzar las páginas de la prensa privada, mucho menos las ondas de los medios públicos. Solo algunos sectores de la izquierda y el nacionalismo, a menudo extraparlamentarios, se atrevieron a cuestionar la necesidad de semejante proyecto, tan en línea con la arquitectura espectáculo que alcanzó su cénit justo antes de la crisis de 2008. Nadie en las altas esferas atendió a sus protestas. Hasta que Fraga perdió las elecciones en 2005 y Pérez Touriño, en coalición con el Bloque de Anxo Quintana, accedió a la presidencia de la Xunta.

El Pompidou del monte Gaiás

Esa misma opinión publicada se volvió entonces más plural y comenzó a acoger voces críticas con el Gaiás. Algunas incluso procedentes de entre las filas de entusiastas de primera hora. El Gobierno bipartito asumió la herencia, aunque trató de reconducirla. Grupos de expertos y agentes culturales debatieron sobre los posibles destinos de una infraestructura que por tamaño y presunta ambición resultaba como mínimo mal dimensionada. Santiago de Compostela no alcanza los 100.000 habitantes. Galicia, dos millones setecientos mil. Pero algo había que hacer con aquella mole. Touriño impulsó la comisión parlamentaria de investigación, pero tampoco resistió la tentación retórica: llegó a asegurar que la Cidade da Cultura debía “aspirar a competir con la red de la Tate Gallery, el Centro Georges Pompidou o el Museo Guggenheim”. No sucedió.

Contra pronóstico, y contra la mayoría de las encuestas, el PP recuperó el poder en 2009. Las economías occidentales ya habían hecho crac y a esa ola subió Alberto Núñez Feijóo para la primera de sus cuatro mayorías absolutas. Y, como si jamás hubiese sido conselleiro de Política Territorial, Obra Pública e Vivenda y además vicepresidente en el último gabinete de Fraga, se apeó de la adhesión cerrada al proyecto. En 2011 abrió los primeros edificios, en 2012 presentó un plan estratégico sobre el futuro del lugar y en 2013, por sorpresa, apoyó una moción parlamentaria del BNG para paralizar las obras. Faltaban todavía por construir el Centro de Arte y el Palacio de la Ópera. La Xunta rescindió sus contratos –de acuerdo con las empresas– y no se recató en atacar a socialistas y nacionalistas por no haber paralizado las obras durante la legislatura –2005–2009– en que gobernaron.

Un outlet, oficinas, vacunódromo

Pero además de culpar a los otros, algo en lo que Feijóo basa buena parte de su discurso político, también había que buscar utilidades para lo construido. Atrás quedaron el sueño de Fraga Iribarne y las comparaciones con los grandes centros turístico culturales europeos. Empujado por, o apoyado en, algunas campañas mediáticas, el Gobierno gallego decidió trasladar al monte Gaiás –de climatología más bien desapacible– algunas oficinas. El previsto Centro de Innovación acoge hoy en día servicios informáticos de la Xunta. El de Emprendimiento, la Axencia Galega das Industrias Culturais y espacios de coworking. La Biblioteca y el Archivo de Galicia comparten instalaciones. Solo el Museo funciona como tal, aunque el eclecticismo y los bandazos mandan en su programación: lo mismo exponen tesoros del Antiguo Egipto que una sólida muestra sobre Isaac Díaz Pardo; las magníficas fotografías del exiliado José Suárez que un conjunto de vaguedades sobre la “Galicia futura”. Ni el Teatro de la Ópera, ahora sustituido por el Fontán, ni el Centro de Arte, ahora un lago ajardinado, se edificaron.

La reconfiguración también afectó a sus usos. Cultura y espectáculo sí, pero no solo. Ciclos de conciertos de mayor o menor renombre según disponibilidad presupuestaria conviven con outlets solidarios, congresos de todo pelaje y presentaciones institucionales varias. Pero su mayor éxito de asistencia lo ha protagonizado el coronavirus: miles de personas han pisado por primera vez la Cidade da Cultura este año para recibir la vacuna contra el COVID.

Eisenman y el Valle de los Caídos

Que el Gaiás se iba a convertir en vacunódromo –la Consellería de Sanidade lo clausuró como tal el pasado fin de semana– era algo que Eisenman no había imaginado cuando se impuso en el concurso para diseñar el lugar. Era 1999 y entonces se impuso a otras estrellas de la época dorada de la arquitectura espectáculo como Jean Nouvel, Rem Koolhass o Santiago Calatrava. En una entrevista reciente con Luis Fernández–Galiano, incluida en el libro Eisenman deconstruido y recogida por Praza.gal, hacía memoria sobre aquel período y su relación con Manuel Fraga Iribarne.

“Hay pocos edificios que impresionan. Es posible que Galicia lo intentara, con Manuel Fraga, que era un cliente excelente porque tenía una visión. Pensaba en el Valle de los Caídos, pero me decía: 'Yo no quiero un monumento para mí, sino para esta sociedad y para la España del futuro, y para Galicia, mi tierra”, exponía, antes de lamentar que los populares perdiesen en 2005 la mayoría absoluta –no sin antes contratar en funciones dos nuevos edificios del complejo: “Yo era un arquitecto perfecto para Fraga, porque estaba dispuesto a hacer lo que nadie antes había hecho. Tuvimos mala suerte. Perdió por solo un diputado. Si hubiera ganado, habría sido diferente”.