Hace ocho años rescató a un BNG al borde del abismo. En 2020 lo hizo crecer 13 escaños y lo situó como primera fuerza de la oposición a Alberto Núñez Feijóo. Ahora, a una semana del 18 de febrero, Ana Pontón se ha convertido en la encarnación de todas las promesas del nacionalismo gallego: todas las encuestas le auguran más apoyos y la del CIS le abre la puerta a que presida la Xunta de Galicia. Si sucede, será histórico. Nacida en una aldea del interior de Lugo e hija de la clase trabajadora, su discurso de ambición transversal, centrado en cuestiones sociales, sus maneras amables y tranquilas pero firmes, han ampliado el territorio electoral del soberanismo gallego como nunca antes.
El último estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas no solo la colocaba en disposición de pelear, siempre que haya pacto con los otros partidos progresistas, por la Presidencia del Gobierno gallego. También daba la medida de su figura política. Ana Pontón, de 46 años, es la líder más valorada, un 5,78, por encima del propio presidente y candidato del PP, Alfonso Rueda. La ciudadanía, un 36,8%, la considera “la más preocupada por los problemas de Galicia”, frente al 32,1% que hace lo mismo con Rueda. Y además ofrecía una foto de cómo la perciben los votantes de los otros partidos. La práctica totalidad de los que en 2020 votaron Galicia en Común -coalición de Podemos, Esquerda Unida y Anova-, el 78% de los socialistas y, lo más llamativo, un 40% de los apoyos del PP la aprueban. “Ya estamos llegando” a los votantes del PP, declaraba Pontón a este periódico en una entrevista el pasado jueves.
“Es una persona con singular independencia de criterio que está cambiando el rumbo del BNG para intentar convertirlo en la opción de la mayoría social”, la define Antón Baamonde, ensayista y colaborador de elDiario.es. “Franca, abierta y moderna, lleva la extraordinaria dureza de la política con una calma y una expresión en el rostro que sorprende”. Y tan dura que se ha convertido en el principal objetivo de la campaña de Alfonso Rueda, sobre todo desde el debate de esta semana en la Televisión de Galicia donde las insuficiencias oratorias y la escasez propositiva del popular quedaron al descubierto. La victoria de Pontón resultó evidente. El PP gallego ha optado por lanzarse a la campaña del miedo contra el BNG, sostenida en su enorme dominio mediático, al tiempo que esconde a su candidato. Ni Rueda ni nadie de su formación participará en el debate de la Televisión Española. Tampoco parece que vayan a hacerlo en el de la Cadena Ser, que lo invitó a un cara a cara con Pontón. No ha concedido entrevistas fuera de su zona de confort periodístico.
El caso es que sus enfrentamientos con la líder nacionalista en la sesiones de control del Parlamento gallego ya habían anticipado lo sucedido. Allí no fue inhabitual cierto trato paternalista de Rueda, que le afeaba una presunta falta de rigor en la que él mismo incurría a menudo. El PP llegó a elevar tanto el volumen de sus ataques al Bloque de Pontón que incluso lo relacionó, por la desaforada boca de su entonces portavoz Miguel Tellado, con el Comando Barcelona de ETA sin siquiera ser llamado al orden. Pero los nacionalistas no le entraron al trapo. Una nueva generación le pone rostro, también en el grupo parlamentario. Xavier Campos, compañero de generación de Pontón y responsable de comunicación del BNG, resume su intento: “[Construir] un Bloque inclusivo, con un discurso propio que confía en el país, que pone en primer plano las capacidades y las potencialidades del país como hacía Camilo Nogueira”.
Al mando de una nave que zozobraba
Las declaraciones de Campos las recoge el escritor Suso de Toro, militante del BNG, en Descubrindo Ana Pontón (Xerais, 2023), un libro en el que investiga sobre la construcción de su liderazgo. Que comenzó en 2016, cuando asumió la portavocía nacional de la organización en el momento más frágil de sus ahora 41 años de historia. La nave zozobraba. Cuatro años antes, Xosé Manuel Beiras, uno de los más relevantes intelectuales nacionalistas y cabeza visible del Bloque durante décadas, había roto con la formación, fundado Anova-Irmandade Nacionalista y embarcado en diversas alianzas con la izquierda federal que obtuvieron un repentino éxito electoral. El BNG no había digerido la derrota del bipartito a manos de Feijóo en 2009 ni acabado de percibir las consecuencias políticas del cortocircuito neoliberal de 2008 y había entrado en una profunda crisis.
