“¡No entiendo cómo tuvimos tanta suerte!”. Antonella, una estudiante de primer año de la Universidad de Santiago no acaba de creerse el piso que encontró para este curso. Sobre todo, después de los que tuvo que ver antes: “Sentía que el suelo iba a caerse en cualquier momento, ¡era horrible! El olor, la humedad... Nos decían que era porque todavía no se habían limpiado para entregarlos, pero yo veía cosas que no tenían arreglo posible”. Esta alumna de Ciencias Económicas es sólo una de los miles de jóvenes que arrancaron julio tratando de dejar resuelto su alojamiento antes de iniciar las vacaciones. Una competición contra el reloj, contra otros 16.000 universitarios e, incluso, contra las malas artes de algún casero potencial. Todo vale para hacerse con una de las menos de 300 viviendas que, según los cálculos de las inmobiliarias, han salido al mercado este verano.
Carmen, estudiante de cuarto de Derecho, es una de las que ha sufrido esas “malas artes”. El 10 de junio sus padres dejaron pagada -1.700 euros- la fianza del piso para ella y otros dos compañeros, que en ese momento se encontraban de Erasmus en tres países distintos de Europa. El martes 2 de julio, a última hora, su madre recibió una llamada de la inmobiliaria en la que una avergonzada trabajadora le informaba de que el propietario había encontrado otros inquilinos. La devolución de su dinero -depositado en el Instituto Galego da Vivenda e Solo (IGVS)- está garantizado, pero toca volver a internarse en la jungla. Una jungla que tiene en las largas colas ante las inmobiliarias su mejor representación visual.
“Esas colas las vemos todos los años”, asegura sobre las imágenes que han recorrido las redes sociales Vicente Martínez, vicesecretario de la Asociación Galega de Inmobiliarias (AGALIN), y que tiene su empresa en pleno Ensanche compostelano, la zona tradicional de alquileres universitarios. “No entiendo por qué precisamente éste se han hecho virales”. Es posible que haya ayudado la coincidencia en el tiempo con otro debate, el de los pisos turísticos. AGALIN forma parte de Prevituga, la plataforma que reclama una regulación para esas viviendas y que respalda los pasos dados en la ciudad para sacar del mercado a más de 600. Pese a lo que afirma el sector, Martínez es de los que están convencidos de que, con esa medida, una buena parte —al menos, la mitad— volverán al alquiler residencial, y eso incluye la oferta para universitarios.
Mientras la demanda sube un 7% en las residencias universitarias —tres solicitudes por cada una de las casi mil plazas públicas— entre los pisos, la oferta baja y los precios suben. El secretario de AGALIN estima que el coste ya ronda los 300 euros por inquilino. “Por debajo de eso, por ejemplo, 750 euros por un piso para tres, significa que el estado de la vivienda no es el más... óptimo”, concluye tras darse un par de segundos para elegir la palabra. “En los de 900 euros ya te encuentras muebles nuevos, camas grandes con buenos colchones, vitrocerámica... esas mejoras que se exigen hoy y que los propietarios de la vieja guardia no están por la labor de incorporar”. Pisos como los primeros que se encontró Antonella. “Mi madre no se creía que se pudiesen alquilar en esas condiciones”.
“Hay cierta gente mayor a la que le cuesta más”, admite Martínez al trazar el perfil de esa vieja guardia. “Los caseros de 50 o 60 años son conscientes de que mejorando la vivienda le pueden sacar mayor rendimiento, pero hay otros que prefieren sacrificar el precio y no acometer la inversión”. Son pisos que “se fueron degradando en el tiempo” y que, aunque tengan dos baños, “son dos baños de hace 40 años y cambiarlos son diez o doce mil euros”.
Como mal menor, Antonella y sus dos compañeras estaban dispuestas a aceptar una de esas viviendas. “No nos encantaba, pero no habíamos visto nada mejor y había otra gente esperando”. Al salir de ver el piso tenían media hora para decidir si se lo quedaban o no. “No podía con esa presión, era horrible”. Pese a que en la inmobiliaria “todo fueron pegas” y no se comprometieron a hacer ninguno de los arreglos que les pidieron, iban a firmar. “Me entraban ganas de llorar pensando que tenía que vivir así durante un año”.
“Es más fácil buscar una persona que un piso”
Entonces, la madre de una de ellas llamó para darles el contacto de otra inmobiliaria donde había visto un apartamento ideal para las tres. “Estábamos en ese margen de media hora, así que nos fuimos corriendo”. Pero, cuando llegaron, ya se había alquilado y, mientras, se habían quedado sin tiempo para regresar a por el primero. En ese momento, les cuentan que ya no tienen pisos de tres habitaciones, pero sí un par de ellos de cuatro. “Ahí dijimos: 'es más fácil buscar una persona que un piso'”. Y se lanzaron.
“Era grandísimo. No era el paraíso, claro, pero comparado con lo demás, nos quedamos enamoradas: espacioso, un salón con luz, una cocina decente...”. Los mínimos que cualquiera reclamaría, elevados a artículos de lujo. “No soy una persona caprichosa, la habitación de mi casa es bastante pequeña, pero es mi habitación y está cuidada. Esos pisos no tenían nombre”. Todavía sigue celebrando su suerte. “Los inquilinos que lo tenían desde hace dos años no contestaron a las llamadas de la inmobiliaria, así que nos dijeron que era nuestro”. Ahora viene la parte más fácil: encontrar a la cuarta persona. “Ya hay gente que quiere venir: una chica de Madrid, otra de Vigo... pero queremos ver primero si alguno de nuestros amigos se anima, porque vivir con desconocidos no lo veo, la verdad”.
Martínez asegura que este comportamiento es cada vez más habitual: “Desde hace dos o tres años, la chavalada se autogestiona”. En su inmobiliaria, el 80% de los pisos de estudiantes se han renovado porque, si alguno se va, ellos mismos buscan sustitutos. “Las redes sociales están muy vivas, funcionan muchísimo”, sobre todo Instagram, e incluso “les permiten conocer el perfil de la persona” antes de aceptarla, algo que no permitían los clásicos anuncios en escaparates o farolas.
“Ellos mismos hacen las entrevistas de selección, son como los recursos humanos de una empresa. Los que tienen un piso y están contentos, lo retienen y no lo sueltan”. Pone el ejemplo concreto de una inquilina: “Eran tres, pero ella se queda sola y ya puso el anuncio para buscar compañeras. El piso le gusta, está bien, es luminoso y dice que le va a sobrar gente”.
La cruz es la de Carmen. Este jueves, hacía cola junto a otra decena de personas a la puerta de una inmobiliaria en el barrio de Conxo, antes ya de la hora de apertura. Vino desde Cangas, en la ría de Vigo. “Nos levantamos a las 5 de la mañana”, contaba su madre, María José, que estaba allí tras pedirse un día de asuntos propios. “Tienen que acompañarme porque voy a necesitar un aval”.
María José ya cogió otro día en el trabajo para estar el día 10 de junio a las cuatro de la tarde con los 1.700 euros de fianza del piso que, después, le quitaron de las narices. Una vivienda de 1.000 euros para tres personas. “No nos pidió dos meses de fianza porque es ilegal, pero casi”, apunta Carmen. “Dio el sí por teléfono, pero quería saber quiénes eran los estudiantes. Yo entiendo que pida referencias y les dije que les dábamos las nuestras como padres. Nos dijeron que todo muy bien, que no nos preocupásemos hasta el 1 de septiembre”. Pese a los mensajes de tranquilidad que le mandaban de la inmobiliaria, con ese pago y la prerreserva firmada, su hija no se acababa de fiar: “Estuve ayudando a unos amigos a buscar piso y vi que el nuestro seguía en dos agencias”.
Como ya finalizó su Erasmus en Cracovia (Polonia), se encarga físicamente del trabajo que sus dos compañeros, estudiantes de Medicina con estancias en Bélgica y Eslovenia, no pueden hacer. “A ver si así, al menos, me quedo con la habitación más grande, por el esfuerzo”, dice, echándole un humor resignado. Fuera de las inmobiliarias, tiene cerradas entrevistas en varios pisos: “Eso es lo que piden los particulares: conocernos, saber qué estudiamos, quiénes son nuestros padres...”. Aunque la avergonzada agencia se comprometió a devolverles el dinero y ayudarles a encontrar una alternativa, ella quiere ver todas las posibilidades. “Era un piso que estaba en muy buenas condiciones, y encontrar uno igual...”. No necesita ni finalizar la frase.