Arrinconado por el empuje de En Marea, la demoscopia le pronosticaba entre uno y tres diputados en las elecciones de 2016, las primeras de Pontón como candidata. Logró seis. En Marea implosionó, y en 2020 sus marcas herederas desaparecieron del hemiciclo. El BNG obtuvo 19, la cifra más alta de su historia -en votos la marca todavía la mantiene el Beiras de 1997- y que el 18F puede ser superada. Entretanto, Anova cerró la puerta a acuerdos con Sumar, escenificó la reconciliación de la izquierda nacionalista y respalda la estrategia de Pontón. El escritor y periodista Manuel Veiga sintetizaba lo sucedido en un reciente artículo para Nós Diario. “Ana Pontón es sobre todo la líder de una nueva generación que está generando una nueva síntesis política”, escribe, “¿o alguien piensa que habría presentado la campaña en la cocina de su casa si antes no hubiese sucedido el 15M, la constitución de Podemos y las Mareas o la eclosión del feminismo?”.
No solo ha tomado nota de las lecciones de la izquierda estatal. El BNG de Pontón también ha acabado por aceptar de alguna manera la herencia de Anxo Quintana, vicepresidente de la Xunta entre 2005 y 2009 en coalición con el PSOE y artífice de un fallido giro hacia la centralidad. Y, al igual que otras izquierdas soberanistas europeas, como Bildu o el Sinn Féin irlandés, ha optado por un discurso de acento social: la defensa de la sanidad pública, muy deteriorada tras 15 años de gobiernos del PP, el derecho a la vivienda, la sostenibilidad ante una derecha con ribetes negacionistas, o la necesidad de invertir en ciencia. Pontón, cuya figura atrae todos los focos, no lo ha hecho, sin embargo, en solitario. Diputadas como Olalla Rodil, Noa Presas o Daniel Castro, más jóvenes, la acompañan en la renovada imagen de la formación. Xavier Campos o Rubén Cela, ex concejal en Santiago de Compostela y ex alto cargo del bipartito, desde la sala de máquinas.
Joven veterana del BNG
Ana Pontón entró como diputada en el Parlamento de Galicia en 2004. Entonces ya hacía casi una década que militaba en el BNG, en concreto en su partido nuclear, la Unión do Povo Galego, de origen comunista. El Partido Popular ha decidido hacer de su veteranía en la Cámara objeto de mofa, sin atender a que algunos de los miembros de la derecha que agitan esas críticas en redes llevan tanto o más tiempo en esa situación. Pero la experiencia juega a su favor, entienden en el Bloque. Es además la primera vez que una promoción de militantes procedentes de las juventudes de la organización, Galiza Nova, detentan el timón. “Un elemento de la crisis del Bloque era generacional”, expone Noa Presas en el libro de Suso de Toro, “había una desconexión, por cómo se comunicaba, con las nuevas generaciones. Una nueva generación pedía paso”. Lo han solucionado: el estudio del CIS asegura que un 43,7% de los menores de 25 años votará por el BNG, un 17,4% por el PP y un 6,7 por los socialistas.
Tal y como recordaba en su artículo Manuel Veiga, Ana Pontón decidió iniciar la campaña electoral en su casa familiar de Chorente, una aldea agroganadera de Sarria, en el interior de Lugo. Ya lo había hecho en las anteriores elecciones. Su madre, Aurita, se ocupaba de la explotación de vacas familiar. Su padre, Luis, emigrado hasta los 30 años, regresó para trabajar como operario en una cementera. Eran tres hermanos. “He reflexionado mucho cómo la infancia nos marca y nos modela”, le contaba a otra escritora, María Reimóndez, para su libro de conversaciones A semente, á arbore, a froita (Xerais, 2020), “soy de las que cree que tiene mucha más influencia de la que pensamos, y que condiciona valores, principios y personalidad”.